León Felipe y la Hispanidad

León Felipe y la Hispanidad

A principios de la década de los setenta, «Aguaviva», un grupo musical de los entonces llamados “comprometidos” puso música a varios poemas de nuestro autor. Y los anunciaba con las siguientes palabras: “Hoy se conmemora la muerte de León Felipe, poeta pobre, viejo y feo”, forma ésta que refleja fielmente la opinión que León Felipe tenía de sí mismo. Menciono esto porque no deja de ser curioso el hecho de que gentes ajenas a la hermenéutica empleen adjetivos bastante acertados dentro de su sencillez, cuando muchos críticos y autores de libros de texto —lo cual no es en absoluto lo mismo— han cometido sin afectación alguna grandes errores a mi ver al definir para las generaciones posteriores a León Felipe, haciéndole víctima —por si no lo hubiera sido ya de bastantes cosas— del tópico y de la siempre ofensiva generalización cuando se trata de algo tan complejo como un ser humano, y más aún si éste se dedica a la creación artística. En el trance de definir en breves líneas a León Felipe en innumerables ocasiones y lugares se resume diciendo que perteneció a la Generación del 27, que su tema esencial lo constituía la política —limitada a la relacionada con nuestra Guerra civil—, que su orientación e ideología era la marxista y que su estilo era “proletario”, signifique esto lo que signifique, como hace Víctor García de la Concha en su obra León Felipe. Itinerario poético. El simposio que se celebró en Madrid en enero de 1984 aporto valiosos datos sobre esta figura, pero no aclaró de forma definitiva estas ambigüedades a las que he me he referido. Personalmente no considero adecuados algunos de estos juicios clasificatorios e intentaré aducir razones para probarlo, pues este esclarecimiento es esencial para poder comprender su concepto patrio, lo que constituye para él la esencia de lo ibérico y que es, en definitiva, lo que ahora nos ocupa.

Felipe Camino Galicia, nacido en Tábara (Zamora) en 1884 y muerto en México en 1968, ha sido, pues, un poeta negado y olvidado durante años por la “España oficial”; fue recuperado más tarde como arma política por algunos grupos de izquierdas y quedó quizá inadecuadamente catalogado. Bien es verdad que tanto su vida como su obra parecen desafiar todo intento de clasificación y él mismo se definió como hombre inoportuno, desentonado y anacrónico. Pero el hecho es que los críticos, finalmente, lo incluyen como miembro de pleno derecho en la Generación del 27, la que le corresponde por edad y por casi ninguna otra razón, lo cual no es en absoluto criterio que permita identificarlo sin más con los otros miembros del grupo. Es sabido que los poetas de tal generación, más que movimiento, constituían un círculo de escritores con ideas y proyectos comunes que, aparte del factor de la convivencia, influenciaban directamente las obras de los demás. León Felipe desde un principio mantuvo con ellos muy escasos contactos. Tampoco se halla en él el afán de renovación vanguardista; muy al contrario, sus versos son con toda probabilidad los más sencillos y diáfanos del siglo y su afán por transmitirnos claramente sus ideas hace que, casi sin que nos demos cuenta, se conviertan muchas veces en prosa. Mucho menos acusa la influencia de la denominada primera época gongorina que marcó pautas a los del 27. Es más, la superficialidad temática de Góngora de seguro que le resultaba despreciable a nuestro autor. Su poesía incluye limitadísimos vestigios de superrealismo y casi ningún otro procedimiento experimental de la época de los ísmos, aquellos que fueron la base inicial sobre la que los poetas del 27 desarrollaron paulatinamente sus estilos respectivos. Las otras características de la generación, como desinterés por la religión, deshumanización, intelectualismo, relación con la pintura, el cine y en general con las artes visuales, andalucismo, popularismo, gusto por el romance y las formas musicales, tampoco aparecen en nuestro autor. De hecho, su estilo es simple y directo, con un fuerte contenido conceptual y una reflexión constante, sin ningún acercamiento al subconsciente ni a ningún plano onírico y se acerca infinitamente más al de Antonio Machado que al de un Lorca o un Alberti. Han sido principalmente las circunstancias de su exilio las que han impedido ver sus conexiones con cualquier generación de preguerra.

Analizando, pues, el fondo de sus versos, el poeta zamorano debería más bien ser incluido aunque tardíamente en la Generación de 1898, pues suyas eran plenamente las inquietudes de los escritores de la llamada Generación del Desastre. España, como en ella, fue su tema central así como el vínculo de las diversas partes de su obra —con una especial predilección por Castilla; de hecho afirma que, cuando muera, quiere ir a Castilla y a ningún otro lugar—; su ideología, simplificada por muchos, giraba en torno a la interpretación personal de la idea de la hispanidad y del símbolo que España representaba en el mundo en conflicto al finalizar nuestra Guerra civil. Además de esto, León Felipe mismo dice haber tomado como modelos a Antonio Machado, a Miguel de Unamuno (cuya influencia directa sobre León Felipe ha apuntado claramente Luis Felipe Vivanco) y a Larra, padre espiritual del 98. A León Felipe, aunque sea tópico, “le duele España” tanto como a sus maestros y, a la hora de sintetizar su ideología en un personaje, elige significativamente a Don Quijote, como símbolo de lo hispano, confiriéndole a éste mayor realidad que a Cervantes, al igual que hizo Unamuno.

Su supuesta limitación temática a la política, como se ha dicho, no puede ser una afirmación menos precisa. En su primer libro, Versos y oraciones de caminante, nos abruma el poeta con sus más íntimas inquietudes religiosas y de toda otra índole. Muestra siempre una sensibilidad abierta a todo, una gran capacidad de asimilación de emociones humanas, aparte de las generadas por la política. Claro que, tras esto, el tiempo en el que vive le hace sufrir. Se ve inmerso en la guerra; en 1938 se exilia a Francia, luego a Cuba y finalmente a México. Allí padece por la lejanía de su patria; se apena por el resultado de la contienda, pero sigue escribiendo sobre una gran variedad de temas. La imagen de León Felipe como poeta exiliado, añorando su patria perdida, anclado en el recuerdo y obsesionado por la guerra es, sin lugar a dudas, una errónea simplificación. La temática de nuestro autor es mucho más variada y otros aspectos, tales como la metapoética o la religión —su personalísima concepción de la religión, llena de pasión, rebeldía y misticismo— no pasan en ningún momento a segundo plano y su obra está repleta de imágenes y contenidos bíblicos. Lo que fueron en su principio Versos y oraciones de caminante se convierten años más tarde, casi ya en su vejez, en Versos y blasfemias de caminante. Pero esas blasfemias van dirigidas contra un Dios injusto, si se quiere, pero muy presente y real en su vida. No insultamos a aquello en cuya existencia no creemos o que nos es indiferente. Recordemos como ejemplo que en las personificaciones simbólicas que León Felipe emplea preferentemente para representar lo heroico, lo válido y lo deseable, Cristo —el Cristo, como él prefiere denominarlo— tiene una posición de preeminencia.

En cuanto a su pretendido marxismo, es argumento éste fácilmente refutable, aunque sólo se mencione para ello la clara defensa que hace del anarquismo, como única doctrina lógica en su modo de ver para los españoles, a los que considera mayoritariamente individualistas —otro punto de contacto con los pensadores del 98—. De esto se tratará más adelante. Así es que hay que especificar que León Felipe fue efectivamente “hombre de izquierdas” pero no necesariamente marxista, aunque en algún momento de su vida alguna postura suya pudiera coincidir con la de estos. Tampoco se ha de equiparar “izquierdismo” con antifranquismo, puesto que tampoco fue así en todos los casos. El antifranquismo de León Felipe se debe a razones concretas. La contemplación de los horrores de la guerra en un Madrid desolado y reducido al hambre y a la violencia produjo, claro está, honda huella en su sensibilidad de poeta, lo que se tradujo en una acción concreta y personal contra quien eventualmente produjo aquellas circunstancias. Obsérvese que en su poesía son abundantes los ataques, alusiones despectivas e incluso insultos a la persona de Francisco Franco, a quien gusta en llamar repetidamente “el sapo iscariote y ladrón”, mientras que es difícil hallar críticas a las doctrinas de derechas en general. Por todo lo que sabemos León Felipe vivió muy a gusto y sin protestas en España durante la dictadura de Primo de Rivera. En cuanto a su postura con relación al fascismo en concreto no está de más mencionar que existe un verso en el que, hablando de Italia y Alemania, el poeta hace mención a un hálito nietzscheano de heroísmo que pone a estas naciones muy por encima de la mercantil Inglaterra. Siempre que, tras el conflicto, León Felipe habla de sí mismo en sentido político, se autodenomina “fervoroso republicano” y “republicano español” y hasta llega a equiparar fascismo y marxismo y a manifestar que ambas posturas son anacrónicas e inadecuadas para España. En su poema titulado Elegía española, en su libro El hacha, encontramos el siguiente diálogo esclarecedor:

— ¡Eh, tú, Diego Carrión!
¿Qué insignia es ésa
que llevas en el pecho?
— El haz de flechas señorial.
— ¿Y tú, Pero Vermúdez?
— La estrella redentora y proletaria.
Españoles,
dejémonos de burlas.
No es ésta la hora de la farsa [2008: 73].

Deja aquí patente el poeta que estas doctrinas de izquierdas no son la solución, sino sólo un extremo más que contribuye a la división de España y de los españoles. Quizá fueron en un momento comparativamente mejores a las que pretendían sustituir, pero están ya superadas, hay que avanzar más aún. Y esto lo expresa bien a las claras en su famosa parábola de las tres manzanas podridas, en la que justifica sus acercamientos y alejamientos temporales:

La manzana roja que me dieron a comer ayer tenía un gusano; la manzana blanca que se comieron mis padres tenía dos gusanos; y la manzana verde que se comió la pareja original, ya en la puerta falsa del Paraíso, tenía tantos gusanos que todos pudimos heredar nuestra parte. Ahora bien, el hombre puede retractarse. Todo hombre honrado puede retractarse y decir: yo no quiero la manzana roja. Ayer canté sus excelencias porque creí que era la manzana del hombre. Ahora he visto que tiene un gusano. No la quiero. Iré a buscar otra manzana. Si hay una manzana sin gusanos en el mundo, no está detrás de mí mismo, sino delante [2008: 56].

Ha de mencionarse, a título informativo, un episodio también esclarecedor. En noviembre de 1933 León Felipe marchó a Valencia junto con un grupo de jóvenes escritores y artistas que habían sido evacuados allí, siguiendo la suerte del gobierno de la República. Durante su permanencia en la Casa de la Cultura de Valencia, donde participó en la fundación de la publicación Hora de España, hubo disensiones entre el poeta y un importante sector de los marxistas allí albergados. Ello se debió a la postura aislada e individualista que León Felipe mostraba en su poema La insignia, que el poeta había leído en un local de Barcelona ante numeroso público, instancias de diversos grupos anarco-sindicalistas. Esto le creó una situación incómoda con los marxistas que, además, consideraban a la publicación antes mencionada demasiado “elitista” e “intelectualista” para su gusto, (a diferencia de otras publicaciones más beligerantes como, por ejemplo, El mono azul), pues Hora de España pretendía, a la par que mostrar compromiso, dar continuidad a la obra de cultura detenida por el conflicto y producir escritos menos inmediatos y combatientes, dando mayor atención al porvenir.

Otro fragmento de una de sus composiciones, concretamente de El poeta prometeico, refleja claramente su noción del mal avenimiento, por así llamarlo, entre el arte y el marxismo. En defensa de la metáfora escribe:

¿Queréis que el poeta prometeico hable más alto y más claro? ¿Que se exprese de una manera dialéctica? Pero el poeta prometeico no es un orador de mitin. Y no es urgente, no es necesario todavía extenderle un carnet. Nadie debe decir: este poeta es marxista, porque entonces la Poesía perdería elevación [1982: 164].

Tras estas apreciaciones que ayudan a poner al autor en una mejor perspectiva, pasemos ya a lo que constituye su interpretación personalísima de España y de la Hispanidad. He de especificar que empleo aquí la palabra “hispanidad” libre por completo de las connotaciones triunfalistas que el vocablo llegó a tener en la España de los años cuarenta y cincuenta. No me refiero, pues al “epos hispánida” del que hablara Ernesto Giménez Caballero, sino que la utilizo en su sentido literal e intrínseco. Hispanidad es simplemente el carácter genérico de todos los pueblos de lengua y cultura españolas, lo que Ortega y Gasset gustaba de llamar “españolía”, pero sin descartar el contenido americano. De hecho, el uso frecuente del término proviene del 98, ya que fue revalorizado por Ramiro de Maeztu en su obra Defensa de la Hispanidad. Además, la elección de este término no es mía; éste es el vocablo que el poeta mismo elige y prefiere. Muestra de ello: su libro de 1946, titulado España e Hispanidad, en donde se encuentra abiertamente el influjo decisivo de Juan Larrea, de quien toma León Felipe el rico concepto de América y de la Nueva España como continente del espíritu o patria del verbo.

Pero, en su definición de España, ¿a cuál de ellas se refiere nuestro autor? Porque desde el comienzo nos dice —quizá glosando a Machado— que existen dos Españas. Estas son la de las formas desgastadas —la nacionalista— y la de las esencias —la republicana—, aquella cuyos mejores elementos se convertirían en la denominada “España peregrina”. El distanciamiento de ésta con la España “oficial” y su repulsa ante esta división histórica forzada la muestra León Felipe en su poema Dos Españas:

Hay dos Españas: la del soldado y la del poeta. La de la espada fratricida y la de la canción vagabunda. Hay dos Españas y una sola canción. Y ésta es la canción del poeta vagabundo:
Franco, tuya es la hacienda, la casa, el caballo y la pistola.
Mía es la voz antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo y me dejas desnudo y errante por el mundo…
Mas yo te dejo mudo… ¡mudo!
y ¿cómo vas a recoger el trigo y a alimentar el fuego
si yo me llevo la canción? [2008: 177].

Es esta “España peregrina” del exilio a la que León Felipe se refiere. Es la España de los “héroes” como contrapartida a la España de las “raposas”. Pero, ¿dónde se encuentra en realidad? El exilio priva a León Felipe de su patria geográfica y concreta y le hace lamentarse de esta pérdida de sus raíces:

¡Qué lástima que yo no pueda cantar a la usanza
de este tiempo lo mismo que los poetas de hoy cantan!
¡Qué lástima que yo no pueda entonar con una voz engolada
esas brillantes romanzas
a las glorias de la patria!
¡Qué lástima que yo no tenga una patria! […]
¡Qué lástima que no pudiendo cantar otras hazañas,
porque no tengo una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara una batalla,
ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada,
y soy un paria que apenas tiene una capa…
venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia! [2008: 12].

Y esta carencia, que las circunstancias le obligan a aceptar, es la que le impele a buscar una patria esencial, una patria interior, para poder asentarse —ya que no en España— sí en su concepto, en sus valores, en lo que ésta significa. La muerte de la España concreta conduce al resurgir de un concepto mayor: el de la Hispanidad, que no se ciñe a los límites geográficos de la península, sino que se amplia con este segundo descubrimiento del Nuevo Mundo que hacen los exiliados, que ahora se ve proyectada en América por la comunidad lingüística y cultural. León Felipe sueña en el reino de la Hispanidad como resultado de la muerte heroica de España, de la que habla en su obra Español del éxodo y del llanto, y de ahí la necesidad de definirla.

Su primera afirmación es que España tiene personalidad propia y papel específico en la escena del mundo, papel que ha venido desempeñando desde antiguo. No es inferior a ninguna otra nación y los hispanos no deben renunciar a lo que por serlo significan. León Felipe proclama valientemente la superioridad hispana ante otros pueblos del mundo y afirma que el no reconocerla, el derrotismo que ha asolado a España durante tanto tiempo, es causa continua de conflictos y problemas. Ataca por tanto a las diversas potencias extranjeras que han querido experimentar en España sus ideologías, haciendo más cruenta la Guerra civil. Las ideas por las que se ha luchado en España en el conflicto de 1936, dice taxativamente, no son en absoluto españolas: «España, / ¿de qué otra tela nueva y extranjera / van a cortarte ahora un sayal?» [2008: 69].

Llama a Europa “una bolsa de sombras” que especula con la sangre y el sufrimiento de España. Las diversas potencias no son sino “vendedores de sombras”. En sus palabras, el gran mago de Roma y el gran dogo de Inglaterra “han asesinado los sueños”. Es interesante comprobar que León Felipe considera como el enemigo ancestral de España al pueblo sajón. Pese a su postura antifascista no es a Italia o a Alemania a las que ataca, sino a la mercantil Inglaterra, que ha sabido comerciar con el sufrimiento de los españoles. Lord Duff Cooper, jefe del Almirantazgo inglés, acababa por entonces de decir en el Parlamento británico que todo lo que se ventilaba en España en la Guerra civil no valía la vida de un marinero inglés. León Felipe no puede sufrir en silencio esta discriminación de los ingleses, a los que denomina “piratas vestidos de frac”, y arremete con saña contra la “vieja raposa”, increpándola de la siguiente manera: «Inglaterra, has encadenado a Don Quijote. / Cuando acabe tu vida y vengas ante la historia grande / donde te aguardo yo, ¿qué vas a decir?» [2008: 52].

Describe León Felipe cómo los británicos no dudaron ni por un momento en vender armas a los enemigos de la República y cómo se lucraron durante el conflicto con dinero italiano y alemán, mientras no dejaban de proclamar las virtudes de la democracia y la legitimidad del gobierno republicano español. Insiste en la situación de la España abandonada y escarnecida por un grupo de mercaderes. No reprime su cólera por el comportamiento de las demás naciones y su desprecio por los que especularon con la sangre española, finalizando su poema Raposa con frases realmente hirientes:

A la larga, la Historia es mía,
porque yo soy el Hombre
y tú eres sólo un trust de mercaderes.
La Historia es larga.
El Hombre, eterno
y tú eres sólo la sombra pasajera de la avaricia [2008: 55].

Según León Felipe, este enfrentamiento con el espíritu sajón es —queramos o no— una de las características más verdaderas y continuas de lo hispano.

Otra de ellas, quizá la más importante, es el individualismo. Analizando su trayectoria temática se observa que, poco a poco el tema de la guerra pasa a segundo plano y va cobrando mayor importancia el tema humano, la vida del hombre per se, desligado de su entorno. En sus poemas no dejamos de hallar repetida esta idea: el hombre está solo en el mundo, enfrentado en solitario a la vida, y ha de funcionar como persona aislada que es. Su postura individualista y anticolectivista se aplica a todos los órdenes, siendo el primero de ellos la relación directa con la divinidad, que descarta la noción de una iglesia multitudinaria y de una religión para muchos. En Versos y oraciones de caminante nos cuenta cómo es su acercamiento a la religión:

Nadie fue ayer ni va hoy ni irá mañana hacia Dios
por este mismo camino que yo voy.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol
y un camino virgen Dios [2008: 9].

Lo mismo puede decirse de lo que respecta a las relaciones del hombre en sociedad. León Felipe marcha solo, a su manera personal, como todo artista verdadero, y preconiza como ejemplo éste su individualismo en su poema Ven con nosotros, peregrino, diciéndonos antes que esta soledad creadora es característica española que viene de antiguo:

Cuando me han visto solo y recostado
al borde del camino…
unos hombres con trazas de mendigos
que cruzaban rebeldes y afanosos,
me han dicho:
Ven con nosotros, peregrino.
Y otros hombres con porte de patricios
que llevaban sus galas intranquilos
me han hablado lo mismo:
Ven con nosotros, peregrino.
Yo a todos  los he visto
perderse allá, a lo lejos del camino.
Y me he quedado solo,
sin despegar los labios, en mi sitio [2008: 24].

Aquí queda patentemente demostrado este punto y el desinterés del poeta por todo lo que signifique partido, grupo o comuna. León Felipe siempre exaltó al hombre aislado, rechazó a la masa, al colectivismo e, implícitamente, a todo partidismo totalitario y defendió la libertad a ultranza, siguiendo la tendencia de exaltación libertaria de su maestro poético, el neoyorquino Walt Whitman, el poeta al que más de una vez mencionaría como su hermano y de quien recibiría mucha influencia.

¿Cómo es, pues, en realidad el español político, a su ver? Su sentido de la libertad le hace al verdadero español ser antifascista y su individualismo intrínseco le obliga a ser antimarxista. ¿Qué camino ideológico queda? El del anarquismo. Esta es la respuesta de León Felipe, muchas veces silenciada. Estos son para él los verdaderos revolucionarios republicanos, los anarquistas ibéricos, a los que definió como anarquistas angélicos y adámicos para quienes la vida es una cuestión de heroísmo. Así son los españoles, asevera. Nuestro individualismo no es algo que elijamos. Más bien él nos ha elegido a nosotros como antonomásicos representantes.

El siguiente punto que, a su entender, va a diferenciar principalmente al español de las gentes de otras nacionalidades, es su innegable idealismo, una manifiesta tendencia hacia lo superior que choca con los parámetros de materialismo y de buen sentido que imperan en otros países. El poeta se queja de que en su momento todo el mundo está cuerdo, terrible y monstruosamente cuerdo. España, por el contrario, ha representado siempre lo opuesto al buen sentido, la antítesis de la moderación. Su afán por lo superior ha llevado al español hacia la exaltación, la fuerza y la autoafirmación, lo que se deja ver en actitudes y comportamientos. Cuando la mentalidad foránea se pregunta por qué habla tan alto el español, León Felipe contesta: «El español no habla alto. El español habla desde el nivel exacto del Hombre. Y el que piensa que habla demasiado alto es porque le escucha desde el fondo de un pozo» [20008: 187].

Otras naciones niegan estos valores hispanos y menosprecian a España por no adaptarse a sus pautas, por no jugar a su juego. Se intenta quitar valor a lo que aquí tiene lugar. Cuenta León Felipe que durante la Guerra civil, cuando las bombas caían sobre Madrid y Barcelona, la “gran prensa universal” comentaba: “¡Que mueran esas ratas!”. Cuando, años más tarde, cayeron sobre Londres, todos, hasta esa “gran prensa universal”, se arrodillaron para rezar y sacaron de las cuevas y de los desvanes los ídolos y los viejos dioses olvidados. En España — recapitula— los héroes eran ratas; en Inglaterra, hasta las ratas eran héroes.

Pero el heroísmo no tiene valor entre comerciantes y nuestro autor se lamenta de ello en su poema Oferta:

Mercaderes:
Yo, España, ya no soy nadie aquí.
En este mundo vuestro, yo no soy nadie. Ya lo sé.
Entre vosotros, aquí, en vuestro mercado, yo no soy nadie ya.
Un día me robasteis el airón
y ahora me habéis escondido la espada [2008: 49].

Sin embargo, León Felipe siente que es de España de donde ha da salir la solución a los conflictos de su momento. Ante los ataques de las otras naciones a los españoles, a los que él dice que llaman “pueblo bárbaro que se destroza a sí mismo”, León Felipe alza su voz y afirma que el español, un pobre payaso, es el hombre más valiente y legítimo que ha nacido sobre este planeta podrido y abominable. En su opinión, la salvación del mundo sólo puede venir de España, que siempre ha sabido inmolarse y dar su sangre como cordero expiatorio:

Hay una flor en el mundo
que sólo puede crecer si se la riega con sangre.
La sangre del hombre no está hecha sólo
para mover su corazón,
sino para llenar los ríos de la Tierra,
las venas de la Tierra
y mover el corazón del mundo [2008: 50].

Y, a su vez ha sido únicamente España quien ha intentado ser defensora y redentora de los ideales que el hombre precisa tener. Cuando el destino del hombre estaba en subasta, los mercaderes no ofrecieron nada por él, nos cuenta. No hubo ni una voz ni un signo; nada más que silencio. Sólo España supo y quiso dar un paso hacia delante. España fue quien varias veces en la historia del mundo ha servido de adalid a la libertad y al progreso. Menciona en un lugar la intervención española en Lepanto. Y en un bello poema nos recuerda que fue España la que descubrió un mundo nuevo que, siglos más tarde, en el gran naufragio de Europa, habría de servir para albergar las esperanzas del hombre. Y fue España la que dio la voz de alarma en 1936 ante el peligro del naciente fascismo que habría de llevar a Europa al gran conflicto del 1939.

Esta reiterada idea central de que la salvación del mundo viene de España se personifica por triplicado en la obra del poeta, en el triunvirato simbólico que éste nos presenta y que abarca en sus personalidades míticas y representativas todos los aspectos de una humanidad redentora y triunfante. Estas tres personas a las que se refiere son Cristo, Prometeo y Don Quijote, tres rostros del mismo principio, unidos por un sentido, “el dolor”, porque el hombre es para León Felipe “la conciencia dramática del llanto”.

En su libro El poeta prometeico nos es descrita la genealogía del símbolo:

El poeta prometeico… el rebelde… el verdadero rebelde… el verbo… el Hijo. Nació de la imaginación. Salió del mito y de las entrañas de los libros sagrados. Luego se hizo realidad histórica… Los griegos le llamaron Prometeo… más tarde, Edipo… el Cristo… y en España tomó el nombre y la figura grotesca de Don Quijote de la Mancha.
El poeta prometeico significa la antítesis siempre. El amor contra el ceño adusto de Jehová, en la Biblia. Y el amor en Prometeo contra la dictadura caprichosa de Júpiter entre los griegos. Y el amor en Edipo, contra las sombras pre-históricas y subconscientes… Y el amor apasionado y loco de España en Don Quijote, contra la razón absolutista y fría de la Europa del Renacimiento [2008: 89-90].

España es el Cristo cuando sirve de víctima propiciatoria, cuando contribuye con su sufrimiento a la redención del mundo, cuando es desgarrada por unos y por otros para que de ello salga luego un futuro mejor, nos dice, recordándonos en parte la identificación de España con el Hijo y con el Verbo que hacía Juan Larrea y que Felipe no oculta. España está sola, como defensora de los ideales, como Cristo lo estuvo en la cruz. Y aun así esta España se presenta como víctima y ofrece toda su sangre por la necesaria redención don hombre:

Y aquí estoy yo otra vez.
Aquí, sola. Sola.
Sola y en la cruz… España-Cristo
con la lanza cainita clavada en el costado,
sola y desnuda,
jugándose mi túnica dos soldados extraños y vesánicos;
sola y desamparada.
Mirad cómo se lava las manos el Pretor.
Y sola. Sí, sola,
sola sobre este yermo que ahora riega mi sangre;
sola sobre esta tierra española y planetaria;
sola sobre mi estepa y bajo mi agonía;
sola sobre mi calvero y mi calvario;
sola sobre mi Historia de viento, de arena y de locura…
Y sola
bajo los dioses y los astros,
levanto hasta los cielos esta oferta:
Estrellas,
vosotras sois la luz,
la Tierra una cueva tenebrosa
sin linterna… y yo tan sólo sangre,
sangre,
sangre…
España no tiene otra moneda:
¡Toda la sangre de España
por una gota de luz!
¡Toda la sangre de España
por el destino del Hombre! [2008: 50-51].

España es Prometeo porque también quiere robar su fuego a los dioses dormidos, viniendo a dar testimonio de la luz. La describe como al argonauta de las grandes promesas y de los descubrimientos estelares. De esta esencia de lo prometeico nos habla en El payaso de las bofetadas o el pescador de caña: «El genio prometeico es aquella fuerza humana y esencial que en los momentos fervorosos de la historia puede levantar al hombre rápidamente de lo doméstico a lo épico, de lo contingente a lo esencial, de lo euclidiano a lo místico, de lo sórdido a lo limpiamente ético» [2008: 94].

Este ha sido siempre el orden que ha llevado la conducta del español en la historia, explica. Y con la figura de Prometeo hace un parangón religioso, identificando al reino de los cielos con el reino de los héroes, que no es en definitiva sino el reino de los justos, de los que han luchado por la justicia. Esta justicia imperará sin duda “porque las estrellas no duermen”. Y en su poema Oferta llega a anunciar proféticamente: «Y yo volveré, volveré porque aún hay lanzas y hiel sobre la tierra, volveré, volveré con mi pecho y con la aurora otra vez» [2008: 56]. El regreso del poeta que se va corresponderá al del triunfo del espíritu hispano sobre las mezquindades de la antivital Europa.

España es Don Quijote, ese pobre payaso de las bofetadas, que cae y se levanta de continuo con la palabra “justicia” en la boca y que es símbolo de esa España que desafía con una lanza rota a toda la maquinaria bélica del mundo. Don Quijote es el defensor de la justicia ante la incomprensión del mundo, es poeta y payaso, héroe y bufón a la vez, que anuncia un cambio total de valores. Esta es la labor del hidalgo manchego, destinada a fracasar aparentemente en lo positivo e inmediato, pero destinada asimismo a resplandecer por su grandeza en el futuro de la historia. En su libro Rocinante nos cuenta el poeta la razón de esta actitud. Al bondadoso hidalgüelo llamado Quijano le picó un día una mosca: la loca mosca española de los sueños, la misma que picó a Santa Teresa, a San Juan, a los místicos, a los pícaros y a los conquistadores, llevándoles hacia reinos desconocidos, hacia estrellas lejanísimas, hacia la locura que está dentro y fuera de todas las latitudes de la tierra. Esta es la “quijotada”, y Don Quijote ha de recibir en sí la culpa del mundo para redimirlo. Es un sacrificio simbólico necesario que sólo el español se decide a emprender.

Don Quijote derrama sin titubear su simbólica sangre, porque lo sustantivo del español es la locura y la derrota. Pero León Felipe cambia en su verso la derrota práctica en una victoria del espíritu y dice:

La España inmortal de la sangre
limita al norte con la pasión,
al oeste con el orgullo,
al este con el lago de los estoicos
y al sur con una puerta inmensa
que mira al Mar y a un cielo de nuevas constelaciones.
En la España de las esencias que quieren organizarse de nuevo
están las ráfagas primeras
que mueven las entrañas de la tierra.
Esta es la España prometeica
en la que todo se transforma y se revuelve;
las exégesis se cambian del revés,
los presagios de los grandes poetas se hacen realidad,
Prometeo se libera
y aparecen nuevos Cristos.
Y las viejas parábolas evangélicas
se escapan de la ingenua retórica de los versículos
para venir a mover y a organizar nuestra vida [2008: 99].

Y como resumen de estas virtudes y estas características intrínsecas de lo hispano, pasa el poeta en el libro v de Ganarás la luz, a defender abiertamente el valor de la hispanidad, con ecos épicos que recuerdan la Oda a Roosevelt, del maestro Darío. Se ha de escribir un evangelio nuevo y ésa es tarea que sólo España puede emprender, puesto que sus miras no son mezquinas, no se detiene sólo en lo material ni en el bienestar del momento presente: «Que llore el alemán sobre las ruinas de sus ciudades y sus burgos… Que lloren los franceses porque han perdido la torre Eiffel con su estrella de cinco puntas en el vértice del pararrayos… Y que llore el inglés, con su flema habitual, viendo que se le derrumba el imperio… ¡Mi casa es inmortal!» [2008: 185].

En efecto, para León Felipe la hispanidad es algo perenne, algo que se eleva por encima de guerras y partidos, de tiempo y espacio, hacia un plano más sutil en donde la España en busca de justicia, como ente trascendente, triunfa del mundo. El hombre, el poeta es mortal, pero no es mortal lo que postula y en su exilio de América y hasta el fin de su vida León Felipe repetirá como una letanía esta idea:

Hispanidad… tendrás tu reino,
pero tu reino no será de este mundo. Será un reino sin espadas ni banderas, será un reino sin cetro,
no se erguirá en la Tierra nunca, será un anhelo sin raíces ni piedras, un anhelo
que vivirá en la historia sin historia… ¡sólo como un ejemplo!
Cuando se muera España para siempre, quedará un ademán de luz en la luz y en el aire… un gesto…
Para crear la hispanidad hay que morirse, porque sobra el cuerpo. Hispanidad será este espíritu que saldrá de la sangre y de la tumba de España para escribir un evangelio nuevo.
Hispanidad será aquel gesto vencido, apasionado y loco del hidalgo manchego.
Sobre él los hombres levantarán mañana el mito quijotesco y hablará de hispanidad la historia cuando todos los españoles se hayan muerto [2008: 185-186].

 

REFERENCIAS

L., Felipe, Nueva antología rota, (Madrid, Akal, 2008), 240 págs.

L., Felipe, Ganarás la luz, (Madrid, Cátedra, 1982), 270 págs.

V., García de la Concha, León Felipe: Itinerario poético, (Salamanca, Villalar, 1986), 186 págs.