La gran obsesión de Enrique Jardiel Poncela fue siempre la de hacer reír, la de conseguir que el lector de sus textos o el espectador de su teatro se divirtiera con sus palabras. Por eso, la aparición de nuevos textos de este genio de la llamada «Generación del 27 del humor» es una buena noticia. Biblioteca Nueva estrena nueva etapa editorial, tras ser adquirida por Malpaso, y lo hace con una pequeña gran joya: una colección de relatos inéditos de Jardiel Poncela. «El hombre que iba a casa del dentista y otros cuentos inéditos» contiene varios que no estaban al alcance del lector de Jardiel. Son un total de 31 cuentos en los que podemos encontrar las características del elegante humor del maestro, piezas que siguen haciendo reír pese a que han permanecido encerradas durante mucho en un cajón.
Así lo comenta Enrique Gallud Jardiel, nieto del autor de «¡Espérame en Siberia, vida mía!» o «Eloísa está debajo de un almendro» y responsable de la edición. A este respecto, recuerda que su abuelo no consideró que debieran formar parte de los volúmenes recopilatorios –«El libro del convaleciente» y «Exceso de equipaje»–, ni de sus «Obras completas» porque pensaba que no tenían la calidad necesaria. «Ese argumento no es convincente. Entre aquellos escritos repudiados hallamos muchos de gran calidad que no desmerecen en absoluto de los que sí incluimos. Por ello, nos hemos permitido llevarle la contraria a Jardiel y dar ahora a conocer a sus lectores estos escritos suyos de juventud que consideramos muy interesantes», escribe Gallud Jardiel.
Los textos fueron escritos entre 1920 y 1930 y originalmente aparecieron en publicaciones como «La Nueva España», «La Correspondencia de España» y «La Libertad», entre otros diarios, además de en semanarios como «Buen Humor» y «Gutiérrez». El conjunto nos demuestra que nos encontramos con un autor con un estilo propio, que vivió al margen de las modas para construir una personalísima manera de entender el humor. Es un Jardiel que no rechaza ser vanguardista, incluso absurdo, aunque no por ello evita aportar algunos toques costumbristas.
En primera persona
Una de las particularidades que encontrará el lector es constatar que muchos de ellos están escritos en primera persona, lo que nos hace pensar que es el mismísimo Jardiel Poncela quien vive o, mejor dicho, sobrevive a buena parte de las extraordinarias andanzas que se narran. Porque no le importaba reírse de sí mismo, es decir, llegar a convertirse en una pieza más del engranaje con la sana intención de hacer pasar un buen rato como lector.
El hombre que afirmaba que la vida es tan amarga que abre a diario las ganas de comer demuestra la variedad de temas y tonos para estos relatos, ya sea creando una pequeñísima novelita –como es el caso de «El robo del Kangur-Palace»– pasando por la construcción de una deliciosa pieza teatral –como encontramos en «Una cena en tres escenas»–, sin olvidar la parodia de las noticias de Prensa.
A 40 pesetas la línea
Una mención aparte merece un relato tan tronchante como «El crimen del tren corto de Guadalajara (Terrible historia que me contó en Segovia un sordomudo)». La explicación que hace Jardiel del tono empleado en ese relato es divertidísimo e imprescindible: «Quiero advertir previamente, para que nadie se asombre, que el Director de BUEN HUMOR, impulsado por el entusiasmo que mis artículos producen en el público, ha decidido pagármelos a cuarenta pesetas la línea. Esta decisión, además de haberme torcido la corbata, me ha estremecido de satisfacción. ¡Cuarenta pesetas por línea! ¡Dios mío, el hada Fortuna va, por fin, a besarme los párpados! ¡Gracias, noble san Juan Bautista! ¡Gracias, san Pedro de Galatino! Y ahora que sabe que me pagan por líneas, el lector se explicará por qué está este artículo escrito como está».
Los textos nos exponen todos los recursos e ingenios de un autor que no quería engañar a sus lectores, que buscaba sorprenderlos, pero, sobre todo, divertirlos. No recurrió jamás a los trucos sino a la palabra escrita, a los juegos del lenguaje, algo que tomó de su muy admirado Ramón Gómez de la Serna, a quien acompañó en las tertulias de la Sagrada Cripta de Pombo, hasta hacerlo suyo, pero con unos toques aristocráticos y elegantes propios de otras de sus debilidades literarias de Oscar Wilde. A este respecto, Jardiel decía que «yo he hecho soñar al público, y con el tiempo no se conocerá público que no sea mío; es decir, habrá aprendido a soñar todo el público de habla hispana, y el Teatro no exisitrá. Y ésa habrá sido mi obra. Superior, positiva e imperecedera; no inferior, negativa y fugaz, como la de los críticos que la fustigaron».
Jardiel Poncela hizo que se dignificara la literatura humorística, considerada por muchos como algo menor pese a que la principal novela española, la loca aventura de Alonso Quijano, no deja de ser eso: humor. Su huella se ha extendido hasta el punto de crear escuela, con discípulos de la talla de Tono, Mingote, Miguel Mihura o el dúo Tip y Coll. Lo mucho aprendido en su paso por el primer Hollywood, aquel en el que se rodaban dobles versiones –la original y la destinada al público de lengua hispana– le sirvió para tomar notas de lo que se hacía allí y emplear un lenguaje que puede rivalizar en literatura con lo que Charlie Chaplin, Buster Keaton y los hermanos Marx hicieron en la gran pantalla.
Hay probablemente una generación de lectores que aún no conoce a Jardiel Poncela o, mejor dicho, que está empezando a conocer lo que dejó escrito el maestro. «El hombre que iba a casa del dentista y otros cuentos inéditos» es una buena carta de presentación para quien no conozca a este genio durante años minusvalorado. Y es, a la par, una suerte para aquellos a los que (nos) gusta uno de los grandes humoristas de la literatura española.