Nuestra historia entre bufones (Francisco Javier Rodríguez Barranco)

Nuestra historia entre bufones (Francisco Javier Rodríguez Barranco)

El problema de la historia, como todos sabemos, es que la escriben los ganadores, pero ¿y si la escribieran los humoristas? Sí, venga, intentemos imaginar una situación así, porque luego resulta que las cosas cambian de bando y quienes inicialmente eran los ganadores, se convierten luego en los perdedores y hay que volver a reescribirlo todo. Menudo follón. ¿Recordamos 1984, de George Orwell? Pues eso, que no damos abasto para manuales escolares, con gran regocijo, eso sí, de los editores del ramo, porque nunca para de sacar nuevos textos.

¿Y si los reyes, emperadores, virreyes, gobernadores, etc., fueran nuestros bufones? Nadie es un héroe para su ayuda de cámara, como también es de sobra conocido. Ahora tan sólo hace falta recorrer los pasillos de la historia con los ojos de un inmortal ayuda de cámara para conseguir una crónica igual de imperecedera, sobre todo si esa narración humorística de la historia se hace sobre unos registros que aspiran a superar la simpleza de los chistes circunstanciales.

Eso es precisamente lo que desarrolla con generosidad Enrique Gallud Jardiel en su obra Historia cómica de España. Reproduzcamos un párrafo referido a la presencia de los bárbaros del norte en la piel de toro:
“¿Quiénes eran los visigodos? ¿De dónde venían? ¿A qué hora se levantaban por las mañanas? ¿Qué desayunaban? Estas preguntas aún tienen en vilo a los más sesudos especialistas”.

¿Que nos parece risible? Enhorabuena, porque de eso precisamente se trata: la risa como arma de diversión masiva, que siempre será mucho más estable y saludable que contar los muertos en el campo de batalla, por mucho que Leon Tolstoy y Victor Hugo desplegaran lo mejor de su talento literario en describir las batallas de Borodin y Waterloo, respectivamente.

Por otro lado, ¿es que nos vamos a escandalizar por el desasosiego de los eruditos por conocer la dieta visigoda cuando lo que se considera el acto fundacional del Estado español es una soberana —nunca mejor dicho— patraña? Veamos cómo lo recuerda Gallud en la obra que estamos comentando:

“[Fernando] No se casó con Isabel por amor, como se ha afirmado —ella tenía una cara que recordaba las tortas de pasas con nueces—, sino por sus cuartos. Las dos coronas se arrejuntaron en el año 1475, pero no hubo unidad política. Isabel no fue nunca reina de Aragón, ya que al haber un varón legítimo sólo podía ser reina consorte y eso, con suerte. Aragón siguió con sus leyes, instituciones y costumbres propias, y con su peculiar manera de llevar a cabo la matanza del gorrino”.

Y es que el cronista oficial, Hernando del Pulgar, siempre siguiendo a Gallud: “fue (en orden alfabético) artificioso, bolero, cuentista, engañador, embustero, fabulista, falseador, falaz, falso, mendaz, patrañero y trolero. Además, sospechamos que no dijo la verdad”.

Ése es el humor que tanto necesitamos: el que juegue con las ideas y nos permita elevarnos sobre las situaciones desde un punto de vista inteligente: no en vano, Nietsche, el del superhombre, el del Anticristo, si bien no tenía demasiado aspecto de ser muy jacarandoso, afirmaba que el sentido del humor es la más alta manifestación de la inteligencia. Es que si no, es muy cansino: si pretendemos mantener hasta la saciedad la retórica de los grandes hitos acabaremos agotados. De verdad, completamente agotados y además con muy mala leche.

Una voluntad cómica que arranca desde el mismo título de cada uno de los capítulos: “El Reino de Asturias y algún otro lugar igual de pintoresco”, “Sucesos sucedidos sucesivamente en la Guerra de Sucesión” o “Los regentes que regenciaron”, por citar sólo tres.

La historia, sí. No vamos a negar la historia, pero vamos a mearnos un poco de la risa, que ya veréis qué bien nos sienta. Que vale, que sí, que hay que conocer todo lo que ha pasado, o todo lo que permiten los libros de texto, para no repetirlo. Si yo no estoy en contra de eso. Pero no repetir la historia, implica, entre otras cosas, no reincidir en los acercamientos malhumorados, viscerales, dramáticos a ella, porque de eso ya hemos tenido demasiado y no creo que haya servido de gran ayuda: en mi opinión personal, lo que ha permitido construir a Canadá y Estados Unidos sociedades fuertemente arraigadas en el futuro es su desarraigo traumático de la historia.

Ésa es la principal innovación de la Historia cómica de España, de Enrique Gallud Jardiel: abrir puertas para una mirada simpática hacia los próceres que nos han precedido. Igual porque no fueron tan próceres, después de todo. Traigamos otro fragmento de este libro:

“La regia metedura de pata de Carlos III fue sin lugar a dudas su firma (con varios borrones) del Pacto de Familia, diseñado para llevarse bien con los parientes de Francia, lo que nos obligó a meternos sin comerlo ni beberlo en varias guerras estúpidas de las que salimos no muy bien parados. Siempre que hemos tenido algo que ver con Francia nos ha pasado igual y durante el siglo XVIII tuvimos muchísimo que ver”.
El mejor alcalde de Madrid, ya lo veis, y sus cosillas borbónicas.
Esperpentos de la historia que harían patear de gozo al mismísimo Valle-Inclán si llegara a leer este libro.

Desde el punto de vista formal, esta obra de Gallud se articula en veinticinco pasajes, más una “Cronología (escogida) de la historia de España”, que inicia el libro, sin que esos fragmentos de historia se interrumpan mediante la Edades clásicas (Prehistoria, Edad Antigua, Media, Moderna y Contemporánea), entre otras cosas porque esas divisiones son tan artificiales como el acueducto de San Francisco. Pero creo intuir ahí la voluntad del autor de dotar a su exposición de un hilo narrativo que establezca una continuidad de los diferentes episodios. Al fin y al cabo, para quienes padecen la intrahistoria, en terminología unamuniana, lo mismo le da que le digan que pertenece al Pleistoceno Medio que al Siglo de las Luces.

No me resisto, por último, a señalar cómo, en aguda correspondencia con los –ismos que irrumpieron con las vanguardias artísticas desde principios del siglo XX, los últimos capítulos de Historia cómica de España portan ese sufijo: “El republicismo”, “El guerracivilismo”, “El francisquismo”, “El neofelipismo”, con “La juancar(l)adura” inserta en su lugar.

Para vosotros queda, queridos lectores, el disfrute de una obra que analiza España desde su cómica historia, valga la redundancia.