En el prólogo a Exceso de equipaje, escribió Enrique Jardiel Poncela la siguiente advertencia, “que conviene estampar en mayúsculas”: “Todo cuanto no esté incluido en mis cinco novelas grandes, en mis siete tomos de teatro, en el Libro del convaleciente, en el volumen Máximas mínimas y en este Exceso de equipaje, sea trabajo escénico o impreso, y aunque se halle con mi firma, no es mío ni lo acepto como escrito por mí”.
Afortunadamente, su nieto Enrique Gallud Jardiel no ha tenido en cuenta esa opinión y en ¿Por qué no se suicida usted? selecciona las colaboraciones del escritor en una revista mítica, Buen humor, que en los años veinte renovó la tradicional comicidad española con los nuevos aires de la vanguardia internacional.
La revista se publicó entre 1921 y 1931 y ninguna publicación recoge mejor el aire de un tiempo en que, tras el fin de la Primera Guerra Mundial, España vivió una época de bonanza económica, esplendor cultural y esperanzas de cambio que culminarían con la llegada de la República.
En Buen humor, el maestro era Ramón Gómez de la Serna y en ella velaron sus armas escritores como Edgar Neville o José López Rubio, representantes de la otra generación del 27. No pudo encontrar mejor escuela Jardiel. Llegó a ella con veinte años, pero ya era autor de incontables obras de teatro (muchas escritas en colaboración con su amigo Serafín Adame), de novelas de misterio largas y cortas, de poemas y artículos serios o burlescos. Buen humor convirtió al mimético grafómano que buscaba incansablemente el éxito y el dinero de la literatura en el autor que todos admiramos.
¿Por qué no se suicida usted? es el primer libro verdaderamente de Jardiel, aunque sea el último que se publica. Los capítulos se disponen cronológicamente, según la fecha de publicación (entre 1923 y 1927, entre los veintidós y los veintiséis años del autor), pero podían haberse organizado temáticamente. Un primer grupo lo constituyen las pequeñas obras de teatro, en prosa y en verso, todas ellas escritas con intención paródica. El teatro histórico que puso de moda el modernismo, el de Villaespesa y Marquina, que todavía seguía representándose con aplauso en los años veinte, es uno de sus objetos de burla favorito. A veces, al poner en verso incluso las acotaciones, parece apuntar con su burla al propio Valle-Inclán. El modelo de estas parodias es, claro está, el insuperable Muñoz Seca de La venganza de don Mendo.
La burla de Jardiel Poncela alcanza también al teatro entonces más renovador, al que alentaba, con gran escándalo de todos, el veterano Azorín. Así, una de las piezas lleva el subtítulo de “Drama en verso hecho a la manera de los superrealistas” y toda la acción transcurre “en los labios de una linda mujer”.
Junto a las obras de teatro, encontramos en esta recopilación cuentos de humor disparatado en los que suele intervenir como personaje el propio autor, y en los que no faltas las referencias a sus compañeros en la redacción de la revista. En estos relatos se muestra Jardiel como un claro antecedente de la literatura de autoficción.
Otro de los ingredientes del libro lo constituyen los artículos burlescos sobre temas más o menos serios. “El matrimonio” se presenta como un artículo de divulgación médica. Comienza con la definición: “Matrimonio es una terrible enfermedad crónica e incurable, que se propaga por medio de un microbio llamado erotococo”. Ante la moda de los ensayos y las conferencias, tan característica de los años veinte, ofrece en “La incognoscibilidad de lo plúmbeo” un modelo para quien se vea alguna vez en el terrible compromiso “de escribir un ensayo o de dar una conferencia”. Quizá el mejor de estos artículos sea “Lloremos el pasado”, en el que se burla del elegíaco costumbrismo habitual. El pretexto es una obra de teatro de Fernández Ardavín, Rosa de Madrid, un canto al Madrid castizo que desaparece: “Las verbenas, los churros, las chulas, los organillos… todo se ha hundido en el maelstroom de la postguerra”. Incluso los hombres y las mujeres han cambiado: “Hombres eran aquellos que bebían vinazo –la bebida viril–, que fumaban tabaco malo, que usaban bigote y barba, reproducciones exactas de las selvas de la Australia, y que se lavaban de tarde en tarde. Hoy loa hombres se afeitan todos los días, fuman tabaco canario, inglés o turco y hasta se perfuman. Un asco, vamos, lo que se dice un asco”. También finge lamentarse por el contraste entre las mujeres de hoy, “que huelen a esencias caras, que han hecho un arte del arreglo del rostro, que llevan medias de seda y han prescindido del corsé” y aquellas de antaño “que se peinaban con una bandolina grasienta, que olían a mejorana y a tomillo –como las conejas de monte–, que llevaban medias de lana con las ligas por debajo de la rodilla y que para salir a la calle se encerraban en un corsé bien emballenado, especial para provocar el sudor y las enfermedades del aparato respiratorio”.
El tiempo, como no podía ser de otra manera, ha dejado su huella en el humor de Jardiel, le ha añadido un valor documental, pero esa inevitable pátina no ha mermado su gracia provocadora, aún más presente en estas páginas juveniles.