No hay como vivir intensamente para luego poder dedicarse a la literatura y contar las propias experiencias. Tal es el caso del estadounidense Jack London (1876-1916), un novelista autodidacta que revolucionó el género de aventuras.
Fue vagabundo, marinero, periodista, obrero de fábrica, ostrero y patrullero. Pero en 1897 abandonó todo para unirse a la fiebre del oro en la región del Klondike, en el Canadá, donde residió durante algunos años y ambientó sus primeros cuentos.
Su vida como buscador de oro no fue muy satisfactoria. No sólo no se enriqueció rápidamente, sino que su salud se deterioró. Contrajo el escorbuto y perdió varios dientes. Sufrió dolores musculares y llagas por todo el cuerpo. Se recuperó con gran dificultad, pero vio morir a muchos de sus compañeros, que no pudieron soportar las extremas condiciones de vida.
Decidió contar su aventura y así surgió su primer relato, sobre un ingenuo minero que ignora los peligros de la naturaleza y muere congelado por ser incapaz de hacer una hoguera. A partir de ahí siguió empleando sus vivencias como base para sus novelas. El sufrimiento de los mineros le desarrolló una conciencia social que impregna toda su obra.
Entre sus obras se cuentan Colmillo blanco, La llamada de la selva o El lobo de mar. Sin embargo, fue autor también de novelas políticas, como Martín Edén, de tinte socialista. En su literatura influyen Spencer, Darwin, Marx y Nietzsche.