Tal vez debería hablarse de él al revés, como de un escritor que adoptó además la profesión del sacerdocio, porque a Gabriel Téllez Girón (1583-1648), conocido como ‘Tirso de Molina’, se le recuerda más por su teatro que por su ministerio.
Tirso ingresó con 17 años en la Orden de la Merced y se ordenó a los 23. Estudió Teología y luego la enseñó en la Universidad de Santo Domingo. Pasó parte de su vida eclesial retirado en un monasterio. Fue cronista oficial de su orden y comendador del convento de Soria.
Al margen de su vida religiosa, nuestro hombre fue un apasionado del teatro y un fiel seguidor y defensor de Lope de Vega. Escribió entre trescientas y cuatrocientas comedias barrocas en verso, de las que sólo nos han llegado sesenta. Su teatro destaca por dos innovaciones. Fue quien más profundidad psicológica infundió a sus personajes, creando algunos de los más representativos del tiempo, como Don Juan Tenorio, burlador de Sevilla. Y también llevó a la mujer al primer plano de importancia en sus comedias. Sus personajes femeninos se muestran siempre claramente superiores a los varones y tienen un encanto especial. Tirso experimentó libremente, haciendo que muchas de sus protagonistas se disfrazasen de varón.
La creación teatral proporcionó bastantes disgustos a Tirso. Su orden le castigó repetidamente con diversas reclusiones y destierros. El Conde-Duque de Olivares, valido del rey Felipe IV, llegó a pedir su excomunión «por escribir comedias profanas y con malos incentivos y ejemplos».