Se entiende que el escritor en precario (valga la redundancia) haya tenido que practicar la semblanza a ricos y poderosos para comer caliente, al igual que el pintor (otro que tal baila) debió dedicarse al retrato de los susodichos con gran apuro, en muchas ocasiones, por sacarlos favorecidos. Si el retratista ha tenido que disimular verrugas, dentaduras roídas y narizotas, mejorando las fisonomías al extremo, con tal de ser pagado, el biógrafo no menos ha ocultado defectos y crímenes e inventado virtudes y hazañas por el noble propósito de sobrevivir, lo cual explica que dichas semblanzas estén llenas de medias verdades e incluso grandísimas mentiras, desde los “De viris illustribus” de Nepote a los “Claros varones de Castilla” de Hernando del Pulgar hasta llegar a nuestros días, pues un biógrafo nunca fue remunerado por ser precisamente objetivo y sacar a relucir los trapos sucios (para eso ya están las madres y las suegras, de las que ningún grande se libra, ni siquiera Nerón que tan mal llevaba las críticas que después de darle a su preceptor Séneca la cicuta, acabó con los días de su progenitora al no aguantar sus reprimendas). Por cierto, que Nerón es uno de los “biografeados” por Enrique Gallud Jardiel en “Vidas de gentuza”, un volumen que cuenta la vida de los seres más repugnantes e ignominiosos de la historia (de algunos, porque, por desgracia, todos no caben ni siquiera en una enciclopedia). Como la “nivola” de Unamuno fue la contranovela, la “biografea” de Gallud es la contrabiografía o contrasemblanza, pues se ocupa de exaltar las maldades de los malvadísimos para ponerlos en el mismísimo altar de los infiernos.
Los partidarios del psicoanálisis y/o lectores de la novela “Al este del Edén”, creerán que el “biografeador” se ha pasado, pues bondad y maldad son relativas, ya que, como demuestra el desarrollo de la susodicha trama, el hijo bueno, de tan bueno, llegaba a ser malo, y el hijo malo era bueno después de todo y además más divertido, con lo cual se lleva al final a la chica (lo que es creíble, pues en la película era James Dean). Como personaje era un h.p, al igual que lógicamente lo era su hermano por ser su madre madame en un prostíbulo, de ahí la mala sangre, no obstante la cosa queda explicada, porque el padre bueno se dedicaba a leerle la Biblia todas las noches a su señora, que de vez en cuando está bien, pero llega a cansar a diario y no es siempre lo que espera una esposa por las noches (cuestión que explica lo de la huida al prostíbulo, donde hallaría lo que le faltaba).
Pues bien, nos gusta Freud, nos gusta Steinbeck y, sobre todo, nos gusta James Dean, pero hay malos que son malos del todo, no tienen ninguna gracia y encima son feísimos, por eso se merecen una “biografea” bien gorda. Podríamos decir que son unos pobres “diablos” y dejarlos descansar en paz, pero quía, diablos fueron pero de pobres nada, la mayoría nadó en la abundancia y se cargó a media humanidad, por ser mandamases fueron “matamases” y al infierno no se van de rositas; ni Vlad , inspirador del personaje Drácula, que injustamente fue llamado “El empalador” pues ésta era una de sus mínimas especialidades, ya que practicaba con gran esmero también la incineración en vivo, el estrangulamiento, la castración lenta y el desollamiento en vinagre, ni Mao Tse Tung, héroe nacional como el primero, que impuso en su país una dictadura muy igualitaria, pues igual se cargaba a unos chinos que a otros con tal de que le llevasen la contraria o no leyesen el Libro Rojo, que era un tostón de su autoría, que por este método disuasorio vendió más ejemplares que “Patria” de Aramburu.
Pero si el Libro Rojo fue un martirio chino para muchos chinos durante un tiempo, las ecuaciones de segundo grado, ideadas por Diofanto de Alejandría, otro malvadísimo, han ampliado el ámbito de la tortura a nivel universal, siendo azote desde siempre para muchos bachilleres, casi todos, y, en especial, los mal avenidos de por sí con las matemáticas, legiones si se considera que una parte importante de la población le debe la vida a un fallo en los cálculos numéricos.
No obstante, aparte de Diofanto, los malvados de la historia nunca han sido grandes matemáticos, pues en cuanto el genocidio les sobrepasaba el millón de víctimas solían perder la cuenta, así le ocurrió a Leopoldo II de Bélgica, que, junto a todos los recursos naturales del Congo, casi se lleva por delante a toda su sufrida población o a Idi Amín, que llegando a la presidencia de Uganda, tras falsificar su currículum (costumbre que viene de largo), se dio a la compra de armas, ampliando la cacería humana a Kenia y Tanzania por faltarle enemigos que liquidar en tierra propia.
Pero tampoco es que estos masacradores tuviesen una gran simpatía por las letras, si se tiene en cuenta que Torquemada hacía grandes fogatas con los libros peligrosos, que para él, como para otros déspotas son casi todos, y que Iván el Terrible exilió de Rusia a los escritores, al igual que Fernando VII y cuanto tirano se precie. No se trataba de algo personal, pues lo mismo hacían con el resto de los artistas, ya que la cultura les daba bastante grima y es que a las gentes, puestas a la cultura, les da por pensar y poner en duda el poder, denunciar abusos y corruptelas y llegan a ser molestos, en plan Voltaire.
No me cabe duda de que este libro de Enrique Gallud es muy peligroso, porque utiliza el humor, que es el arma más temida por los malvados, pues, en cuanto empezamos a reírnos de ellos, dejamos de temerlos y también de obedecerlos.
“Vidas de gentuza” demuestra que la maldad no es compleja ni atractiva, sino un asunto torpe, inane y ridículo. Se trata de un manual de ética que se lee de la mejor forma, a carcajadas, y nos invita sugerente a mancharnos los dedos de tinta…