Manuel Fernández Labrada: Presto delirando, Ápeiron Ediciones, Madrid, 2024, 132 págs.
Esta novela musical, porque así podría definírsela, sería comparable a El juego de los abalorios, si no fuera porque es divertida (la de Herman Hesse, con toda su enjundia, no lo es en absoluto). El autor combina en ella tres aciertos: escribir sobre lo que domina —posee una sólida base musical— (que es algo que siempre hay que hacer), saber dosificar las referencias artísticas para realzar y embellecer su texto sin que el lector común se pierda entre lo que le suena desconocido y, por último, sacarle tremendo partido a la figura del gran Ludwig, que aparece en la narración como un personaje tan exuberante en su personalidad y en su vida privada como lo fue en sus composiciones.
No voy a desvelar nada de la trama: hacerlo es de un inmenso mal gusto. Solo mencionaré algunos de sus elementos sueltos que, sabiamente manipulados, hacen de esta novela algo mucho más grande que la suma de sus letras y de sus palabras, como se ha puesto de moda afirmar. Si decimos música, perros, Beethoven, intérpretes virtuosos, amor platónico, sufridos becarios, manuscrito, burocracia, mujer misteriosa, injusticia, sátira, fantasía (por mencionar solo unos cuantos de esos elementos) pocos serán los que no se sientan atraídos por uno u otro, o por varios de ellos. Y como lo que resta ponderar es la calidad narrativa y esta queda patente con la lectura de tan solo un párrafo cualquiera elegido al azar, se concluye que los lectores se encuentran ante una novela eminentemente disfrutable.
En realidad, más que novela habría que denominarla narración, sin especificar demasiado, porque incluye en su prosa corrida varios subgéneros de escritura: teatro breve, epístolas, notas sueltas, documentos oficiales, todo ello hábilmente adaptado a lo que se quiere narrar en cada momento y que proveen al texto de esa herramienta mágica que Gracián menciona como imprescindible en cualquier arte: la variedad. La formación barroca del escritor se deja ver bien claramente en esta lograda mezcla de géneros y en el estilo conceptista (muchas ideas dichas en pocas palabras) que mantiene a lo largo del libro.
El título es explicativo y anticipa un importante contenido de irrealidad. Está tomado del quinto movimiento de la pieza Lyrische Suite für Streichquartett, del austriaco Alban Berg. Y la imagen de la portada no miente, sino que nos anticipa que vamos a encontrarnos con una antigua partitura alrededor de la cual pasarán cosas ciertamente interesantes. Bueno, había dicho más arriba que no desvelaría la trama de esta obra para melómanos (en el mejor sentido), para amantes de «el bello arte de los sonidos» (palabras del autor) y no parece que esté cumpliendo mi palabra.
Así es que solo me resta insistir en el alto nivel de esta obra. Una lengua impecable, un estilo elegante, un control total sobre el ritmo narrativo, imaginación, economía de medios, la variedad antes mencionada, culturalismos, intertextualidad (esto no es nuevo: ya un libro anterior del autor se titulaba Al brillar de un relámpago escribimos, remedando a Bécquer), sana parodia, empleo de una amplia gama de recursos (como los corchetes para insertar comentarios, reflexiones y crítica) y muchas virtudes más. El libro me parece excelente y, por tanto, todos los elogios posibles denlos por dichos.