Característica peculiarísima y de gran interés en el teatro español del 1600 es, sin duda alguna, la particularidad de los títulos de las obras dramáticas que, más que nombre, eran reclamo para el espectador, publicidad, ambientación y resumen. Entre estos títulos los de Calderón destacan por su configuración acertada al mismo tiempo que por su profundidad y sonoridad. Ahora bien, ¿qué características son las requeridas en un título? O más claramente expresado, ¿qué es un título?
La acepción más extendida nos dice que ‘título’ son aquellas palabras que singularizan una obra literaria y dan a conocer al autor. Pero no ha de olvidarse que en otra acepción del mismo vocablo se nos dice que título es, asimismo, la palabra o frase con que se da a conocer el asunto o la materia de una obra o de cualquiera de sus partes, esto es, el título tiene que ser una síntesis de lo que más adelante el espectador ha de presenciar más ampliamente desarrollado. En el título ha de hallarse el germen de lo que la obra es y, más aún, ha de encontrarse el resumen o la idea que el autor trataba de comunicar al público a lo largo de su obra.
En general se coincide en que los títulos adecuados para una obra literaria deben tener tres cualidades esenciales: deben ser sintéticos, expresivos y verdaderos, esto es: sin excesiva longitud deben interesarnos y reflejar el contenido de la pieza. También es deseable que nos indiquen alguna de estas características: género, tema, orientación, lugar o tiempo. Si el título reúne dos o más de estos elementos, puede considerársele como logrado.
Así sucede con la mayor parte de los títulos de las obras de Pedro Calderón de la Barca que se caracterizan por su precisión y porque ponen reiteradamente de relieve muchos aspectos de la vida del tiempo y, lo que es más importante, la opinión del autor sobre gran cantidad de asuntos y cuestiones. Los títulos de Calderón son casi siempre respuestas, afirmaciones, postulados y, cuando no, connotaciones que llevan a nuestra imaginación a penetrar en el mundo que, con la obra ante nosotros, se nos ofrece aun antes de conocer su contenido. Intentaremos a continuación hacer un estudio detallado basado en algunas particularidades calderonianas que sus títulos nos sugieren y que por su elocuencia servirían para redactar un resumen sobre las características y la visión del mundo de este autor sin entrar en contacto directamente con el texto de sus obras.
Antes de ver los títulos referidos a temas concretos vamos a citar una serie de ellos que son afirmaciones rotundas, postulados indiscutibles que el autor impone al auditorio, probándolos más adelante con su texto. En ellos se resume gran parte de las ideas del poeta. La primera afirmación que hallamos nos lleva directamente a la raíz más profunda del alma del escritor: la que hace referencia a sus creencias: No hay más fortuna que Dios, obra que, como el título acertadamente indica, intenta demostrar que Dios es la raíz de todo bien sobre la tierra. Fuera de esta verdad todo lo demás queda confuso y desvaído, puesto que, como dice otra obra suya, La vida es sueño, tesis que enlaza directamente con el concepto de maya de la filosofía hindú, con Platón y más adelante con la teoría de «el mundo como representación» de Arthur Schopenhauer. Con ello no niega totalmente la existencia, puesto que titula otra obra Sueños hay que verdad son, pero esta verdad es relativa puesto que luego afirma que el hombre ve una realidad deformada que no corresponde con la realidad “real”, lo que le lleva a sufrir o a disfrutar por cosas de una bondad o maldad dudosas. Y así nos dice en una obra de enredo que Gustos y disgustos no son más que imaginación. Después de afirmar en otra obra que es El mayor encanto, amor, nos dice que es El mayor monstruo, los celos, título que ha de entenderse con las connotaciones calderonianas, puesto que, como es sabido, la mayor parte de los celos que el autor nos muestra en sus dramas de honor son injustificados, son sólo imaginación, y con el título de otra comedia de capa y espada desmiente el engaño señalando que No siempre lo peor es cierto.
El carácter retraído y silencioso de Calderón se nos muestra en los nombres de algunas obras que son claros consejos: Nadie fíe su secreto, Basta callar y No hay cosa como callar. El medio de resolver los problemas no es publicarlos, por lo que otra obra se titula A secreto agravio, secreta venganza, sino como nos dice otro título Dar tiempo al tiempo. El hombre puede conseguir lo que desea con tesón, según el autor. Así, haciendo referencia al tema amoroso nos dice con una obra que Para vencer amor, querer vencerle. El amor es uno de los temas principales y preferidos en las obras del autor; es un sentimiento importante aunque no siempre satisfactorio, como se deduce del hecho de que titule otra obra suya Fuego de dios en el querer bien.
Algunos principios de las leyes del honor —tema del que Calderón es especialista indiscutido— se nos muestran en estos títulos. Uno de ellos, Con quien vengo, vengo, nos explica su época y nos advierte el deber del caballero de defender a la persona a la que acompañaba aun enfrentándose con amigos o familiares propios. En estos casos, más que las relaciones, habían de tenerse en cuenta las propias conciencias, que incitaban a los caballeros a ser coherentes con sus ideales, por lo que dice Calderón en otras dos obras Primero soy yo y Cada uno para sí. La defensa de las mujeres es una regla esencial de la caballería andante que perdura aún en el siglo xvii y a su defensa es a lo primero que ha de acudir el caballero, ya que Antes que todo es mi dama, como afirma el nombre de otra obra. Estos ideales afectan también a la mujer que, si es de buen linaje, se siente igualmente atada por las leyes del honor; así el dramaturgo titula una obra con el nombre de También hay duelo en las damas.
El elemento popular, que tuvo un resurgimiento esplendoroso en el Barroco, tras el periodo renacentista, selecto y aristocrático, queda representado en estos títulos por una amplia sucesión de refranes y frases hechas que son también el eje primordial de la obra al frente de la cual se encuentra y en los que debió basarse el autor para la confección de la trama argumental de éstas. Así, nos dice con estos títulos que Casa con dos puertas, mala es de guardar, Las manos blancas no ofenden, Mañana será otro día, Bien vengas, mal, si vienes solo, Guárdate del agua mansa, etc. Como ejemplo de frases hechas son dignas de nombrarse las que forman los siguientes títulos: Mejor está que estaba y Peor está que estaba, que nos dicen que para el autor nada hay absoluto y que todo es susceptible de mejora o de empeoramiento. También se hallan citas de la Biblia como A Tu prójimo como a ti, y títulos que sugieren el argumento, como A Dios por razón de estado.
Es frecuente encontrar como títulos de piezas dramáticas metáforas esencialmente poéticas, muy del gusto del autor, de tipo generalmente religioso que se hallan principalmente en los autos sacramentales. En ellas Calderón compara diversidad de términos, siendo el mundo el concepto más prolijamente tratado. Algunos de estos títulos son El gran mercado del mundo, en donde los hombres intercambian sus propiedades o venden sus conocimientos; El laberinto del mundo, en donde el hombre camina incesantemente hasta llegar a la muerte —la salida—; La viña del Señor, comparación parabólica de tipo religioso; y el más popular, El gran teatro del mundo, en el que el escritor afirma que la vida es sólo representación del papel que Dios nos ha dado. A la religión la llama con un título La siembra del Señor y a los placeres, Las cadenas del demonio. También son curiosas de citar algunas antítesis en las que se utilizan términos opuestos o imposibles. Estos títulos, de gran originalidad, son El secreto a voces, Amar después de la muerte y El encanto sin encanto.
Son abundantes también en este autor los títulos formados de dos elementos diversos que tienen una relación directa con el argumento, haciendo referencia especial al hecho de que, aunque en muchos casos parezcan términos semejantes, existe una gran diferencia entre ellos y esta diferencia se hace principalmente en el título. Así tenemos Llamados y escogidos, El acaso y el error, Agradecer y no amar, La banda y la flor, El lirio y la azucena, etc. Los casos más frecuentes son aquellos en los que Calderón nos muestra una oposición de dos términos que representan en sí las oposiciones y desigualdades de la vida en un sentido abstracto, como en El veneno y la triaca y La cura y la enfermedad, en un sentido social como en La señora y la criada, especificando los mismos resultados de dos sentimientos distintos en Afectos de odio y amor o explicando los resultados diferentes de una misma causa, como en Dicha y desdicha del nombre. En la visión calderoniana del mundo nada permanece oculto y el bien y el mal quedan plenamente representados, principalmente en sus obras La semilla y la cizaña y Saber del mal y del bien. También hallamos en estos títulos la compaginación de tres elementos que producen unos efectos contradictorios en el protagonista que tiene dificultades para aunarlos y compaginarlos, como en Amigo, amante y leal y Amor, honor y poder. Estos títulos basados en tres conceptos pueden ser simbólicos, como sucede en el caso de La fiera, el rayo y la piedra.
Otro aspecto barroco sobre el que Calderón hace especial énfasis es la mitología, a la que se hacen frecuentes alusiones en todas las obras teatrales del siglo, pero principalmente en las del autor del que nos ocupamos. La mayor parte de los personajes mitológicos de la cultura antigua greco-latina se hallan representados en las comedias mitológicas de Calderón y muchos de ellos encabezan estas obras con su nombre. Así tenemos El hijo del sol, Faetón, El divino Orfeo, El divino Jasón, Psiquis y Cupido y muchas otras en donde Apolo, Clímene, Eco, Narciso, Perseo, Andrómeda, Prometeo y Pan encabezan el título de la pieza.
La historia, que inspiró a los autores de su tiempo dándoles en las Crónicas profuso temas para sus obras, aparece abundantemente en estos títulos. Algunos de ellos se refieren a episodios históricos concretos como El cisma de Ingalaterra, El sitio de Breda, El año santo de Roma, etc.; pero como la historia la hacen los hombres, son los personajes históricos y su vida lo que abunda en estos títulos que muchas veces son únicamente el nombre del personaje, como en El santo rey don Fernando o El conde Lucanor, que en otras ocasiones no mencionan el nombre, sino que hacen referencia sólo al título, cargo o tratamiento, como en El alcalde de Zalamea, El tetrarca de Jerusalem o El gran duque de Gandía y que a veces hacen alusión a un momento concreto de la vida de estas personas, como en La cena del rey Baltasar o La lepra de Constantino, por citar algunos ejemplos entre los muchos.
Junto con las históricas también destacan las obras de tema bíblico y religioso, ya que no hay que olvidar que en el xvii se había perdido ya la indiferencia religiosa propia del Renacimiento y que la generación de dramaturgos del 1600 contaba con una mayoría de religiosos. Los temas bíblicos hacen referencia a sucesos concretos que en la Biblia se nos relatan, como los referentes a La piel de Gedeón, Las espigas de Ruth, La orden de Melchisedech, El cordero de Isaías o La torre de Babilonia. Como se ve todos estos títulos tienen una construcción análoga. Las obras religiosas cuentan con unos títulos en los que se halla muy claramente definida su intención, puesto que el espectador tenía que conocer el estilo de la obra a contemplar y muchos religiosos asistían sólo a este tipo de comedias y no gustaban de ver las de tema más mundano. Así tenemos Los misterios de la misa, La devoción de la cruz, La protestación por la fe, La exaltación de la cruz, etc.
Aparte de por la belleza de sus versos, la profundidad de su pensamiento y su habilidad dramática, Calderón destaca en su siglo por la magnífica ambientación que da a sus obras, en las que el lugar en el que se desarrolla la acción llega a veces a la categoría de protagonista. De ahí que muchas de sus obras reciban por título no el nombre del personaje que las protagoniza ni una alusión a la esencia del tema, sino el nombre del lugar en el que se desarrollan. Estos nombres, con contadas excepciones, hacen referencia a lugares exóticos o fantásticos que despiertan la imaginación del espectador y le presenta nuevos mundos llenos de belleza. Así, entre las que hacen referencia a mundos imaginarios tenemos El golfo de las sirenas, La puente de Mantible y El castillo de Lindabridis. Entre las de tema mitológico, El jardín de Falerina y El sacro Parnaso, etc. Otras aluden a lugares conocidos pero son una minoría y entre ellas sólo tenemos El nuevo palacio del Retiro y El valle de la Zarzuela.
Otro elemento importante es el misterio, que despierta el interés en el espectador y que, en el caso concreto de los títulos, da a la obra un atractivo por la contradicción que en el nombre se halla, al hacer éste referencia a un suceso o persona extraños. Algunos de estos títulos son tan expresivos que nos explican la idea principal de la obra, como El médico de su honra y El alcaide de sí mismo. Otros títulos dicen menos pero sugieren más. Así, El príncipe constante, El pintor de su deshonra y La hija del aire. Sin embargo, en este grupo son más dignos de mención aquellos títulos que tienen relación directa con lo mágico y lo misterioso, con las ciencias ocultas o los poderes sobrenaturales, tema de conversación muy de moda en su época, como en el caso de El diablo mudo, La dama duende, El galán fantasma, El astrólogo fingido o El mágico prodigioso.
Por último citaremos otro procedimiento que Calderón utiliza para estructurar sus títulos y que se basa en una afirmación que es como una pregunta a la que se da respuesta con el contenido de la obra y que incita al espectador a acudir al teatro a enterarse de qué es aquello que en el título de la obra se le ofrece y que ha despertado su curiosidad. En sus obras Calderón nos explica lo que son Los encantos de la culpa, El día mayor de los días, El primer refugio del hombre, El mayor monstruo del mundo, Los tres mayores prodigios, etc. Pero sobre algunos temas no hace Calderón una afirmación, sino una interrogación formal que, aun después de la representación de la obra, queda sin contestar, quizá porque dicha contestación no existe. La primera de ellas hace referencia a la inconstancia y a la volubilidad de las mujeres y es ¿Quién hallará mujer fuerte?, pregunta que queda sin responderse. Y, para finalizar, otro título al que Calderón no puede contestar tampoco satisfactoriamente, que es la pregunta ¿Cuál es mayor perfección? En un sentido absoluto nosotros, como Calderón, carecemos de respuesta, pero en un sentido relativo y limitado en el tiempo podemos decir que, en el teatro barroco, la mayor perfección es aquella que encierran las obras de Don Pedro Calderón de la Barca.