Sí, porque la versión que Ramón Paso nos hace de Medea (estrenada con gran éxito en Madrid por unas actrices estupendas y publicada en Cádiz en la editorial Dalya por unos editores simpatiquísimos) tiene en sus tripas bastante más elementos que el clásico de Eurípides… (iba a decir «que el clásico de Eurípides que todos conocemos», pero eso habría sido una mentira como el castillo de La Mota, porque lamentablemente a la mayoría de nuestros contemporáneos Eurípides y compañía se la refanfinflan).
¿Y qué tiene esta obra —titulada Perversión Medea— que no tengan los montones de versiones anteriores de la historia de aquella señora que se fugó con su novio, robó un vellocino (algo que casi nadie sabe lo que es, reconozcámoslo), hizo pedazos a su hermano Absirtos (que casi se lo agradeció, porque con ese nombre todos se burlaban de él) y luego acabó matando a sus hijos y a más gente, una vez que cogió carrerilla?
Pues tiene varias cosas que están muy bien. La primera es que es de Ramón Paso, lo cual ya es un grado, puesto que Ramón Paso es Ramón Paso. Esto no es una perogrullada gratuita. Lo que quiero decir es que es un autor único e irrepetible. Es él mismo, cosa que muy pocos artistas de hoy en día son. Su estilo es intransferible y reconocible. Dicho de otra manera: Ramón no puede mandar anónimos insultantes a nadie, porque su forma de escribir es tan personal y original que el destinatario del insulto sabría enseguida quién se lo había mandado y tomaría las lógicas represalias, con lo que la dramaturgia hispana del xxi quedaría un poco deteriorada.
Y en este mundo de hoy —en el que la gente dice que el libro que más le gusta es el que le acaban de recomendar en un periódico y en el que los espectadores que asisten a un partido de fútbol se apresuran a leer las crónicas deportiva para saber qué equipo ha jugado mejor— tener una personalidad propia es algo que entraña mucho mérito. Y en un artista es imprescindible. Por lo cual, cuando Ramón Paso decidió ser un gran escritor —cosa que ha logrado sobradamente— lo primero que persiguió fue forjarse un estilo propio para diferenciarse de todos los demás, que es lo que hay que hacer para no ser uno más del montón sino precisamente el rey de la montaña.
Consecuentemente, su Medea (y su Los tres mosqueteros, si algún día se decide a rescribirlo) no puede dejar de ser original y de añadir muchos sentidos nuevos al modelo. ¿Qué quieren? Me gusta Anouilh y creo que hizo una lograda versión de muchos clásicos. Pero eso fue en el siglo xx, que nos queda ya bastante lejos, me temo. Ramón Paso ha realizado una versión muy actual, con el equivalente literario de la tecnología más avanzada, que le asegura al producto varias décadas de garantía de que seguirá funcionando perfectamente y gustando a todos los que la vean o lean.
La calidad del texto se debe a su gran demonio de los diálogos… (no, «a su gran demonio», no: «a su gran dominio», es que he pulsado mal las teclas). El autor conoce los resortes teatrales a la perfección y nos entretiene y nos divierte y nos impacta y nos sacude y nos hace sufrir y nos hace pensar y podría seguir con este polisíndeton un buen rato y durante muchas líneas más, porque la obra tiene de todo.
Pero como la mal llamada «cultura del tweet» impulsa a la síntesis y la gente se aburre de leer páginas, y ya sólo cuenta sus lecturas en caracteres, abreviaré y resumiré diciendo que el mensaje más obvio y patente es que son precisamente los hombres los que fabrican a las zorras de las que luego se quejan. Las medeas, las dalilas, las cleopatras, las lucrecias borgia de la historia deben su maldad a la forma en que los varones se comportaron con ellas. Ramón se enfada porque a Jasón —que es en definitiva el que tiene la culpa de todo— no se le considere como el malo de la comedia, después de armar la que arma, y así nos lo cuenta en su magnífica pieza. Y las lectoras que lean esta obra (o las espectadoras que la especten) no tendrán otro remedio que reconocer en lo que vale (que es mucho) esta sincera y acertada reivindicación de la mujer y que agradecerle al autor su sensibilidad, su empatía y su cariño extremo por el género femenino. ¡Ójala todos los hombres quisieran tanto a las mujeres como Ramón Paso las quiere!