Lola Clavero: La cabeza a pájaros, Anáfora, Málaga, 2013, 236 págs.
En este mundo nuestro donde la banalidad, superficialidad y la inmediatez son tan importantes y quedan automáticamente globalizadas tiene mucho más mérito que antes cualquier intento de estudiar, analizar, rescatar y difundir la cultura del pasado. Entre los grandes músicos olvidados de nuestra patria, que tan mal ha tratado siempre a sus artistas, se recupera en este libro la figura de Eduardo Ocón, compositor malagueño que, para sus últimos tiempos, a la compañía de los hombres, prefirió sabiamente la de sus instrumentos musicales, fuente de arte y de satisfacción para él mismo y para los demás.
El libro nos habla de este hombre del XIX que llevó su música a las grandes capitales, que compuso, que impulsó la creación de un conservatorio, que enseñó, que formó a grandes intérpretes, que fue un modelo del artista enamorado de su oficio y que tuvo, como hay que tener, aspiraciones a lograr una obra magna que diera placer a las generaciones por venir. Su sinfonía Les oixeaus pretendía emular a lo que brinda la naturaleza e imitar instrumentalmente el canto de las aves, en sus cuasi infinitas variedades, como un tributo a la armonía de las esferas, al sonido primigenio. Como muchos otros proyectos ambiciosos, este quedará lamentablemente inconcluso. Y al final del libro se invita al lector a que deduzca dónde podrían encontrarse las perdidas partituras de sinfonía inconclusa.
Lola Clavero, con su siempre diestra pluma, nos ofrece aquí un ejercicio de elegante prosa, una biografía parcialmente novelada y dialogada de gran interés por su contenido y de gran valor como documento de la España decimonónica en general y aquel panorama musical en particular. Es el final de su trilogía malacitana, por denominarla de alguna manera. Comenzó con Un invierno en el paraíso —sobre el pintor Bernardo Ferrándiz y sus innovadores métodos de enseñanza del arte—, siguió con Los olvidados —crónica de las andanza bohemias de varios escritores malagueños en búsqueda de reconocimiento en Madrid— y finaliza con el presente volumen. En ellos tres queda encerrada una parte ignorada de nuestra historia, de esa historia que hay que conocer para no repetir errores.
Clavero, con ese loabilísimo afán de defender a ultranza y con valor causas quizá perdidas, reivindica de nuevo la gran contribución de Málaga a la cultura y al pensamiento hispanos. Vuelve a dar realce y actualidad a otra figura romántica de corazón, si no de década, que vivió para su música y que puso el arte por encima de toda otra consideración.
Una de las grandes virtudes de la autora es la intensidad, sin la cual la literatura sería anodina. Cuando critica males nos obliga a nuestro pesar a reflexionar, cuando crea humor es tremendamente divertida y cuando trabaja el registro dramático no sólo nos sobrecoge y conmueve, sino que deja a modo de manifiesto unas válidas pautas sobre cuál podría ser una postura nuestra digna y recomendable ante la labor de estos héroes poco conocidos que dedicaron su vida a algo muy superior a ellos mismos.