El tema sobre el que me propongo informar, mas que disertar, es en extremo ambicioso y, por ende, arduo. Su dificultad seria parangonable a la de pretender resumir en unos minutos todos los aspectos de las letras europeas del presente siglo, por poner un ejemplo, y ello se debe a la multiplicidad lingüística de la India y al alto grado en que sus literaturas dependen de factores políticos y sociales muy específicos y que, por desconocimiento nuestro requieren una explicación complementaria. Ante esta situación se corren varios riesgos: el de profundizar demasiado en lo ya conocido, el de dar erróneamente por sabidas premisas esenciales para la comprensión del tema y también el de acabar limitándose a una relación de obras y autores que no pueden suplir a una visión de conjunto. En el dilema de elegir optare por la sencillez y que se me perdonen las posibles reiteraciones.
En la actualidad existe en la India una actividad literaria substancial en catorce lenguas, todas ellas reconocidas como oficiales. Estas son hindi, bengalí, marathi, gujarati, oriya, panjabi, sindhi, derivadas directamente del sánscrito; el urdú y el cachemiri, con mezcla de sánscrito, árabe y persa; y el támil, telugu, malayalam y kannada, de origen dravídico, todas ellas con una literatura vernácula desarrollada autonómicamente tras la desintegración de la unidad clásica de la India védica. A éstas hay que añadir el inglés, idioma en el que también existe una importante literatura. Se cuentan asimismo otras lenguas menores y dialectos que sobrepasan el centenar y sobre los que no existen siquiera estudios filológicos completos. Estas cifras nos dan una idea de la complejidad lingüística del país. Si tenemos en cuenta que en la India se reconocen dos lenguas nacionales (el hindi y el inglés), enseñadas obligatoriamente en las escuelas y aplicadas a todos los aspectos de la vida diaria oficial y profesional, y considerando la importancia siempre creciente de las lenguas regionales que no han sufrido nunca ningún tipo de censura ni oposición, llegamos a un punto de información esencial para entender mejor el panorama literario que nos ocupa: y es la condición básicamente trilingüe de la inmensa mayoría de los lectores indios, lo que necesariamente les determina a la hora de leer o de expresarse por escrito. Por ello, probablemente un indio culto medio leería el periódico, un libro de ensayos o una obra técnica en inglés, preferiría una novela en hindi y su lengua vernácula para leer poesía.
Una situación complementaria a la anterior consiste en que el inglés y en menor grado el hindi, empleadas como una especie de lingua franca para fines meramente comunicativos, no han logrado una aceptación total en todas las zonas del país a la hora de crear y adquirir literatura, pero sí han servido de enlace suficiente como para eliminar la necesidad de comunicación entre lengua y literaturas vernáculas, con lo que nos enfrentamos con el problema de que la mayor parte de las literaturas indias, pese a sus similaridades temáticas, estéticas o formales, se ignoran mutuamente, no se traducen entre sí, limitan su difusión en la India e incluso son fuente de roces y competencias a nivel nacional, por no hablar de otro factor altamente negativo que se produce frecuentemente para aprovechar este desconocimiento mutuo: el plagio.
Pasemos ahora a una definición temporal. Por “literatura contemporánea” nos referimos en el contexto indio a la escrita a partir de 1947, año en que el Partido del Congreso, con Gandhi y Nehru a la cabeza, consiguieron que el gobierno británico otorgara al país su independencia. Esta fecha significó un cambio radical no sólo en la política y la vida indias, sino también en las artes, que habían estado hasta el momento dependiendo temáticamente del movimiento independentista y sus logros. Ha de tenerse en cuenta el alto grado de relación que las letras indias han tenido siempre con la situación socio-política eventual del país. Así, durante la primera mitad del siglo, la literatura india estuvo lógicamente dedicada a la descripción y comentario del movimiento de resistencia civil no violenta del Mahatma Gandhi y de sus resultados. Considérese que, aunque de manera pacífica, la India estaba sumida desde comienzos de siglo en el equivalente a una guerra civil. Consecuentemente, la India libre produce una literatura que va a tratar una realidad muy radicalmente cambiada y en un lapso de tiempo corto.
La literatura pre-independiente de los años 1930 ó 1940, aun con la futura independencia como tema recurrente, no difiere substancialmente en orientación, recursos o estilos de la de fines del siglo anterior. Por ende su “contemporaneidad” es limitada. En cambio, y por no haberse producido desde 1947 ningún acontecimiento de ruptura en el panorama indio, las letras de la India independiente siguen aún hoy dentro del mismo movimiento o tendencia: han sufrido una evolución estética, si se quiere, pero en absoluto ideológica ni temática.
En cuanto a preferencia por géneros literarios, se halla una predilección marcada por la novela y el cuento. Esta elección se produce indudablemente por reacción, por haber sido la poesía y el teatro los géneros más cultivados en la antigüedad y por relacionarse a la narrativa con el concepto de modernidad. La poesía épica y lírica fue la que dominó durante la época védica. Y durante la Edad Media india (que dura hasta inicios del siglo XVIII) las tradiciones y los mitos pervivieron en el teatro regional, que se mantiene con gran regularidad y sin perder al gran público. El siglo XX indio ve el esplendor de la novela como principal forma literaria y ésta deriva hacia la novela corta y el cuento, que es el género más empleado en la actualidad, permitiendo el uso de una lengua más sencilla y directa y un tratamiento menos retórico que el acostumbrado en la tradición india clásica.
Hablaremos a continuación de aquellas tendencias y temas comunes a las principales literaturas de la India, aquellos elementos que sirven para identificar el concepto más amplio de “lo indio” entre las diversas literaturas autóctonas. Ha sido siempre un tema debatible la definición de “indianeidad” como elemento unificador de gentes étnica y lingüísticamente distintas. Como generalización válida puede decirse que han sido la filosofía y el sentido de religiosidad las características que han mantenido unidas desde un principio a las regiones de la India, muchas de ellas tan distantes entre sí y con tan diversos usos y costumbres.
Artísticamente los elementos unificadores son bastante más difíciles de definir; “indio” resulta sólo un término medio entre lo local regional y lo universal y lo más preciso sería definir la “indianeidad” no como un compendio de elementos sociales o culturales comunes, sino como una sensibilidad específica que provoca reacciones parecidas ante aspectos de la vida diversos, como diversas son las regiones. Pero pasemos a lo concreto.
Quizá la orientación más generalizada es la del equivalente indio al realismo social, al que la intelectualidad india identifica con el concepto de “modernidad”; esto se produce como reacción también a las tendencias que habían dominado la literatura india desde un principio y que se caracterizaban por un contenido altamente fantástico y simbólico. Las epopeyas de la India védica, el teatro clásico medieval, la poesía mística del XVI, todos los movimientos realmente brillantes de la literatura india antigua se hallan llenos de características fantásticas: magias, milagros, dioses y mitos, todo ello enmarcado en estilos formales preciosistas, rebosantes de cultismos y figuras retóricas y en una lengua excesivamente purista y en muchas ocasiones ininteligible para los no iniciados. Como reacción ante este pasado y todo lo que implica los autores “contemporáneos” indios optan por una descripción cruda y crítica de su entorno, sin importarles caer en ocasiones en la exageración y la distorsión. Esta tendencia domina con contadas excepciones la novela y el teatro y hasta se hace sentir en la poesía. En este caso lo sencillo sería explicar esta forma de hacer diciendo que los autores miran en derredor, hallan miseria y pobreza y como fieles testigos de su tiempo se dedican imparcial y fríamente a describirla en sus obras, cerrando los ojos a otras realidades. Sin embargo, la realidad del fenómeno descrito no es exactamente así. Los autores de la India moderna buscan deliberadamente la pobreza para describirla en sus libros y pocas veces ven más allá. Las razones para esta actitud son complejas y no siempre positivas; no intentan una denuncia redimidora ni una catarsis. Sus escritos no dan evidentemente soluciones a los problemas que plantean, pero ni siquiera se encuentra en ellos un sólo atisbo de esperanza. Son planteamientos fatalistas tendentes a causar hasta la náusea del lector. Un ejemplo sangrante de este tipo de literatura es la famosa narración Kafan (La mortaja) del novelista hindi Prem Chand, uno de los más famosos y venerado como maestro por toda una generación. En esta novela corta el protagonista emplea la muerte de un familiar querido y la necesidad de obtener dinero para conseguir una mortaja con la que cubrir dignamente el cuerpo como medio de lucro personal. Este tipo de argumento, en un país obsesivamente respetuoso con la muerte y los últimos ritos, denota un afán de emplear la excepción o los límites de lo posible para la elaboración de una literatura feísta impactante. La pobreza del país se toma como algo irremediable; pero los escritores se colocan al hacerlo en una actitud de superioridad un tanto despectiva: el intelectual urbano escribe en ocasiones sobre un campesinado que constituye la inmensa mayoría de la población del país y nos dice que, debido a su ignorancia y otras carencias, vive de forma infrahumana, sin conseguir librarse de su miseria de siglos. Estas posturas les valen a los autores que las mantienen un amplio reconocimiento. Las visiones negativas de la realidad india consiguen premios a nivel nacional, principalmente por parte de la Sahitya Akademi, o Academia de Letras de la India, organismo oficial muy mediatizado, que otorga anualmente premios a obras literarias en todas las lenguas indias y que parece tener a la hora de elegir especial predilección por los escritos que más desprecian lo que describen. Lamentablemente esta tendencia negativa también funciona en el extranjero, sobre todo en el contexto de los países de la Commonwealth, en donde se traducen y aprecian estas visiones negras de la India. Empero, esta tendencia, este “gusto por la miseria” rayano en un feísmo morboso, cumple una función más y denuncia útilmente aspectos crueles de la sociedad india y su falta de justicia, como pueden ser el habitual mal trato del que se hace objeto a las viudas, la posición de desvalimiento de los hijos ilegítimos y las dificultades de emancipación social de desheredados y sufrientes en medio de un clima de falsa moralidad y tabúes milenarios. Recalcaremos que este tipo de literatura podría haber logrado un grado de concienciación mucho mayor y de más alta efectividad en sus denuncias de las lacras sociales si se viera en ella un mayor nivel de objetividad e imparcialidad. Sin embargo, con su crítica feroz y sin tregua, presentando a la India despectivamente, sin ninguna de sus virtudes ni valores y con todos sus defectos amplificados, consiguen un efecto muchas veces totalmente contraproducente.
Otro aspecto común de las literaturas indias, aunque marcadamente mas presente en la de las regiones orientales –Bengala, Orissa, Assam, Mizoram, Meghalaya, etc.–, es el alto grado de politización de los textos y un claro enfoque de idealización del marxismo. Aparte de la difusión lógica de esta ideología, la India independiente estrechó sus relaciones con la Unión Soviética durante la década de los cincuenta y el Pándit Jawaharlal Nehru, primer Primer Ministro de la India libre, propuso el modelo marxista como ideal a conseguir en un futuro. Únicamente el alto grado de tradicionalismo y el fuerte sentir religioso del pueblo indio impidió al Partido del Congreso derivar hacia posiciones más radicales dentro del la izquierda. Sin embargo, los sectores de intelectuales más progresistas adoptaron este ideal con entusiasmo, contraponiéndolo al sistema de vida feudal de los terratenientes indios, a quienes achacan la mayor parte de los males del país. Sus obras hacen hincapié en el perjuicio de la explotación capitalista, el conflicto de clases y la necesidad de un cambio social mediante una revolución. Durante los años 1950 y 1960 la literatura india en diversas lenguas produce una gran cantidad de novelas casi panfletarias con un tema standard: el joven estudiante, que regresa a su aldea tras haberse educado en la ciudad y haberse imbuido de ideas marxistas, combate heroicamente al cacique local y fracasa inexorablemente en su intento de mejorar el sistema laboral del lugar debido principalmente a la abulia e incomprensión de los habitantes del pueblo, que no saben romper las ataduras de tantos siglos. Esta línea argumental se convierte en un claro estereotipo y se halla reiteradas veces en obras de afamados autores como Mulk Raj Anand o Raja Rao. En estas novelas todo es predictible. El cacique simboliza todos los males: no se contenta con explotar al campesino, sino que es también borracho empedernido y violador de campesinas jóvenes. A su lado está siempre el usurero viejo, que despoja de sus tierras a los que se las hipotecan y que inexorablemente termina siendo apaleado por los campesinos o ahogado en una inundación. Y no puede faltar el sarpanch o el alcalde local, cobarde y cómplice de los desmanes del terrateniente. Crítica social rural poco imaginativa. También por extensión, los escritores marxistas atacan a todo lo que signifique tradicionalismo y ortodoxia, como origen del problema. Al hacerlo tocan la fibra sensible de la gente del país: la religión, y se ven, si no rechazados, sí parcialmente ignorados por un amplio sector de lectores, lo que les lleva a adoptar la pose de “incomprendidos”. Este tipo de novelas sigue cosechando premios oficiales y buenas críticas durante los años 1970 y 1960, pero su nivel de ventas se reduce drásticamente y la literatura pseudomarxista comienza a verse como algo del pasado. Sí perdura, no obstante, la crítica sistemática de las formas políticas y sociales hasta extremos realmente paradójicos. Tal es el caso de The Chess Player (El jugador de ajedrez), del narrador y cineasta bengalí Satyajit Ray, donde se crítica la decadencia y falta de vitalidad de la sociedad mogol del siglo XVIII y se justifica inexplicablemente la invasión y el colonialismo británico que supo aprovecharse de esta situación.
Otra tendencia recurrente es la de emplear la literatura como medio de reflexión sobre la búsqueda de la identidad nacional. ¿Cómo modernizar los esquemas de vida y pensamiento de la India antigua? Y de saberse cómo hacerlo, ¿es esto deseable? ¿Hasta qué punto aceptar y asimilar la influencia occidental? ¿Ha de mantenerse u olvidarse el impulso nacionalista que fue en su día necesario para el logro de la independencia? Estos son algunos de los planteamientos que los escritores reflejan en sus obras y en las que coinciden autores de todas las lenguas. El consenso parece apuntar en las siguientes direcciones: Se produce una introspección cultural, una reinterpretación de las tradiciones consideradas sagradas durante siglos, con la intención de afirmarse en los valores perdurables y evitar que nada se rechace de antemano. Es un estudio sistemático de lo que la India ha significado durante la historia, parangonable a lo ocurrido en España tras el 1898. Se reinterpretan la filosofía, las epopeyas y los mitos y se llega a una glorificación del pasado en los aspectos éticos y filosóficos con una revalorización del Vedanta y su mística; pero al mismo tiempo se censura la estratificación y excesiva rigidez de ritos y costumbres de la sociedad india. Así es que, tras un rechazo inicial de Occidente durante los primeros años de la independencia, acaban por aceptarse las normas y formas de vida occidentales, así como su arte, parangonando el término “occidental” con “moderno” y concibiéndose una sociedad utópica de progreso material, prosperidad y confort occidental y espiritualidad india. Así se intenta resolver el conflicto entre Oriente y Occidente, erróneamente simbolizados en tradición e innovación. El grado de intensidad difiere según las lenguas indias. Por ejemplo, existe mayor grado de occidentalización en la literatura támil y menor en la hindi, pero en todas se refleja esta problemática en los temas. También resulta paradójico en ocasiones el leer literatura india en inglés, en donde se condena la cultura occidental y se defienden las formas clásica indias, con procedimientos artísticos y literarios totalmente occidentales.
Siguiendo con los puntos de coincidencia de estas literaturas ha de hablarse de uno recurrente: la individualidad humana y su esencia sagrada, la existencia metafísica e interior del hombre como la más importante realidad, un corolario derivado de la filosofía del Vedanta, tratado reiteradas veces por Rabindranath Tagore y que de alguna manera perdura en el pensamiento cotidiano. La literatura india se hace eco de este postulado no sólo empleándolo como tema, sino también en aspectos formales: nunca trata de personajes colectivos, ni diluye la acción con personajes de conjunto, sino que sus tramas argumentales se centran siempre y de manera muy marcada en un personaje definido. Perdura en ella con fuerza el concepto del héroe como compendio de valores y recipiente de la dignidad humana y los temas que se tratan suelen tener un trasfondo de verdadera autenticidad e integridad. Según el tipo de obra el héroe puede ser tradicional y romántico o moderno y sindicalista, pero siempre tiene una importancia capital. En ocasiones este personaje no se presenta como triunfador, pero sigue teniendo igual importancia y sus historias son entonces de soledad, incomprensión, empequeñecimiento ante la metrópolis o ante cualquier tipo de segregación, pero siempre con la acción centrada en un único protagonista y un resto de personajes complementarios, y con una intención clara de que un sector de los lectores se identifique con él.
Las enseñanzas gandhianas son otro de los puntos de coincidencia a nivel temático, principalmente en lo referente a dos de sus caballos de batalla en su intento de reforma social: éstos son el problema de las mujeres y el de los intocables. Gandhi luchó por conseguir una mayor participación de las mujeres en la vida social y profesional del país y un mayor respeto hacia los intocables, a los que dio el apelativo cariñoso de harijans o “hijos de Dios”. Consecuentemente una fracción de las obras literarias tratan de los problemas de estos dos sectores de la sociedad y de como se resuelven o no. En estos últimos años, empero, el problema del proscrito social ha decaído en popularidad. Por el contrario, las reivindicaciones feministas como tema y como actitud se han incrementado en progresión geométrica quizá debido al eco de su popularidad en el mundo occidental.
Para aumentar el interés de los relatos basados en este tema se suele incrementar ficticiamente el dramatismo y también exagerar una serie de limitaciones sociales aparentes. Se habla de un sexo femenino oprimido y sistemáticamente vejado como clase y se generalizan ejemplos lamentables pero aislados de malos tratos y subyugación, ocultándose el carácter tradicionalmente matriarcal de la sociedad india, para conseguir las simpatías de un contingente de lectores mayoritariamente femenino.
Hasta aquí los temas esenciales de coincidencia. En cuanto a la estructura formal y estética de estas literaturas sorprende el hecho de que puedan resultar tan parecidas, dentro de lo que cabe. Todas ellas abogan por estéticas similares y, con excepciones, coinciden en lo principal. La novela es directa y pretende una normalización de la lengua mediante la reducción del nivel, valga la expresión, pues tiende a eliminar todo tipo de cultismos y retoricismos asociados de antiguo al concepto de “lengua literaria”. Considérese que en las lenguas indias ha existido tradicionalmente una gran diferencia cualitativa entre la lengua hablada y la escrita. La narrativa moderna india suprime esta diferenciación y preconiza la práctica de escribir como se habla, incorporando a las letras un amplio léxico no exento de vulgarismos e incorrecciones, así como multitud de vocablos procedentes de otras lenguas –especialmente del inglés– que se han introducido poco a poco en los idiomas vernáculos. El estilo medio de estas literaturas en general resulta sobrio. Se hacen escasas descripciones, la mayoría de ellas topográficas y casi nunca de los personajes, a los que vamos conociendo por lo que hacen o dicen en la acción, nunca a priori, porque el narrador nos lo cuente. Generalmente sabemos poco de ellos y el lector no consigue una visión comprehensiva de la trama hasta bien avanzada ésta. Los diálogos son rápidos y raramente incluyen elementos o palabras superfluas. Tienden a dar una imagen seria, reservada y poco social de los indios, lo que no refleja en absoluto el temperamento jovial y comunicativo que tienen en realidad. Digamos que el tipo de personaje idealizado posee una reserva y una frialdad controladas y ligeramente británicas. Por otra parte, los autores indios poseen en alto grado una virtud literaria: la capacidad de matizar hábilmente y realzar las nimiedades, de describir las pequeñas tristezas y las pequeñas alegrías con la importancia comparativa que pueden llegar a tener. Otro elemento de la narrativa a destacar es la habitual carencia de principio y muchas veces de final de lo que se narra. Se toma una acción ya anteriormente iniciada y se acaba de narrar cuando todavía no se ha resuelto totalmente la trama. Esta forma de hacer se presenta frecuentemente en la novela y casi inexorablemente en el cuento.
El teatro indio moderno tiene una orientación diferente. Se produce como ruptura total con las tradiciones dramáticas autóctonas, que enfatizaban el verso, la belleza estética y el contenido heroico y mitológico. Se deriva hacia un teatro de imitación de algunas vanguardias europeas. Autores occidentales estética o políticamente progresistas, como Brecht, Beckett o Ionesco se convierten en modelos indiscutidos y los escasos dramaturgos indios intentan adecuar sus temas y su visión de la realidad a un estilo evidentemente ajeno a la sensibilidad india. Esta orientación, unida al desmesurado éxito que en la India tiene el cine de entretenimiento –de temas más humanos y de actualidad, pese a los tópicos que pesan sobre él–, hace que el teatro indio contemporáneo se convierta en un arte de minorías, muy desconectado de los gustos del público y abocado a una no muy lejana desaparición si no logra renovarse casi por entero. Este teatro presenta temas vagos e imprecisos, tramas lentas, ambientaciones sombrías y occidentalizadas, personajes sumidos en angustias existenciales no siempre claras y diálogos generalmente carentes de la profundidad que los autores pretenden conseguir. En suma: un modelo fallido de experimentación.
La poesía, en cambio, sí supera con gran éxito la prueba del paso a la modernidad. Después de siglos de ceñirse a la épica y a la lírica de tema amoroso, la poesía india se enriquece con nuevos temas y múltiples matices. Esto se consigue con la liberación de la forma e implantación del verso libre, que comienza a emplearse sin restricciones. Como ejemplo puede citarse a Sri Aurobindo, quien escribe en versos libres una epopeya de corte clásico titulada Savitri, con grandes resultados. La poesía antigua india, tanto la sánscrita como posteriormente la mogol, eran ricas en figuras retóricas y hábiles en el empleo de la lengua, pero al mismo tiempo sus formas métricas resultaban más bien primitivas, escasas y poco dúctiles. Equivalen en medida y ritmo a pareados y a redondillas o a cuartetos las más complejas. Además, y debido al peculiar orden de las palabras en las frases, se dificultaba grandemente el empleo de la rima, por lo que se recurría a la repetición del mismo vocablo al final de cada verso, para crear una impresión ficticia de rima. Todas estas características limitaban lógicamente a los poetas, quienes no podían emplear eficazmente estos esquemas métricos como medios de expresión más realistas. En el verso libre, sin embargo, desbordan sus impresiones, emociones e ideas y consiguen una poesía si bien no muy rica formalmente, sí exuberante desde el punto de vista de descripción de sentimientos. A todos los temas antes mencionados los poetas de la India independiente suman unos hábiles ejercicios de introspección y una poesía abundante en elementos intimistas, reflexiones interiores y hasta misticismo. Es digna de mencionarse también la particularidad de que la poesía es el único género indio que emplea abundantemente el humor, generalmente ausente de la narrativa y el teatro. Los poetas nos dan frecuentemente una visión alegre y divertida del mundo y de sí mismos y nos presentan las pequeñas incoherencias de la vida de manera simpática, haciéndonos reír muchas veces con la falta de lógica del mundo en el que vivimos. También emplean la sátira, la ironía y el sarcasmo para contarnos experiencias personales, sacadas de la cotidianeidad. Existe también un sector de esta nueva poesía dedicada al tema sexual, con una influencia freudiana que llega con retraso, rompiendo con el platonismo del tema amoroso en la tradición. Junto a la ya mencionada hay una poesía futurista de experimentación, que rompe la sintaxis e intenta crear impresiones aisladas más que comunicación coherente, pero en líneas generales la poesía india moderna está cerca de la gente, es inteligible y le habla a sus lectores de temas amenos y de interés, logrando un acercamiento y una aceptación bastante mayores que las que consigue el teatro. La lengua que se emplea es clara y directa, sin excesivos retoricismos y con un vocabulario reducido pero elegante.
Hasta aquí esta relación panorámica y necesariamente incompleta. Para lograr una visión más completa sería imprescindible profundizar en aspectos complementarios, conocer a escena socio-política del país y sus problemas comunitarios, especialmente la nueva situación creada en la sociedad india por el creciente movimiento independentista y terrorista sikh. El estudio de los mercados literarios también ayudaría a una comprensión general, así como el de las diversas subliteraturas, de temas amoroso, familiar, histórico y policíaco. Habría que
conocer la relación de los escritores con la industria cinematográfica, pues muchos narradores son a la vez guionistas y muchos poetas alternan su poesía personal e independiente con la creación de letras para canciones de películas. También ayudaría el profundizar en la influencia que sobre las letras indias ejerce la literatura extranjera de evasión, especialmente la escrita por autores estadounidenses, con mucho los más vendidos.
En general estamos hablando en la inmediata actualidad de un momento de cambio y es fácilmente previsible que todas las tendencias mencionadas y que vienen triunfando desde hace medio siglo varíen radicalmente por influencia de todos los nuevos factores de la sociedad india. No se puede descartar la posibilidad de una vuelta a las raíces, de un segundo “Renacimiento” cultural, como el que tuvo lugar en Bengala a fines del siglo pasado, aunque aquél afectó más al plano filosófico-religioso que al artístico. Todo son nuevas posibilidades en un país de tan rica cultura, con una sociedad tan variada y de tanta vitalidad.