Libro de libros es una recopilación de 300 curiosidades que su autor, Enrique Gallud Jardiel, ha ido acabalando a lo largo de años de lectura. Son curiosidades sobre libros, pero también sobre escritores, sobre editores y todos los satélites que orbitan al hecho de contar historias plasmándolas en un soporte.
El título de Libro de Libros hace referencia normalmente a la Biblia, pero como puntualiza el autor en el prólogo, escogió este título simplemente por su eufonía, pues el título más acertado hubiera sido Bibliofiliana. Una bibliofiliana es un término culto que se refiere a un conjunto de pensamientos, anécdotas, dichos y demás referentes al libro.
El mayor escollo de este Libro de libros es que muchas de las curiosidades resultaran obvias a los lectores, pero afortunadamente la mayoría son realmente raras y poco conocidas. Esto plantea un segundo problema. Algunas de estas curiosidades son tan raras, que Gallud parece haberlas descubierto él y sólo él. Sólo así se explica que en muchas de ellas no se pueda profundizar más porque, literalmente, en Google no aparece ni una sola referencia. Por ejemplo: ¿alguien sabe si el zoólogo francés Maurice Hammoneau escribió realmente una colección de libros sobre animales en el siglo XIX encuadernado cada uno con la piel del animal del que hablaba, y que uno de los volúmenes estaba dedicado al hombre?
Al haber tantas píldoras de información, uno no puede evitar devorar las páginas con fruición y (al menos cada dos páginas), no saldrá de su asombro. En ese sentido, el libro funciona y no sientes que hayas perdido el tiempo en ningún momento. Y, además, la lectura de las páginas puede ser aleatoria, porque no se sigue ningún orden. Pero una vez terminado, te hubiera gustado que el autor fuera un poco más allá y no se quedara sólo en la superficie.
En definitiva, Enrique Gallud ha escrito un libro de entretenimiento, sin mucho más: no en vano, este doctor en filología hispánica escribió una tesis sobre el humor en el teatro barroco español. Un libro rebosante de divertidas e insólitas curiosidades sobre los libros, bibliotecas, particularidades sobre su elaboración, influjo de algunas obras en la sociedad, censuras, falsificaciones, libros apócrifos, libros kilométricos, primeras ediciones, escritores que escribían sus novelas aceleradamente (11 días), otros que sólo escribían si oían a la lluvia caer en su ventana, y todo lo que pueda caber en 300 píldoras informativas.
En el diálogo Fedro de Platón (429-347), el personaje de Sócrates menciona que el dios egipcio Toth le hizo la relación a un faraón de todas las dádivas concedidas por los dioses a los mortales. Le dijo que algunos eran beneficiosos (los números, la astronomía) y otros –como la escritura–, perniciosos e indicó que ésta le iba a acarrear al hombre infinitamente más perjuicios que beneficios.
Hoy en día la profesión de escritor goza de cierto prestigio social y es magnífico que sea así. Pero no hay que olvidar las épocas en las que algunas clases sociales mostraban serios prejuicios ante este tipo de actividades. El gran astrónomo danés Tycho Brahe (1546-1601), uno de los más notables, consideraba por debajo de la dignidad de un aristócrata el escribir libros y se lo pensó mucho antes de redactar su pequeño tratado titulado De nova stella, anno 1572 [La nueva estrella, año 1572] sobre una estrella de la constelación de Casiopea que estalló en dicha fecha.
Los títulos que aparecen al principio de los libros no siempre han estado ahí. Cuando éstos se escribían en forma de rollos de pergamino manuscritos, el título de la obra –que no siempre existía– aparecía al final del texto, puesto que de esa manera, al ser la parte que menos se tenía que desenrollar, era la más protegida y la que menos se deterioraba. La costumbre de añadirlo también en la parte exterior para que pudiera reconocerse el rollo entre otros es comparativamente moderna.
Desde la época del Imperio romano los autores no se beneficiaban económicamente de sus producciones. No percibían retribución alguna de parte del editor-impresor. No había leyes que protegieran la propiedad literaria y la única manera de ganar dinero escribiendo era dedicar el libro a algún mecenas rico que estuviera dispuesto a pagarlo. Esta situación continuó así hasta el siglo XVI. En 1525, en Venecia, las autoridades defendieron a un impresor de las ediciones fraudulentas de otro y éste fue el inicio del concepto de propiedad intelectual.
Se afirma que la imprenta de tipos móviles fue inventada por Johann Gensfleisch Gutemberg (1397-1468), pero esto es una noción emprejuiciadamente eurocentrista, pues esta forma de impresión era ya conocida y empleada en la antigua China desde el año 960 (empleándose tipos de madera, cerámica, estaño y bronce). La razón por la que su uso no se generalizó en el Celeste Imperio fue el elevado número de signos de escritura empleados por los chinos, pues se necesitaban de 4.000 a 5.000 caracteres diferentes para componer un libro corriente. De no ser la lengua china tan complicada de escribir, la imprenta, tal y como hoy la conocemos, se habría popularizado muchos siglos antes.