Desde tiempo inmemorial, todas las civilizaciones han ido creando una enorme variedad de símbolos que son muestra de la altura cultural que alcanzaron. El caudal de mitos y símbolos de la India es inmenso, lo que no es de extrañar si se considera que el hinduismo no es meramente una religión, sino una completa forma de vida. En su evolución, durante cuatro mil años, ha acumulado muchas creencias y prácticas que afectan a la vida socio-religiosa de sus seguidores. Desde su pasado mitológico, el hinduismo se ha visto enriquecido con formas de carácter místico y de naturaleza simbólica, siendo a la vez signos de espiritualismo.
Los animales han sido siempre importantes por su estrecha relación con los humanos. A los animales se les atribuye fácilmente cualidades antonomásicas y se les considera fuerzas protectoras. En la India, partiendo de la base metafísica de que Dios lo es todo y nada existe fuere de Él, los animales participan de pleno en la esencia divina de todo el universo y sirven como símbolos de unas características venerables. Desde la antigüedad se les ha sacralizado en la India, como parte integrante de la naturaleza. Algunos son sagrados de por sí, como las vacas. Otros se hallan asociados a diversos dioses del panteón hindú, como acompañantes o cabalgaduras de los mismos, como es el caso del elefante, del caballo, del pavo real, del cisne, del león. Los indios aman a estos animales, los protegen y los veneran en su iconografía sagrada.
Detallaremos a continuación los principales animales simbólicos en el culto y la iconografía hindú.
LA VACA
Go, sáns. «res».
Se la representa siempre de color blanco. En su cuerpo suelen dibujarse imágenes de los dioses, como integrados en el cuerpo de la Naturaleza, pues se cree que en cada uno de sus miembros reside una deidad específica. En ocasiones aparece alada y con tres rabos.
Simboliza la Madre Tierra, la Naturaleza y, por extensión, la fertilidad y la abundancia, como un aspecto benigno de la Gran Diosa. Como proveedora de leche se la considera como una madre.
Recibe varios nombres, según sus conexiones con distintas deidades. El más importante es Kâmadhenu («otorgadora de deseos»), la vaca de la abundancia, tomada como representación de Lakshmî, diosa de la prosperidad. Este animal tenía el poder de conceder todos los deseos. Es, pues, sagrada por su generosidad hacia los humanos, como proveedora incansable, pues puede producir cantidades infinitas de leche y es la nodriza de todos los seres vivientes. Kâmadhenu surgió del batimiento del océano primigenio. Además, representa en sí a todas las especies animales.
Según la leyenda, tras el surgimiento del hombre, sus tejidos corporales comenzaron a desgastarse. Entonces el dios Brahmâ, para beneficio de la humanidad, se transformó en una vaca y dio a los hombres el néctar en forma de leche. Por ello se considera a la vaca como padre y madre, el ganado vacuno en general es respetado en la India y el asesinato de una vaca se considera un gravísimo pecado. Consecuentemente, el proteger a las vacas tiene implícito gran mérito religioso y social.
Otro aspecto de la vaca sagrada es el de Prishni («nube de lluvia»), epíteto de la diosa Rudranî, consorte de Rudra (la forma primitiva de Shiva). Se la considera la diosa de la lluvia, en su aspecto benéfico. Es la madre de los rudra o formas del dios Shiva que representan los principios de la naturaleza. Se la representa como una vaca lechera que nutre al mundo.
La divinidad de las vacas es Rohinî, una diosa que, según la tradición, aleja la ictericia y la transfiere al color amarillo. Es nieta del dios Brahmâ y esposa predilecta de Chandra, dios de la luna. Se la conoce como «la roja» y se la identifica con la constelación de Tauro, cuya estrella principal es roja.
Las vacas están también relacionadas con otros dioses, como Krishna, encarnación del dios Vishnu, que es un vaquero y aparece siempre rodeado de estos animales. Uno de los paraísos del hinduismo es el Goloka, voz sánscrita que significa «el mundo de las vacas». Es una adición moderna a los catorce mundos originales.
Este animal fue esencial para todos los pueblos de origen ario, ganaderos antes que agricultores. Desde principios de la era cristiana en la India predominaba la dieta vegetariana para los hindúes que se basaba principalmente en productos lácteos: leche, queso, yogur y mantequilla. Hay que recordar que en la India la leche se considera el alimento más puro y mejor por excelencia. Incluso existen ceremonias de bañar en leche a una deidad como la forma suprema de adoración. Además, las vacas eran las compañeras de trabajo, que ayudaban a los campesinos a roturar la tierra. Al morir, su piel servía para hacer tiendas y ropajes.
La adoración ritual de la vaca se lleva a cabo mediante la ingesta simbólica de los cinco productos que nos ofrece: leche, mantequilla, yogur, orina y estiércol, en los que se basaba la economía india antigua, ya que los tres primeros eran esenciales en la alimentación, la orina se empleaba como desinfectante y el estiércol como combustible.
A estas bestias se las deja en libertad, para que paseen a su gusto, tanto en los pueblos como en las ciudades. Se las suele cuidar con mucho cariño y es frecuente decorarlas y adornarlas. En diversas regiones es costumbre pintar sus cuernos de colores para embellecerlas y distinguirlas. Se considera una acción meritoria alimentar a las vacas, sean propias o ajenas, y es un acto que se suele llevar a cabo con una actitud de reverencia.
En la actualidad, la vaca es el símbolo político de la «Madre India», empleado por diversos partidos.
En cuanto al toro, goza del mismo respeto, aunque su significado es, obviamente, diferente.
Es representación de la fuerza agresiva y sexual. Es el dador de vida por excelencia y al considerarse a un dios como poderoso era lógico asociarle a este animal. Este simbolismo procede del antepasado el toro, el auroch (bos primigenius), que era todavía más fuerte y poderoso.
El toro queda representado mitológicamente en la figura de Nandî («el feliz»), la cabalgadura del dios Shiva. Se le considera hijo del sabio védico Kashyapa y de Kâmadhenu, la sagrada vaca de la abundancia. Simboliza el ascetismo y la rigidez religiosa, así como el concepto de satsanga («verdadera compañía») o asociación con seres espiritualmente elevados y que ayudan al progreso del alma. Su imagen, de un blanco lechoso, se encuentra siempre en la parte exterior de los templos shivaítas, como deidad protectora, y los fieles tocan sus testículos para obtener la fuerza viril y la protección divina. Comparte con el dios muchas características, como la fuerza, la ferocidad y la potencia sexual y es el jefe de los guardias personales del dios, así como de todos los cuadrúpedos.
Se le tiene por el mejor de la multitud de los devotos del dios, el alma del hombre que se postra ante Shiva y siempre está concentrada en él, por lo que su efigie se encuentra en la parte exterior de todos los templos shivaítas. Es la más leal de las deidades protectoras. Como vehículo del dios es una manifestación zoomórfica del mismo.
A Nandî se le considera una personificación del poder que se puede conseguir dominando la fuerza bruta y controlando la pasión. Es, además, el padre de la abundancia, el generador que fertiliza a la naturaleza y produce la prosperidad en los mundos. Sus cuatro patas simbolizan los principios de satya («verdad»), dharma («rectitud»), shânti («paz») y prema («amor»). Sus dos cuernos representan a bhakti («devoción) y a shraddhâ («fe»).
Pero esta forma de trato no la iniciaron los arios. Los pueblos aborígenes de la India ya veneraban al toro desde antiguo, asociándolo al dios Shiva. Su imagen representa las culturas anteriores a los arios, por los que se han encontrado en las excavaciones de Mohenjo Daro y Harappa, en la civilización del Valle del Indo.
EL ELEFANTE
Gaja, sáns., «paquidermo».
Al elefante, salvo excepciones específicas, se le representa de color gris y de gran tamaño. Suele tener tres trompas
Su simbolismo es múltiple. Representa a la nube y, como tal, puede llegar a ser adorado. Es una nube de lluvia que camina por la tierra y con su presencia mágica, llama a las nubes aladas para que se acerquen. Así, por su asociación con la lluvia, la fertilidad de las cosechas, el ganado y, en general, el bienestar del hombre, se le considera un animal benefactor.
También está asociado la pureza, por el hecho de ser vegetariano, pese a su gran tamaño. Además, representa la fuerza y el poder real, debido a su solidez, estabilidad y permanencia. El elefante atraviesa la selva apartando con su trompa los obstáculos del camino, lo que se puede entender en el sentido del sendero espiritual del que hay que apartar todo lo que entorpece el progreso. Así, queda identificado con la sabiduría cercana al hombre, por ser un animal que trabaja junto a él.
Las conexiones mitológicas de este animal son también interesantes. En primer lugar está Gajaindra el elefante blanco de Indra, rey de los dioses. Por ir Indra montado en nubes, se asoció a su cabalgadura con éstas y con el fluido vital del cosmos. A este animal gigantesco se le conoce más como Airâvata («surgido del agua») y es el antepasado de todos los elefantes de la tierra. Es la deidad guardiana del Este y defiende ese punto cardinal. Surgió tras el batimiento del océano. Según otra leyenda, cuando nació el ave Garuda, cabalgadura del dios Vishnu, en el instante en que rompió el huevo, el dios Brahmâ cogió en sus manos las dos mitades de la cáscara y canto sobre ellas siete melodías celestiales. Airâvata nació entonces de la cáscara de huevo que Brahmâ tenía en la mano derecha. Le siguieron siete machos más. De la cáscara de la mano izquierda surgieron ocho hembras y así se formaron los antepasados de todos los elefantes de la tierra. La consorte de Airâvata se llama Abhramu (de mu, «formar», y abhra, «nube»: «la que produce nubes»).
Otra conexión con lo religioso la tenemos en la figura de Ganesha, dios de la inteligencia, a quien se representa con cabeza de elefante y que es quizá la deidad más mayoritariamente querida en la India. Ganesha es hijo del dios Shiva y Pârvatî, diosa de la energía.
Existe un secta hindú, muy numerosa, de adoradores de Ganesha. Entre ellos no existe la división de casta y se autoriza la promiscuidad así como el consumo de licor. Como distintivo llevan un círculo rojo sobre la frente. Sus seguidores reciben el nombre de gânapata y existen seis variantes de la misma, que adoran al dios como única deidad y para los que éste simboliza todo el universo.
El cuarto día lunar del mes de Bhâdrapada (del 22 de agosto al 20 de septiembre tiene lugar una festividad en honor de Ganesha, denominada Ganeshachaturthî («cuarto día de Ganesha»). En ella se celebran desfiles por las calles de las ciudades y de los pueblos, que concluyen al arrojar imágenes del dios, hechas con barro o arcilla, a los ríos sagrados o al mar. Esto se hace en medio de cánticos y bailes. Tras la inmersión, una parte del material del que se han hecho las efigies se recupera y con él se marcan simbólicamente los graneros o aquellos lugares en los que se desea prosperidad.
La relación del elefante con la rama vishnuita se encuentra en la figura mitológica de Gajendra, el rey de los elefantes, gran devoto del dios Vishnu, quien le rescató de las garras de un monstruo marino que le había intentado arrastrar a las profundidades de las aguas, cogiéndole por las patas y del que se había intentado liberar durante siglos sin conseguirlo.
Lakshmî, la diosa de la prosperidad, esposa de Vishnu, tiene asimismo su vínculo con los paquidermos, en su aspecto de Gajalakshmî («Lakshmî de los elefantes»). Este aspecto aparece de la siguiente manera: de un jarrón lleno de agua brotan cinco lotos, dos de los cuales sostienen a un par de elefantes blancos a los lados. Estos, con sus trompas, derraman agua sobre la diosa mientras ésta levanta con su mano derecha sus pechos como símbolo de fertilidad. Estos elefantes se llamas Shrîgaja («elefante de Shrî [Lakshmî]») y simbolizan también al agua, dispensadora de bienes y necesaria para la vida.
Por último, el elefante sirve también para representar a Gautama Buddha, de quien es vehículo. Según el budismo, este animal es símbolo de la inteligencia y quien trae la redención de las ataduras mundanas.
Además de estas conexiones, los elefantes son animales cosmóforos o sostenedores del cosmos. Son las cariátides del universo. Tradicionalmente existen ocho elefantes mitológicos que representan a los ocho puntos cardinales y que sostienen sobre sus lomos la creación. A tales animales se les denomina hastin («elefante») o diggaja («elefante de los puntos cardinales»). Sus nombres son Airâvata, Pundarîka, Vâmana, Kumuda, Añjana, Pushpadanta, Sarvabhauma y Supratîka. Se les suele representar juntos, en sus lugares respectivos de un rectángulo que incluye en su centro cualquier símbolo de la tierra.
Todas estas razones conducen a un culto generalizado. Los elefantes se cuentan entre los animales más queridos de los indios y, por supuesto, también son sagrados. Probablemente, son los animales más reverenciados después de la vaca y se suele emplear en muchas ceremonias religiosas en los templos. Antiguamente eran esenciales para el culto, por lo que cada templo tenía que poseer uno para tareas sacrificiales y procesiones. Se les respetaba tanto que en se empleaban para elegir un sucesor al trono. La superioridad de un rey se medía en el número de elefantes de su ejército. El nacimiento de un elefante se consideraba un signo de futura prosperidad.
En la actualidad los elefantes suelen emplearse principalmente en procesiones religiosas, en las que se les decora y pinta con varios colores, protegiéndoseles la frente con una coraza profusamente adornada. Todos estos ritos suelen celebrarse en festividades especiales y, para ello, los templos cuentan con sus elefantes particulares, ocupados exclusivamente en esta actividad. Por ello, en el sur de la India especialmente, son comunes los santuarios de elefantes, amplios recintos en donde se cría y cuida a los paquidermos y se les adiestra para procesiones. Allí se encuentran en libertad y tienen gran número de cuidadores especializados para atenderles.
EL CABALLO
Ashva, sáns., «caballo».
A este animales le suele representar de inmenso tamaño e indefectiblemente de color blanco y con dos grandes alas.
Es un símbolo solar, pues arrastra el carro del sol. En un nivel primario representa al poder. Los caballos tiraban de los carros en los que los arios invadieron la India y éstos fueron los que posibilitaron sus victorias, pues con dos caballos veloces eran un arma invencible. En un plano más sutil el caballo personifica la consciencia en forma de fuerza vital. Es la fuerza nerviosa que es origen de nuestras acciones. Un hombre capaz de dominar a los caballos representa el poder espiritual del individuo cuando logra someter a sus impulsos más primarios.
El caballo se sacralizó cuando el dios Vishnu, en su encarnación como Krishna, tomó la profesión de auriga, en la epopeya del Mahâbhârata. También se halla en relación con otros dioses, como Sûrya, el dios del sol, que posee a Uchchaihshravâ, un caballo blanco que surgió con el batimiento del océano y cuyo único alimento era el amrita o ambrosía.
Indra, rey de los dioses, es dueño de un caballo volador, Devâshva («el caballo de Dios»), llamado también Meghapushpa («flor de las nubes»). Vâyu, dios del viento, tiene a su servicio a los Niyut, un grupo de fogosos corceles que le transportan por los cielos.
Además existe una especie de seres semidivinos, denominados kinnara, de gran pureza y santidad, que residen en los montes Himâlaya junto con los santos terrenales que han alcanzado la perfección. Se les representa como centauros o con cuerpo de hombre y cabeza de caballo.
Sin embargo, no todas las connotaciones del caballo son positivas. Puede considerársele un mensajero de la muerte. Un caballo monstruoso, Hayagriva, fue quien robó los Veda y obligó al dios Vishnu a encarnarse como pez para vencerle. Además, la décima encarnación de Vishnu —todavía por llegar— aparecerá sobre un caballo blanco que pisoteará bajo sus cascos a los pecadores y destruirá al mundo.
El culto al caballo estuvo muy extendido durante el tiempo del esplendor ario y en torno a él tenía lugar una ceremonia curiosa, denominada ashvamedha («el sacrificio del caballo»), una de las más importantes y quizá la más elaborada de los tiempos védicos, celebrada por reyes o personalidades muy poderosas y cuyos beneficios eran innumerables. En un principio lo celebraban aquellos que deseaban descendencia. Después pasó a ser una forma de conseguir la supremacía política. Este rito poseía un valor cultural de gran importancia. Se solía hacer en honor de un rey que hubiera demostrado su supremacía militar sobre sus enemigos. Los prolegómenos duraban un año e incluían a miles de sacerdotes. Durante este tiempo tanto el rey que auspiciaba el sacrificio como el semental que se empleaba debían permanecer célibes. Entonces se dejaba en libertad al caballo durante un año, siendo seguido éste por hombres del rey. Cuando el caballo entraba en un reino vecino, el rey debía conquistar este reino en el caso de que el soberano del lugar no se le sometiese de buen grado. Tras el regreso del caballo, se le ofrecía una yegua y cuando el caballo relinchaba de júbilo se le sacrificaba en medio de grandes fiestas. Se suponía que el caballo sacrificado se convertía en corcel celeste y se le identificaba con el Sol a causa de su rapidez. La solemnidad del sacrificio duraba tres días. El primero se pasaba entre rezos y oraciones a las divinidades. El segundo, tras haber sido ungido por las tres esposas principales del rey, el caballo debía ser atado a un poste, junto con otros animales que le acompañarían en su destino, y se le sacrificaba por asfixia, envolviéndole la cabeza en telas. Una vez muerto, la esposa principal se subía sobre él y le despedazaba, ofreciendo los trozos a Prajâpati, dios de la creación. El tercer día era dedicado a festejos y celebraciones.
EL MONO
Vânara, sáns. vanar, «del bosque».
El mono que aparece en las representaciones iconográfica indias es un ejemplar pequeño, de cola larga, un macaco de la variedad común de reshus.
Simboliza la lealtad, la devoción religiosa y el valor.
En la India se le tiene al mono gran reverencia por la semejanza de sus movimientos con los de los humanos. Los primates abundan mucho en el subcontinente indio y se les permite morar cerca de los templos. Es meritorio el alimentarlos y pecado matarlos. La razón principal para la devoción a estos animales se encuentra en la literatura, en el personaje del dios-mono Hanumân, cuyas aventuras se cuentan en el poema épico titulado Râmâyana («Las andanzas de Râma»), la segunda de las grandes epopeyas de la India.
Hanumán es hijo de Vâyu, dios del viento, y una de las encarnaciones del dios Shiva. Se le tiene como la personificación de la devoción, debido a su lealtad al príncipe Râma —séptima encarnación del dios Vishnu—, de quien era ardiente devoto, y a quien ayudó a recuperar a su esposa Sîtâ, raptada por el demonio Râvana. Este ser, general de un ejército de monos, es el prototipo de la fuerza, el valor, la destreza y sobre todo el amor a su señor. Posee una fuerza física inmensa y la capacidad de adquirir cualquier forma. Se le considera también de gran sabiduría, es el preceptor de los dioses y a él se le atribuye asimismo la invención de un sistema musical.
Además, son innumerables sus proezas físicas. Franqueó de un salto el brazo de mar que separa a la India de la ciudad de Lankâ e incluso repitió este alarde llevando en brazos toda una montaña, pues fue enviado a los montes Himâlaya por una hierba milagrosa para hacer revivir al hermano de Râma y, por no poder distinguirla, optó por llevar todo el monte. También llegó a la ciudad de Lankâ, hundió las puertas de la ciudad, mató a cinco generales y a siete hijos del ministro del rey. Luego incendió la ciudad de Lankâ, prendiendo fuego a su cola y saltando de palacio en palacio.
La imagen de este primate antonomásico se venera durante los martes. Sus imágenes, generalmente teñidas de color azafrán, se encuentran, no sólo en los templos, sino también en las plazas de los pueblos, junto a los grandes árboles, en las encrucijadas de los caminos y en los bosques y otros lugares solitarios. Los devotos dejan allí sus ofrendas, consistentes principalmente en frutas, para que los monos se alimenten. Una secta específica hindú del siglo XIV, la creada por Ramânanda, le considera el dios supremo.
Al contenido simbólico de Hanumân se ha de unir el de otros monos legendarios que cumplen también una función característica en la cosmogonía hindú. Así, tenemos al mono Nîla, que tuvo un puesto de honor como caudillo de las huestes de monos de las que se sirvió el príncipe Râma. Su cometido especial consistía en proveer de centinelas y proteger a su ejército de los ataques improvisados del enemigo. Era hijo de Agni, dios del fuego, quien le concedió el poder de ver claramente en la obscuridad, por lo que ha quedado como símbolo de clarividencia.
Nala es otro mono mitológico que participó en la misma batalla. Era hijo de Vishvakarma, el arquitecto celestial. Fue él quien proyectó el puente que sirvió al ejército de simios para cruzar desde la península india a la isla de Lankâ, para efectuar el rescate de la princesa Sîtâ. Desde entonces se reverencia a los monos como constructores.
En la misma epopeya, el mono Sushena, hijo de Varuna, dios de las aguas, y experto en medicina, fue quien sugirió a Hanumân la posibilidad del empleo de una hierba medicinal que se encontraba en los montes Himâlaya, para devolver la vida al príncipe Lakshmana, muerto en el combate. Desde entonces se establece un vínculo simbólico entre los monos y el sistema de medicina ayurvédico —el más tradicional y popular en la India—, basado en tratamientos herbarios.
EL PAVO REAL
Mayûra, sáns., «pavo».
Se representa siempre al pavo real macho, aunque su cola no ha de estar necesariamente extendida.
Su simbolismo es vario. Por una parte representa a la religión en su plenitud y también el control sobre los elementos instintivos.
Tiene el rango de pájaro nacional de la India. Es otro de los animales sagrados, por su relación con diversos dioses, a los que personifica. Se le considera el vehículo del dios Kârttikeya, hijo de Shiva. También Sarasvatî, la diosa de la sabiduría cabalga en él. Y el dios Vishnu va siempre ataviado con plumas de este bello animal. Según la tradición, Indra, el rey de los dioses —que se sienta en un trono que es un pavo real—, le otorgó varios dones, como los ojos de su plumaje, su capacidad de ser heraldo de las lluvias y su carácter de devorador de las serpientes.
Es un signo solar, debido a su vistosa cola en forma de rueda, que evoca inequívocamente al sol y sus rayos. Su cola extendida representa la bóveda del cielo, siendo sus plumas las estrellas.
Es un animal propicio al que tradicionalmente se le ha asociado con otros sentidos. Puede representar en ocasiones el elemento folklórico y autóctono de la cultura. Puede representar la vanidad y también la riqueza y el esplendor. Sin embargo, su sentido generalizado es el de la supresión del ego y el control sobre la serpiente (la energía), o sea: los elementos instintivos.
Existe la creencia de que, tras la muerte, las almas viajan hacia sus otros cuerpos en forma de pavos reales. Asimismo, esta ave se halla también íntimamente asociada a la literatura, como elemento estético y como personaje, pues en donde en muchas ocasiones sirve de enlace a los enamorados y les lleva sus mensajes de amor.
LA SERPIENTE
Nâga, sáns., «serpiente».
Para la representación iconográfica de la serpiente en la India siempre suele utilizarse la forma de la cobra real, generalmente con la capucha desplegada y, en ocasiones, con cinco cabezas.
Las serpientes son representación de la sabiduría y personificación del agua que brota de lo profundo de la Madre Tierra. Aunque en ocasiones se hallen asociadas al mundo de los muertos, su connotación no es negativa. Una serpiente que habita una casa puede ser la forma en la que los antepasados bendicen a la familia. También se las asocia con la medicina y con la reencarnación, por la forma en que mudan su piel.
Su importancia religiosa proviene de Shesha o Anantashesha («resto infinito»), la serpiente infinita sobre la que descansa Vishnu. Es la personificación de las aguas cósmicas y fuente de todas las aguas, así como de la Vía Láctea. Es la más buena y noble de las serpientes y se la considera la manifestación animal del dios. Sirve de morada a Vishnu antes de la creación de los mundos. Sus cuatro anillos representan los cuatro los cuatro grandes yuga o edades del tiempo cósmico. Sostiene el universo sobre su cabeza y sus bostezos provocan terremotos. Su nombre se debe a que, cuando el universo se disuelve, ella representa lo que queda después de haber sido formadas las aguas cósmicas, la tierra y todos sus seres, los restos de la manifestación divina. Significa el eterno silencio del cosmos antes de la creación y el recogimiento del ser en sí mismo.
Otro ser de importancia mitológica es Vâsukî, el rey de las serpientes, que adorna el cuello del dios Shiva. Es la más importante de las serpientes y uno de los sostenedores del universo. Fue la cuerda que arrastró la nave del primer hombre hasta colocarla en un lugar seguro en lo alto del monte Himâlaya durante el diluvio.
También ha de considerarse a Manasâ, la reina de las serpientes y protectora de los hombres ante los reptiles. Es hermana de Vâsukî. Se la representa como una mujer vestida con serpientes, sentada sobre un loto o en pie sobre una serpiente.
Kadru, por su parte, es la madre de las serpientes, esposa del sabio védico Kashyapa. Dio nacimiento a mil serpientes.
La cobra Mukulinta («de ojos cerrados»), que habitaba entre las raíces de un árbol, es también venerada, pues, observando al Buddha, que meditaba a su lado, y viendo que se acercaba una tormenta, se enroscó en su cuerpo y con su capucha le protegió de la lluvia durante siete días.
Pero los seres mitológicos más interesantes son los denominados nâga, una especie de serpientes semidivinas con una triple personalidad: divina, humana y animal. Pueblan los paraísos subacuáticos y el fondo de los lagos, ríos y mares, en palacios suntuosos. Son los guardianes de la energía que se almacena en las aguas, así como de las riquezas del fondo del mar. Se les considera los dvârapâla («guardianes de las puertas») por aparecer guardando las entradas de los templos o santuarios. Son hijos del sabio védico Kashyapa y de Kadru. Están gobernados por Vâsukî y residen en el Nâgaloka («el mundo de las serpientes»).
Los nâga controlan las lluvias y están en constante lucha con el águila Garuda, cabalgadura del dios Vishnu, que representa al sol; es el equilibrio entre el calor y la lluvia evaporada, ciclo de las aguas. Ambos son necesarios, sin embargo, para el funcionamiento de la tierra.
En el ámbito filosófico, el yoga habla de la serpiente Kundalinî, la energía cósmica primordial que se halla en cada individuo, representada como una serpiente en la base de la columna y que, eventualmente y mediante la práctica del yoga, se puede hacer subir, despertando los chakras o centros de energía del cuerpo y las capacidades de éstos.
El culto a las serpientes en la India data de la época prehistórica, como ha demostrado el hallazgo de algunos restos arqueológicos. Al contrario que en el contexto occidental, la serpiente en la India tiene connotaciones positivas, está asociada a los dioses más importantes y simboliza de forma genérica la energía universal. El culto a las serpientes está generalizado, aunque es más habitual en el sur del país. Existe una celebración anual de especial importancia, denominada Nâgapañchamî («quinto día de las serpientes»), un festival de adoración de áspides, de gran popularidad en la India meridional. Tiene lugar el quinto día de la quincena brillante del mes de Shrâvana (julio-agosto). En esta fecha se adora a las serpientes, con dulces, flores y lamparillas. Las imágenes de éstas —de oro, plata, piedra o madera— son bañadas en agua y leche. Después se recitan ante ellas cánticos y oraciones específicos de la festividad. En muchos lugares se venera a las serpientes vivas y se les ofrecen cuencos de leche bendecida.
Durante este día está prohibido cultivar o roturar la tierra, así como cavar zanjas o pozos, para respetar a estas criaturas que viven bajo la superficie. Se cree que la observancia de esta fiesta protegerá al devoto de los ataques del animal. De hecho, en los árboles a la salida de los pueblos hay imágenes de serpientes que se supone que conceden su protección a los caminantes.
Por supuesto, está muy mal considerado atacar a estos animales. La práctica común de los indios cuando se encuentran con una de ellas en el camino, consiste en quedarse quietos y dirigirse a ella con el saludo ritual, considerándola un símbolo del dios Shiva y, por ende, auspiciosa.
EL CISNE
Hamsa, sáns., «ganso».
En su representación iconográfica es siempre de color blanco, aunque no se establece una diferenciación especial entre el cisne propiamente dicho y otras aves semejantes, como el ganso.
Esta ave, de potencialidades creadoras, es símbolo de limpidez espiritual.
Sus vínculos con lo divino son claros. Aparece asociado a Sarasvatî, la diosa de la sabiduría, y además, es la forma zoomórfica del dios Brahmâ, el creador de la trinidad hindú. Es, así, el símbolo de la libertad conseguida merced a una espiritualidad perfecta.
Por extensión con Brahmâ, se da el título de «cisne» a aquellos que se han liberado del ciclo de reencarnaciones. De los ascetas se dice que han alcanzado el nivel de paramahâmsa («cisne supremo»).
El cisne silvestre tiene un carácter dual. Nada en el agua pero no está supeditado a ella, sino que puede volar. Es como la esencia divina, que, aunque personificada y alojada en el individuo, permanece enteramente libre y ajena al acontecer de la vida individual. Así, el término sánscrito hamsagâta («movimiento del cisne») alude a la liberación final del alma.
Empleado de manera metafórica puede significar el sol o el alma de un hombre. La tradición que afirma que el cisne puede separar el agua de la leche, le convierte en el símbolo de la sabia discriminación y de la capacidad de distinguir entre ignorancia y conocimiento.
LA TORTUGA
Kûrma, sáns., «tortuga».
Aparece como un ser de inmensas dimensiones que sustenta al universo, siendo a su vez imagen del mismo, pues su caparazón sería asimismo la bóveda de los cielos.
Por su gran longevidad, la tortuga personifica la inmortalidad. Su capacidad para encogerse bajo la concha sugiere la capacidad de introspección y reflexión sobre el yo interior, así como la de substraerse de las tentaciones del mundo.
Como sustentadora de los mundos recibe los nombres de Kachchapa («con caparazón») y Akûpâra («sin límite»). Según la leyenda, el ancestro de la humanidad fue un hombre-tortuga, Kashyapa, uno de los siete principales rishi o sabios védicos que transmiten las enseñanzas del dios Brahmâ a los hombres. Kashyapa es el padre de los dioses y personificación del espacio.
Pero el mito más importante asociado a este ser y el de más perduración es el de la segunda encarnación del dios Vishnu, denominada kûrmâvatâra («encarnación de la tortuga»). Hubo un tiempo en que los dioses y los demonios quisieron llegar a ser inmortales. Recurrieron al dios Brahmâ, que les dijo que se inclinasen ante el mejor de los dioses para que éste dijera lo que debían hacer. Los dioses se postraron ante el dios Vishnu, que les recomendó hacer la paz entre ellos y unir sus esfuerzos a fin de obtener el amrita o alimento de la inmortalidad, que se había perdido durante un diluvio. Todos entonces se prepararon para batir el océano de leche y así hacer subir a la superficie todo lo que de sólido hubiese en el fondo, entre ello el amrita divino. Para este fin utilizaron a una serpiente como cuerda y a un monte como piedra de molino. El dios, en su encarnación como tortuga, sirvió como base de fricción para el batimiento.
EL LEÓN
Simha, sáns., «felino».
Se le representa de color dorado y con la melena al viento. En muchas ocasiones aparece con las fauces abiertas.
El león —y similarmente el tigre— es símbolo de protección. Abundan sus imágenes en los exteriores de los templos, para alejar a los enemigos de las deidades tutelares, en una función semejante a la de las gárgolas. Es, asimismo, símbolo arquetípico del sol, señor del día, cuya aparición destruye al señor de la noche. Su melena representa los rayos solares.
Pero su sentido más importante es el de las fuerzas brutas, las pasiones que deben ser dominadas. El hecho de que los dioses lo controlen y cabalguen sobre él indica el dominio de los sentidos y de los instintos animales en el ser humano.
Su relación directa es con Durgâ, un aspecto de Pârvatî, diosa de la energía, del que es cabalgadura. También representa al Buddha, al que se define como «el león de los Sakya [el nombre de su clan]».
El dios Vishnu también encarnó en esta forma, como Narasimha («hombre-león»), para vencer al demonio Hiranyakashipu, quien había conseguido del dios Brahmâ la facultad de no poder ser vencido ni por dioses, hombres ni bestias. Vishnu, bajo la forma de un hombre con cabeza de león, aprovechando su carácter mixto, tomó al demonio sobre sus rodillas y le desgarró las entrañas.
LA RATA
Mûshika, sáns. musha, «ratón».
Aparece como un animal de pequeño tamaño, que sostiene un pequeño trozo de comida entre sus patas delanteras.
Simboliza la lógica, que es la que conduce al intelecto. También representa la abundancia en la vida familiar, pues los ratones sólo se instalan donde tienen algo que comer.
Es el vehículo de Ganesha, dios de la inteligencia.
Siendo el elefante una deidad animal de los pueblos primitivos, su asociación con el ratón denotaba que se estaba adorando no únicamente a una especie, sino a la totalidad del reino animal, desde el mamífero más grande hasta el más pequeño.
EL ÁGUILA
Garuda, sáns. garut, «alado».
Se le representa como un ave gigantesca, con cabeza, alas, pies y pico de pájaro y cuerpo y miembros de hombre. Su rostro es blanco, sus alas, rojas o marrones y su cuerpo, dorado.
El águila es un símbolo solar y es el ave de la vida. Representa al alma totalmente liberada o que asciende hacia formas superiores.
El origen mitológico de este símbolo es Garuda. Es hijo del sabio védico Kashyapa y de Vinatâ, y esposo de Shyenî, reina de las aves predadoras, que le hizo padre del gavilán Jatâyu, y de Unnati, de la que tuvo un hijo llamado Sampati. Es el rey divino de los pájaros y vehículo del dios Vishnu, a quien transporta sobre los hombros. Como exterminador de serpientes está asociado con un poder místico contra el veneno y representa la destrucción del mal.
EL COCODRILO
Makara, sáns., «animal acuático».
Realmente se trata de un monstruo marino, mitad cocodrilo y mitad pez. Se le describe en ocasiones con cabeza de ciervo, piernas de antílope y cola de pescado.
Simboliza el agua de la creación y está asociado a funciones demiúrgicas. Representa la evolución de las especies y la dualidad entre el bien y el mal.
Mitológicamente es la cabalgadura de Varuna, dios de las aguas. Aparece también como representación de Kâmadeva, dios del amor, al que se conoce como Makaradhvaja («el que tiene un cocodrilo como emblema»). Astrológicamente es Râhu, el nodo ascendente de la luna al que se representa como un cocodrilo de hierro, de efectos maléficos.
EL JABALÍ
Varâha, sáns., «jabalí».
Se representa como un animal gigantesco, de color oscuro y enormes colmillos.
Es símbolo de la potencia dirigida hacia un propósito definido y, en definitiva, del poder de la concentración.
Se encuentra asociado al dios Vishnu, que encarnó como jabalí para vencer a un demonio.
La misión de este animal fue combatir al râkshasa o demonio Hiranyâksha quien, en una encarnación anterior, había sido guardián de la puerta del palacio del dios Vishnu. Allí había impedido el paso el paso a unos ascetas, cosa que les causó tal cólera que le maldijeron, haciéndole renacer como demonio. Bajo este aspecto maléfico se había apoderado de la tierra, arrancándola del mar cósmico, y la había arrojado a las profundidades de los mundos subterráneos. Los dioses se dirigieron al dios Vishnu y le pidieron que defendiera al mundo. Vishnu tomó la forma de un jabalí gigantesco y, tras matar a Hiranyâksha, se sumergió en el mar y arrancó con sus colmillos a la tierra de los mundos subterráneos y la devolvió a su lugar.
EL CIERVO
Mriga, sáns., «antílope».
Se le suele representar de color dorado y, generalmente, sin cornamenta.
En Oriente, a diferencia de Occidente, personifica la penetración de las enseñanza. Es una animal solar y anunciador de luz. También representa la convivencia con el hombre, la paz y armonía originales.
Aparece en la mano de Shiva y simboliza todas las criaturas bajo su protección.
La persecución del ciervo para cazarlo puede tomarse en el sentido de búsqueda espiritual. Sin embargo, gran cantidad de leyendas previenen contra los peligros de tales búsquedas, que pueden conducir a estados no deseados. Tanto en la epopeya del Râmâyana como en la del Mahâbhârata se nos habla de cazadores que, persiguiendo a un ciervo, matan con sus flechas a hombres y pagan por su pecado. También el ciervo puede adoptar una apariencia engañosa y alejar al hombre de la realidad.
EL CUERVO
Kâka, sáns., «cuervo».
Se le representa de pequeño tamaño y color intensamente negro.
Significa la total renuncia a las cosas mundanas, a las posesiones y a los deseos.
La figura mitológica recibe el nombre de Kâkabhushundî («cuervo montañés»). Vive en el árbol Chûta, en el divino monte Meru, que es el centro del universo. Se halla liberado de la atracción por las cosas y vive en la paz perfecta. Según la leyenda era un brahmán, devoto de Vishnu, que fue convertido en cuervo por una maldición.
Se relaciona con al dios Brahmâ, del que le considera una reencarnación.
EL GALLO
Kukkuta, sáns., «gallo».
Su representación iconográfica se caracteriza por un intenso color rojo.
Personifica la inminencia del despertar espiritual, que anuncia con su canto.
Su origen religioso se debe a Kârttikeya, el dios de la guerra, hijo de Shiva, con quien suele estar asociado. De hecho, un gallo es lo que aparece en su bandera de guerra, indicando que se van a combatir las tinieblas de la ignorancia.
EL PEZ
Matsya, sáns. matsah, «pez».
Se le representa de color dorado, con un cuerno y un tamaño gigantesco.
Simboliza las aguas primordiales, fuente de toda vida.
Está íntimamente asociado al dios Vishnu, quien encarnó como pez para salvar al mundo de las aguas. Anunció al el virtuoso rey Satyavratâ la inminencia del diluvio y le mostró cómo construir un barco, con lo que determinó la liberación del género humano. El rey, una mañana, en la palangana que le presentaron para lavarse, encontró un pez que no era sino una encarnación del dios. Este le dijo que le conservase la vida y él le salvaría a su vez del diluvio venidero. Satyavratâ obedeció y el pez le anunció que comenzaría un diluvio como jamás se había visto. Le dijo que hiciera una nave y se metiera en ella. Al empezar las aguas a crecer ató su nave a la cola del pez por medio de la serpiente divina Vâsukî y se dejó arrastrar hasta los montes septentrionales. Allí el pez le habló de nuevo diciéndole que atase su nave al tronco de un árbol de modo que la corriente no la arrastrase. Luego, cuando descendieran las aguas, él bajaría con ellas. Ocurrió tal como estaba anunciado y al cabo de algún tiempo el rey pudo pisar tierra firme.