En ese deambular por una de las librerías que frecuento, vi en una de los expositores esta Historia estúpida de la Literatura. Llevada por mi deformación profesional, suelo comprar libros que traten de libros, de la lectura o, como en este caso, de la historia de la literatura. Estuvo el tal libro olvidado en la mesa del salón esperando turno. Pasaron días hasta que una noche, ya de retirada, lo cogí con el vano deseo de que me ayudara a conciliar el sueño. ¡Craso error! Comencé su lectura por el principio: “El tema del ventilador en la poesía española” y con él comenzaron mis carcajadas que no pararon- más que para tomar aire entre y secarme las lágrimas- hasta llegar al final con “Cómo ser un poeta japonés”. Es obvio que el sueño no lo concilié, pero también tuve claro que se lo propondría a mis compas del club de lectura.
Quizá porque estamos faltos de libros de HUMOR, quizá porque en las facultades solo aprendes a venerar a los clásicos, quizá porque estoy harta de esos comentarios de texto tan sesudos y diseccionadores en los que convertimos las clases de literatura, quizá… por todo ello y más me entusiasmó este libro en el que , inevitablemente, nos vemos reflejados.
Meses más tarde, les hice entrega de esta lectura sin desvelarles el porqué de mi elección y, aprovechando que estábamos en carnaval, ¡qué mejor regalo para ese descanso que la administración nos deja a los docentes por este mes de febrero! Esperaba con ansia la reunión para conocer qué les había parecido. No hube de esperar mucho: en los cambios de clase y en esos encuentros efímeros por los pasillos , en el café o en la biblioteca, cada una de ellas ya comentaba lo que le iba pareciendo aquel capítulo que decía…
En fin, había acertado. A todas les había encantado este repaso por la historia de la literatura, este buen saber hacer e imitar cada género, cada estilo de escritores bien diferentes y de todos los tiempos. Eso sí, percibimos que Quevedo o Valle Inclán se habían librado de esa visión distanciada e irónica de este objeto que es el mundo de la literatura.
Pero no se engañe el lector, para poder saborearlo es necesario tener un conocimiento de todas y cada una de esas obras a las que imita o de sus autores. Y no esperen de mí una deconstrucción del libro: cómprenlo, léanlo y disfrútenlo como lo hemos hecho nosotras y, sobre todo, no estaría de más que se recomendase en las facultades de Filología del mundo hispano.