Alba Ramírez Guijarro: La ruleta suiza, Ápeiron Ediciones, Madrid, 2023, 138 págs.
La prosa en forma de diario o carta es especialmente complicada y hasta diríamos que constituye un obstáculo que el escritor se impone voluntariamente para disfrutar del placer de vencerlo, haciendo de su literatura no solo un arte, sino también un juego con retos. Ello se debe a que el uso de la primera persona en narración formal obliga a quien escribe a respetar unas convenciones lingüísticas, a no salirse de una pautas y a renunciar a los diálogos directos y otros recursos literarios siempre eficaces. Curiosamente, hay obras preciosas en este técnica, desde las Pobres gentes de Dostoievski hasta El jardín de las dudas de Fernando Savater. Esta novela de Alba Ramírez no desmerece en absoluto del género, por su gran habilidad narrativa y su capacidad para que entremos en el mundo atormentado de la protagonista.
Estamos, pues, ante un logrado ejercicio de estilo. La constante es un descensus ad inferos, en varias partes —abandonos, prostitución, delincuencia, peligros— hábilmente emplazadas y que van en gradación de menor a mayor, consiguiendo el doble y difícil propósito de mantener el interés por lo que viene a continuación y que, a la vez, el lector quiera detenerse a apreciar en su justa medida aquellas virtudes del texto que no son meramente argumentales, sino estéticas.
La novela presenta un curioso contraste entre la oscura sordidez de las peripecias por las que pasa la protagonista y los continuos haces de luz que encontramos en las referencias culturalistas que permean el relato. Las menciones a grandes libros y a profundos pensadores, las alusiones a la música sirven para proporcionar un alivio ante la angustia de la existencia. El arte se convierte en el contrapeso del dolor.
El planteamiento nos sugiere El proceso kafkiano. Ante unas acusaciones imprecisas, la protagonista confiesa sus errores y delitos en cartas a un juez que acaba siendo el lector mismo, quien juzga la importancia de lo acaecido. Al leer, sentimos alternativamente simpatía y antipatía por la narradora; en ocasiones la comprendemos y en otras su conducta es para nosotros un enigma, pero no dejamos ni por un momento de apasionarnos por esa vida tan intensa que se nos describe. La profundidad y los múltiples aspectos del personaje están admirablemente trabajados y transmitidos.
Y en tanto en el hilo argumental como en el estilo narrativo abunda la supreme virtud literaria —a decir del gran prosista, Baltasar Gracián—: la variedad, esa noción mágica sin la cual el arte queda incompleto. Sorteando la dificultad de capítulos de aparente semejanza estructural, la autora sabe darnos hechos y reflexiones diferentes. El proceso de maduración y transformación del personaje de la protagonista queda minuciosamente detallado. La vemos transformarse de capítulo en capítulo y nos hacemos una idea clara del desarrollo de una vida. Con la salvedad de la diferencia temática, podríamos comparar esta obra en intensidad y poder de atracción de la atención del lector con la novela Carta de una desconocida, de Stefan Zweig.
Alba Ramírez Guijarro es una escritora con una excelente base. A diferencia de otras muchas firmas que están en la mente de todos, ha leído mucho antes de escribir, ha aprendido el oficio de la manera más honesta y directa. Su formación filosófica, su actividad editorial y su extrema sensibilidad la capacitan de sobra para emprender estas complicadas aunque gratas tareas de traer al mundo nuevos personajes y presentarnos sus vidas y avatares. A diferencia de sus personajes —que hacen de la ruleta rusa su droga y su negocio— Alba Ramírez no deja nada al azar, sino que ejerce un perfecto control sobre su historia, porque sabe perfectamente lo que está haciendo. Pule su prosa, dosifica sus descripciones, equilibra las pasiones y nos da un bello libro, de esos de los que ya casi no se escriben. Se lo tenemos que agradecer.