Una variedad de maquilladores mucho más moderna que la de maquilladores de cadáveres (que existen desde la antigüedad) es la de aquellos que se dedican a embellecer artificialmente los alimentos. Ellos, para realzar su actividad, prefieren que se les denomine “estilistas de alimentos”, pero la realidad es que no puedes realmente dar estilo a un pimiento o a una berenjena: sólo puedes cambiar su color o aumentar su brillo.
Este oficio surge directamente de la fotografía. Todas las fotos que vemos en libros, revistas, catálogos, recetarios o menús muestran un colorido y una apetitosidad extremos, fruto de las habilidades de estos maquilladores que consiguen equilibrios entre texturas y colores.
Aunque éste es un oficio nuevo, paradójicamente puede hallarse ya en vías de desaparición como tal, pues se ve amenazado por los especialistas en retocar digitalmente las fotos. Pero, sin duda, el maquillaje de alimentos es un arte en sí, que requiere a la vez conocimientos sobre química culinaria, fotografía, luz, encuadre, etc. Para formarse como estilista de alimentación se pueden hacer cursillos especializados que ofrecen las escuelas de publicidad.
El maquillaje de alimentos no deja de entrañar riesgos. Es sintomático el hecho de que los alimentos tratados nunca se consumen y se destruyen tras ser fotografiados. Aunque en España existen 43 colorantes autorizados, muchos de ellos se hallan en entredicho y constituyen un riesgo potencial para la salud, pues se desconocen sus posibles efectos a largo plazo. El maquillador debe controlar muy cuidadosamente de que nadie ingiera lo que él trata.