Aunque los índices de las obras completas de Ortega y Gasset contienen por centenares nombres de personalidades culturales, poca es la gente de letras que el filósofo menciona como de importancia. Victoria Ocampo halla cabida, pues, en un marco de valiosa apreciación que no muchos consiguieron y que equivale a un espaldarazo intelectual dado por la escuela filosófica de Madrid, como se ha denominado a Ortega y a sus continuadores. La razón que Ortega aduce es el alto mérito del afán de Victoria de crear un ambiente cultural europeo en la República hispanoamericana y de haber dado a conocer en su patria y en toda la América hispana a los más elevados espíritus europeos, aquellos que pueden tener una influencia decisiva y beneficiosa para el movimiento literario de nuestra época. Dice en Ictiosaurios y editores clandestinos:
Victoria Ocampo es, por consecuencia de muchos dones, una realidad de primera magnitud en la historia argentina.
Algunos críticos, como Sainz de Robles y German Bleiberg, se atreven a afirmar que fue en Revista de Occidente, fundada y dirigida por Ortega y Gasset, donde la escritora ganó prestigio de mentalidad lógica y normativa, de sensibilidad aguda y casi mórbida, de conceptuosidad lírica. de estimativa delicada y muy original. De ahí el interés del filósofo español por alentarla en su proyecto de fundar Sur, revista continuadora de Nosotros, el órgano de crítica más importante de entreguerras. Esta revista, de orientaciones modernísimas, apareció en 1931 y se consideró el más selecto y audaz portavoz de cualquier tendencia estética envuelta en auténtica novedad. Victoria Ocampo nos dice en su libro Testimonios (p. 55):
Ortega me sugirió que debía escribir en un tono tan personal como el de Montaigne, sobre los temas más personales que me ocurrieran.
Ortega había estado en contacto con el círculo literario de Victoria Ocampo en uno de sus viajes a la Argentina y en su libro Las atlántidas escribiría más tarde sobre él:
Hace años, señora, tuve el honor de conocer a sus amigas y a Vd. Nunca olvidaré la impresión que me produjo hallar aquél grupo de mujeres esenciales, destacando sobre el fondo de una nación joven. Había en Vds. tanto entusiasmo de perfección, un gusto tan certero y rigoroso, tanto fervor hacia toda disciplina severa, que cada una de nuestras conversaciones circulares dejaba sobre mi espíritu, como un peso moral, el deseo imperativo de “mezura” y selección.
Esta relación se hizo más fuerte cuando los argentinos atacaron a Ortega por su artículo La pampa… promesas, publicado en 1929. Victoria Ocampo le defendió con otro, aparecido en 1930 en La nación. El filósofo, quien se definía a sí mismo como “argentino de afición”, hizo notar que habían en la Argentina doscientas personas que podían y debían haber iniciado la campaña antes de que Victoria tuviese que hacerlo. Y escribe sobre este espíritu de rebeldía de la escritora, cuya existencia precisa absolutamente de la resistencia, y de su sentido de la justicia:
Todos saben ahí que, a la postre, cuando haya que dar una tremenda arremetida contra una injusticia, una indecencia o un desmán, la impetuosidad, el coraje y el vendaval generoso que hay en el alma de Victoria Ocampo, la llevarán a no poder contenerse y a arriesgar sin reparos su gesto y su persona.
La admiración intelectual que Ortega y Gasset siente por Victoria –por esta “Gioconda austral”, como é1 la llama– le lleva a interesarse por su opinión sobre varios grandes temas, tratados con el estilo normativo que la caracteriza y que nos da ideológicamente indicación de sus aprobaciones y repulsas. El primero de estos temas es el del feminismo, tratado por la argentina en el libro De Francesca a Beatrice, cuyo epílogo escribiría el español. Según él, nadie más capacitado que ella para hablar de este tema, pues era, en sí misma, “…una ejemplar aparición de feminidad”. (Las atlántidas). En este epílogo escribe sobre el influjo que ejerce con sus preferencias y sus ensueños la mujer en la historia, elogiando repetidamente el estilo de prosa de la autora:
Señora: la excursión ha sido deliciosa. Nos ha guiado Vd. maravillosamente por esta triple avenida de tercetos estremecidos, poniendo aquí y allá, con leve gesto, un acento insinuante que daba como una nueva perspectiva al viejo espectáculo.
El segundo tema en el que coinciden es el de la importancia de la labor de Victoria en el marco y el entorno cultural argentino, en relación con el futuro del país:
Yo pienso que importa a todos los argentinos –a sus enemigos igual que a sus amigos– procurar que la figura de Victoria Ocampo no se malogre en faenas supletorias que otros muchos deberían hacer. Debe reservarse para lo más grave, lo más nacional, lo más peligroso…
Expresa, sin embargo, sus dudas de que la sociedad que rodea a la escritora sepa aprovechar sin pérdida la gracia normativa que la caracteriza, sus cualidades intelectuales y el empleo que de ellas puede hacerse. En su opinión, la nación argentina tiene un destino específico en la historia de los pueblos americanos: el de seguir una trayectoria que contrapese el influjo ejercido en lo cultural por los EE.UU. de América, equilibrando así a las dos gigantescas masas del continente. Ya que la nación del Norte se ha desviado hacia el cultivo de la cantidad, se convierte en casi un deber implícito de la nación del Plata el abogar por la calidad, defenderla y crearla en lo posible. Esta es, a decir de Ortega, la labor que Victoria Ocampo cumple con el entusiasmo que le es característico, con ese entusiasmo crítico propio de los pueblos jóvenes.
Y para indicar el éxito de esta labor mencionaremos un fragmento de lo que Julián Marías, principal discípulo de Ortega, escribiría años más tarde, en 1964, en El tiempo que ni vuelve ni tropieza:
Cuando un día se hagan las cuentas de Victoria Ocampo se verá que ha sido un viento incansable soplando desde el Atlántico sobre la Pampa. Viento de libertad, que ha ahuyentado innumerables propensiones al engolamiento o a la sumisión. Victoria Ocampo se ha pasado la vida irradiando, absorbiendo realidad y devolviéndola a su contorno, elaborada y enriquecida con la suya propia.