La filosofía que no asusta (Prólogo)

La filosofía que no asusta (Prólogo)

Por lo general, y aunque no se reconozca, la filosofía asusta. Poseemos por desgracia una larga tradición de teorías abstrusas camufladas bajo la máscara del academismo, de supuestas profundidades intelectuales de imposible aplicación, de obras monumentales pero por completo estériles en lo que a la vida se refiere. La historia de la filosofía como tal historia tiene —¿qué duda cabe?— mucho valor y relevancia para algunos. Pero son muchos más que algunos los que se formulan incansablemente las preguntas eternas, los que buscan con sinceridad guía y orientación, los que se han hecho conscientes de que el existir, el vivir de forma plena, implica a la vez un examen que hay que superar, un arte en el que hay que destacar y una ciencia a la que hay que contribuir. Dicho de otra manera: la labor del intelectual no es ni ha debido ser nunca la de transmitirnos sus ideas de forma mejor o pero estructurada, sino enseñarnos a pensar. La verdadera filosofía debe ayudarnos a vivir y no se puede ayudar desde la distancia.

Empero, los pensadores que más han contribuido al bienestar y a la lucidez mental de sus semejantes han sido a menudo menospreciados por su gremio y etiquetados como inferiores, precisamente por la cercanía, la utilidad y el sentido práctico de sus enseñanzas. La sabiduría eficaz de un Voltaire o un Russell queda oscurecida por el prestigio de un Kant o un Heidegger, cuyas distantes especulaciones nunca simplifican nuestra vida, cuando no la complican. Todo pensador sin un sistema especialmente complejo de entender parece de segunda categoría y se ve privado del agradecimiento de aquellos a los que sus enseñanzas iluminan e ilustran. El consejo útil y cercano, las sabias instrucciones para vivir la cotidianeidad, la divulgación del saber tienen siempre mala prensa. Y esto es grave error, pues como recalcó Ortega y Gasset, la vida es lo más importante que nos ocurre y el arte de aprender a vivir constituye la más esencial de nuestras actividades.

Es en este ámbito de aprender a ser el Ser donde Oriente ha contribuido al desarrollo intelectual y espiritual del hombre de manera más continuada y eficaz, un hecho del que en Occidente nos hemos conscientes hace bien poco. Apenas hemos comenzado a levantar la tapa del cofre del tesoro y a sacar al azar un puñado de joyas que nos han deslumbrado. Pero no hemos ido más allá. Tendremos aún que sorprendernos mucho cuando alcemos la tapa por completo, observemos con detenimiento, revolvamos en su interior y descubramos la totalidad de los tesoros que el cofre encierra. En este libro destellan muchas de esas primeras joyas que hemos encontrado.

La doctora Román ha dedicado su actividad de años al ejercicio del asombro, ese motor inicial de la filosofía. Es una aventurera que ha ido más allá que otros, que se ha sumergido en las profundidades de ese mar atrayente y aún ignoto para ofrecernos perlas y más perlas. Ha sido muchas veces la primera occidental en disfrutar con sus hallazgos de sabiduría oriental y lo bastante generosa para compartir ahora con nosotros su fascinación por esas joyas. Con rigurosidad académica, sincero entusiasmo y hábil estilo ha engarzado esas perlas no en uno sino en múltiples collares cuya belleza sorprenderá a muchos. En las diversas secciones que constituyen su libro nos regala reflexiones profundas y hermosas sobre los temas eternos, sobre esa filosofía perenne que perdura en los siglos, que no tiene fronteras en el espacio y que se halla por encima de las mezquinas limitaciones que nos impone el momento en que vivimos.

El saber de China y el de la India, la muerte y la inmortalidad, la realidad y la ilusión, la búsqueda y el hallazgo, el camino y la meta, todo ello tiene cabida en este tratado de la ciencia del existir, nos recuerda La conducta de la vida, de Ralph Waldo Emerson, o La conquista de la felicidad de Bertrand Russell. Este libro te obliga a pensar. Te señala una variedad de caminos por los que transitar hacia las verdades últimas, pero no te lleva de la mano: por el contrario, te impele a que seas tú quien efectúe ese recorrido personal que nadie puede hacer por otro. Es una obra de muy agradable y amena lectura, pero también de continua lectura. Me atrevo a decir que se convertirá en el libro de cabecera de muchos y es, sin duda, el libro que a muchos nos hubiera gustado escribir.

En un verso del Niti Shâstra, de Kautilya Chânakya, se lee:

El árbol amargo del mundo
tiene dos dulces frutos:
las palabras sabias
y la compañía de los amigos.

El presente libro aúna ambos frutos, pues nos acerca la voz de los sabios del Oriente antiguo, cuyas enseñanzas siguen vigentes hoy. La autora selecciona los más pertinentes y nos sirve de anfitriona en una fiesta en la que nos presenta a unos pensadores que se convertirán en nuestros amigos y que ya no nos abandonarán.