Jardiel. La risa inteligente, es el último libro de Enrique Gallud Jardiel, un emotivo y concienzudo estudio a través del cual no sólo se revisan las diferentes obras del ínclito humorista, sino también detalles curiosos o desconocidos de su vida de la mano de su propio nieto.
En mi opinión, Jardiel ha sido incomprensiblemente olvidado. Hagan la prueba, pregunten a la persona más cercana si alguna vez ha oído hablar de Enrique Jardiel Poncela y sorpréndanme con la respuesta. Yo misma lo comprobé no hace mucho por última vez. Y es que pese a ser coetáneo y amigo de Jacinto Benavente, Lorca, Fernando Fernán-Gómez o haber compartido velada con el mismísimo Charles Chaplin y tener enemigos tan ilustres como Valle-Inclán (de quien se vengaría elegantemente en su novela ¡Espérame en Siberia, vida mía!), pocos reconocen su valía más allá de la denominada “otra generación del 27” o “generación inverosímil” (un grupo de humoristas muy sui géneris). No obstante a todo lo citado anteriormente, su obra sigue vigente, sus libros continúan editándose y sus comedias representándose por doquier, y es que, según palabras del propio Jardiel:
“García Lorca, siempre que nos encontrábamos me decía: ‘De todo esto sólo quedaremos tú y yo”.
En relación al libro, se encuentra dividido en tres partes. Una primera, titulada El hombre, en la que se hace referencia a cómo fue su vida y a todos aquellos que intervinieron en mayor o menor medida en ella. Una segunda donde se hace mención a su Obra. Y, por último, un Apéndice con la relación de sus escritos.
Comenzaré pues, desgranando esa primera primera parte (la más conmovedora a mi parecer, y donde risa y emotividad comparten protagonismo a partes iguales), y continuaré por la segunda, que es lo que se espera en estos casos… aunque tampoco puedo asegurarles que siga el orden establecido por el autor, pues como diría el propio Jardiel, (La tourneé de Dios, 1932), lo recomendable en estos casos es:
- Leer saltando de capítulo a capítulo, buscando el 1 luego el 2 etc. 2) Desencuadernar el ejemplar, alterar las páginas y volverlo a encuadernar, o 3) Coger el libro sin leerlo y tirarlo por el balcón.
- Adáptenlo pues a las nuevas tecnologías y hagan lo que crean más conveniente.
Lo primero que llama la atención es que, pese a haber nacido en el madrileño barrio de Chueca, se le considerase en vida aragonés, ya sea por su peculiar y transgresor modo de entender el humor, o por su poca identificación con la capital española. Como el propio Jardiel afirmaría: “en mi corazón tal vez pesa Castilla cuando me pongo serio, y cuando estoy alegre, tal vez pesa Aragón”.
De hecho, tanto en México como en Colombia, le dedicaron una calle previamente a que lo hicieran en Madrid, y hasta 2001 (año del centenario de su nacimiento), no se le distinguió con una placa conmemorativa en la fachada de su casa natal.
Uno de los momentos más entrañables del libro, es aquel donde el autor describe el vínculo inquebrantable entre Jardiel y su madre, Marcelina Poncela Hontoria, célebre pintora y catedrática. Una mujer adelantada a su tiempo y luchadora nata en pro de los derechos de la mujer, que supuso una gran influencia para su hijo, tanto en vida, como desde el más allá, pues cuando Jardiel pasaba por cualquier tipo de altibajo, acudía junto a la tumba de su madre en busca de la inspiración que ésta una vez le brindase en vida.
Muy recomendable y esclarecedora resulta también la rigurosidad con la que se trata el asunto de su fama de misógino o su relación con el franquismo que le acompañaría hasta después de su muerte. Respecto a la primera, y pese a su historial de abandonos, frustraciones, aventuras amorosas o desengaños, no hay que olvidar que escribió una suerte de manifiesto feminista titulado El sexo débil ha hecho gimnasia. En cuanto a la segunda cuestión, resulta algo curiosa teniendo en cuenta que sería censurado tanto por los de un bando, como por los del otro, y si bien a priori se posicionaría en el bando franquista, acabaría retractándose al poco tiempo. No en vano habían cometido la gran tropelía de asesinar a Lorca, y por ende, a una de las mentes más lúcidas de las letras españolas.
Cabe destacar una anécdota de la que el autor nos hace partícipes y que particularmente considero mejor demuestra la naturaleza jocosa y ocurrente de Jardiel. Me refiero a esa en la que unos periodistas zaragozanos fueron en patinete desde la capital maña hasta Madrid para enviar el reportaje del viaje a su periódico. A Jardiel le gustó tanto la idea, que hizo lo propio junto a otros amigos periodistas, pero realizando el recorrido a la inversa y empleando el “sexticiclo” (tres bicicletas unidas longitudinalmente) en lugar del patinete. Los relatos del viaje que Jardiel escribió, se publicaron en El Heraldo de Madrid y cuando se cruzaron con sus colegas del patinete en Guadalajara, hicieron un alto en el camino para celebrarlo.
Y llegamos a la parte que personalmente considero más desconocida, curiosa y apasionante, sobre todo, teniendo en cuenta lo inusual del asunto para la época. No es otra que aquella en la cual se describe como en 1932, Jardiel recibe una oferta de la Fox para trabajar como guionista e incorporarse al departamento de producciones en castellano.
Gracias a esta incursión en la Meca del Cine, Jardiel sembraría un precedente en el cine mundial, ya sea por rodar íntegramente en verso la versión cinematográfica de su comedia Angelina o el honor de un brigadier (una gran superproducción en la que sólo en vestuario se invirtió la cantidad equivalente al presupuesto de una película rodada en España), así como por la creación de los films cómico-retrospectivos o “celuloides rancios” (sonorización de cortometrajes antiguos del cine mudo cuyos comentarios humorísticos les convertían en divertidas obras cómicas como sólo Jardiel era capaz de lograr), posteriormente imitados en distintos países.
Una simpática anécdota que tuvo lugar estando ya en Hollywood, se dio cuando a Jardiel le asignaron un lujoso despacho con dictáfono y secretarias incluidas. Pero como ése no era el entorno al que estaba acostumbrado, tuvieron que construirle en el mismo estudio un decorado semejante a un café madrileño donde entonces sí pudo dar rienda suelta a su prolífica imaginación.
Asimismo, el autor del libro hace un exhaustivo repaso de las obras jardielistas, desde 1927, año en que se estrena su primera y aclamada comedia, Una noche de primavera sin sueño, hasta 1940, cuando escribió su ínclita Eloísa está debajo de un almendro. Durante ese intervalo, se sucedieron otras tantas como Usted tiene ojos de mujer fatal (en parte basada en su novela Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?) o su última comedia anterior a la Guerra Civil: Cuatro corazones con freno marcha atrás, estrenada con gran éxito en 1936 como Morirse es un error.
No debemos olvidar tampoco sus tres primeras novelas (Amor se escribe sin hache; ¡Espérame en Siberia, vida mía! y Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?), mordaz parodia de la literatura erótica, en pleno apogeo durante aquellos días. Lamentablemente, me temo que en este último aspecto no hemos evolucionado demasiado al fin y al cabo. Cuánta falta haría hoy en día un Jardiel Poncela para contrarrestar los efectos de esos pseudo panfletos erótico-festivos tan en boga actualmente… seguramente nos hubiera sorprendido con unas corrosivas “50 sombras de humor jardielista” o algo similar.
Para concluir, haré mención a otro de los episodios más conmovedores del libro. No es otro que el referido al ocaso y muerte de Jardiel, donde se describe con todo lujo de detalles cómo realmente la literatura y especialmente el teatro, corrían por sus venas hasta el mismo momento en que una larga enfermedad acababa con su vida. Durante esos días aciagos, aún continuaría en activo e incluso sería galardonado por su comedia El sexo débil ha hecho gimnasia (Premio Nacional de Teatro en 1946). Sin embargo, las complicaciones asociadas a su enfermedad le impedirían poder escribir obras mayores, hecho que motivaría el embargo de su casa durante su último año de vida y provocaría el olvido por casi todos, incluidos gran parte de sus amigos y conocidos. La pluma de Enrique Jardiel Poncela cesaría de escribir para siempre un 18 de febrero de 1952, y con ella, moriría también un poco esa “mentira hermosa que era su arte.”
Como nos recuerda el autor del libro que nos ocupa: “El entierro fue un acontecimiento en Madrid. Pero eso no significaba nada. Ya había afirmado él que los muertos, por mal que lo hayan hecho, siempre salen en hombros.”
Enrique Jardiel Poncela, martillo de la lógica cotidiana, paliativo contra la ignorancia y el mal gusto, atemporal e inmortal, cosmopolita como muchos de sus personajes, mordaz y provocador, tan ingenioso e innovador como para introducir elementos del cómic y el cine en su obra o hacer que unas vacaciones de Navidad comiencen dos meses antes. Indiscutible y apasionado padre del humorismo capaz de conjugar poesía y teatro en una fantástica parodia de los más disparatados e inverosímiles ensueños, todo un género en si mismo que nos permitió disfrutar durante un tiempo, a la sazón demasiado efímero, de una de las plumas más singulares, sutiles y elegantes de la literatura española.
En definitiva, Jardiel. La risa inteligente, es un libro tanto para jardielistas, como para aquellos dispuestos a dejarse sorprender o que simplemente deseen embriagarse de esa risa inteligente mediante una agradable lectura, cuyo estilo divulgativo y ameno, nos transporta a través de sus páginas por una acertada fusión de anécdotas, emotividad, “éxitos que adormecen y fracasos que excitan”, pues como el propio Jardiel afirmaría “la mujer y el libro que han de influir en una vida llegan siempre a las manos sin buscarlos”.