Alfonso Vázquez: La invasión de los hombres loro, Reino de Cordelia, Madrid, 2017. (Reseña)
Nada más aproximarnos físicamente al libro y antes de haber tenido ocasión de ver o pensar algo, Vázquez nos propone ya desde la portada un sugerente mundo imaginario: «¿Se imaginan los lectores una colonia española en el corazón del Reino Unido?» Pues no, no los la imaginamos, porque ya está Vázquez para imaginársela él y contárnosla, lo que resulta mucho más satisfactorio.
Se trata de San Roque on the Rocks, un lugar imaginario al lado del cual el Macondo de Márquez, el País de Nuncajamás de Barrie, el Liliput de Swift y hasta la Isla del Día de Antes de Eco resultan de una cercanía y de una vulgaridad apabullantes. Las cosas que sucedes allí no son para contadas. Es decir: sí lo son y Vázquez hace precisamente eso: las cuenta y las cuenta con su humor personal e intransferible, en el que no hay más remedio que detenerse.
Porque está el humor compartido, ese humor un tanto vulgar que se le ocurre a todo el mundo. Y está el humor personal, el reconocible, el que verdaderamente se funda en el estilo. Éste es el que tiene Vázquez en cantidades industriales. Alguien (yo nunca me acuerdo de quién hizo o dijo las cosas) afirmó que si tras leer dos líneas de un autor no podías decir quién era, malo. Tal cosa no sucede en este libro, que tiene un sabor personalísimo. La suprema virtud literaria es el estilo y este autor lo tiene a volquetes. Ello es una gran virtud para escribir novelas, aunque le pueda suponer un handicap en otros terrenos. Por ejemplo: Vázquez no puede escribir anónimos amenazantes a nadie, porque se le conocería en seguida por su estilo tan propio.
En cuanto a la temática, Vázquez tiene tanta originalidad que seguro que hasta le duele. En la novela, el gran pintor surrealista Salvador Dalí llega a la colonia a hacerse el interesante y su llegada coincide con la aparición de varios cadáveres de personas disfrazadas de loro. ¡Toma surrealismo! Luego aparece también por allí el ínclito Julio Camba, escritor jubilado. A partir de aquí… pasan cosas que no contamos (porque eso no se hace en una reseña que se precie), pero, créannos, muy sorprendentes y divertidas. El autor nos lleva cariñosamente de la mano hasta la orilla de un río narrativo, nos muestra el inmenso remolino que se forma en sus aguas y luego, de un empujón recio, nos hace caer al agua, en medio del susodicho remolino para que casi nos ahoguemos en aquella profusión de sucesos, a cual más peregrino.
Entonces vemos actuar a la teoría del caos y cómo se suceden los sucesos valga la redundancia— impelidos por su propia inercia y a modo de fichas de dominó. La maestría con que Vázquez hila la narración nos recuerda los mejores pasajes de Tom Sharpe.
El libro tiene otras virtudes añadidas que no me resisto a mencionar: está tan bien encuadernado que no se le sueltan las hojas, las páginas no se transparentan nada y la tinta no huele mal, lo cual no es poco. Además, incluye el supremo acierto de no llevar ningún prólogo de ésos tan aburridos que escriben lo que no saben escribir otra cosa, sino que al abrirlo entramos directamente en el simpatiquísimo territorio vazquezniano donde retozamos alegres durante el tiempo horas que dura la lectura, hecho por el cual recomendamos saborear este libro despacito, como se merece el excelso manjar que es.