Esta meditación trata de las razones que nos permiten dudar de las cosas y en ella se afirma que la duda es muy útil, puesto que nos libra de prejuicios, nos acostumbra a que nos desvinculemos de los sentidos y nos asegura que no dudaremos de las cosas que lleguemos a considerar como verdaderas.
Descartes dice haber esperado a la madurez para adentrarse en este tema con conocimiento de causa. Comienza su labor rechazando todos aquellos conocimientos previos en los que hay motivos de duda. Estos motivos son varios.
El primero que menciona es que los sentidos nos engañan a veces, luego es posible que nos engañen siempre. Hace una distinción entre los conocimientos que obtenemos a través de los sentidos y los que logramos mediante el entendimiento.
El segundo motivo de duda del que habla son los sueños. Según afirma, no siempre se puede distinguir lo que es sueño de lo que no lo es. Pero lo que vemos en los sueños es reflejo de lo que existe en la realidad. Las cosas existentes pueden ser simples o compuestas. Sobre las cosas compuestas (estudiadas por la física, la astronomía, la medicina, etc.) no se puede decir nada con total certeza. Por el contrario, sobre las cosas simples (estudiadas por la aritmética y la geometría) sí podemos hablar con certeza, aunque aparezcan en sueños.
El filósofo contempla a continuación la posibilidad de un Dios engañador que ponga en la mente del hombre nociones de cosas que no existen en la realidad. Este Dios podría incluso engañarnos en lo referente a las certezas matemáticas más simples y evidentes (2 +3 = 5). A esta suposición se podría objetar que un Dios bueno no permitiría que el hombre se engañase, pero Descartes indica que Dios sí permite que el hombre se engañe en ocasiones.
También habla de personas que mantienen la postura de que es más fácil negar la existencia de Dios que negar la realidad de las cosas. Descartes arguye que, cuanto menos perfecto sea el autor del hombre, más justificable es que éste se equivoque repetidamente. Pero sobre esta posibilidad postpone momentáneamente su juicio, aduciendo que todas las cosas que antes creía verdaderas le producen ahora duda, no por irreflexión, sino por todo lo contrario.
Por último, presenta la hipótesis de la existencia de un genio maléfico que tuviera como finalidad engañarnos sobre todo lo existente. De ser así, el hombre no tendría otra opción que suspender su juicio y cuidar de no creer ninguna falsedad. Esta actitud sería particularmente difícil, pues la inercia nos llevaría una y otra vez a creernos de nuevo nuestras antiguas opiniones no contrastadas ni debidamente examinadas.
Este texto es claro en la exposición y resulta fácil seguir los razonamientos detallados que Descartes hace. No obstante, no nos estimula a que deduzcamos las cosas por nosotros mismos, sino que se diría que pretende llevarnos de la mano por un camino, sin que nos podamos desviar en absoluto. Opino que es un texto puramente filosófico y estéticamente lo encuentro totalmente desprovisto de belleza.
En él se encuentran mencionadas varias de las más importantes nociones cartesianas: el concepto de certeza, la necesidad de claridad y distinción como partes de la evidencia y la primacía de las matemáticas en el saber humano.