El año pasado se publicaba «¡Haz reír, haz reír! Vida y obra de Enrique Jardiel Poncela», de Víctor Olmos, definitiva biografía del inolvidable autor de «Los ladrones somos gente honrada», «Usted tiene ojos de mujer fatal» y «Un marido de ida y vuelta», entre otras numerosas comedias que encandilaron al público teatral durante las décadas de los años treinta y cuarenta del pasado siglo. Muchos de esos títulos siguen representándose hoy con la asumida categoría ya de auténticos clásicos literarios.
Pero buena parte de nuestro actual interés por esta narrativa dramática se explica a través de la peculiar personalidad de su creador. Impulsivo, extravagante, ocurrente, generoso, refinado, conservador y liberal, irónico y sentimental, no halló contradicción excluyente entre su fastuoso cosmopolitismo y el irrenunciable hábitat madrileño en que forjó imaginativamente tramas, historias y personajes marcados por el humor surreal y la absurda cotidianidad. Enrique Jardiel Poncela (Madrid, 1901-ibídem, 1952) formó parte de esa «otra generación de 1927» encarada a una comicidad crítica que llegaría a ser extraordinariamente popular, aunque no siempre bien entendida. Miguel Mihura, Tono o Neville, bajo la ascendencia de Carlos Arniches y Muñoz Seca, crearían jocosas ficciones imposibles repletas de desinhibida vivacidad en hilarantes propuestas argumentales.
Con el expresivo título de «Estrenos y batallas campales» y en modélica edición de Enrique Gallud Jardiel, se publica ahora una recopilación de los prólogos y textos preliminares en los que Jardiel pormenoriza las abracadabrantes circunstancias en que se gestaron muchas de sus obras, de qué modo se convirtieron en imprevistos éxitos o fracasos, al tiempo que reconstruye el bronco y montaraz ambiente teatral de toda una época en que eran habituales el público «reventador» o la «claqué» pagada, demoledoras críticas malintencionadas, turbias maniobras empresariales o disputados intereses profesionales entre famosos actores y actrices. Es éste un veraz autorretrato que permite conocer de primera mano su noctámbula afición a la lectura, su irónica misoginia, la creativa querencia hacia el madrileño café Gijón, una febril autoexigencia que le llevaba a la constante reescritura, los miedos e inseguridades del día de estreno de sus obras, la detallada planificación de complejas comedias como «Eloísa está debajo de un almendro» o su mezcla de encanto y aversión hacia el cine –ese «reptil perforado», señalaba–, y su experiencia en Hollywood como adaptador de películas anglosajonas.
– En Montecarlo
Recuérdese en este contexto la anécdota que detalla la reproducción en un estudio del ambiente y decoración de sus entrañables cafeterías madrileñas para poder escribir con inspirada eficacia. Y muy curiosas sus asiduas andanzas de arriesgado jugador por el casino de Montecarlo, donde era conocido como «le petit espagnol», o el amenazador interrogatorio que sufrió en una checa del Madrid en guerra y que le haría pasar de la airosa gallardía a la comprensible confesión de que «desde aquel mismo instante empecé a tener miedo». Y, como siempre, su acertada expresión políticamente incorrecta: «Ser inmoral es gastar el dinero en aburrirse; ser moral es aburrirse gratis».