Enrique Gallud Jardiel, español, filólogo, escritor, especialista en India, es nieto de Enrique Jardiel Poncela, que fue un gran novelista y autor teatral del siglo pasado, expliquémosle a los más jóvenes y a los que nunca leyeron ni fueron al teatro.
Me da la impresión de que muchos de los que leen y van al teatro –sepan en realidad o no si el nieto tiene el mismo o parecido talento del abuelo-, le cuelgan el parentesco como un sambenito y les gustaría que escribiera algo como “Los ladrones somos gente honrada”, por ejemplo, que fue una de las obras más aplaudidas de Jardiel Poncela.
Enrique Gallud Jardiel hizo suya la sentencia de Carlyle: “El hombre debe trabajar tanto como asombrarse”. No se tiene el impresionante curriculo de este descendiente de Jardiel Poncela, heredero de su buena pluma, si no se trabaja de sol a sol.
Así que probablemente un día este filólogo que habla y escribe inglés e indio como el español, o casi, decidió tomarse un tiempo libre y se puso a escribir en su “sancta sanctorum” de Madrid –él es valenciano- un libro, no un libro más: “(…) el libro que pone en solfa a los autores pelmazos, a los clásicos soporíferos, a la preceptiva académica (1), a los estudios pedantes, a las investigaciones absurdas y a otros aspectos de ese negocio del que comen los libreros y al que muchos se empeñan tontamente en definir como arte literario”, dice el autor.
¡Bendito sea este Jardiel! Porque ha conseguido hacer todo eso con su libro “Historia estúpida de la literatura”; y además lo ha hecho muy bien, con un lenguaje fluido y con nervio, con gracia y humor.
Y con un desenfado y una inteligente comicidad que le hubieran encantado a su abuelo.
Algunos lo comparan con Mark Twain, Tom Sharp o Gómez de la Serna. Yo lo veo más en la línea de Pedro González Calero, o del Cioran que cuando Fernando Savater le dijo que en España creían que no existía pidió: “¡Por favor, no les desmienta!”.
El libro de Enrique Gallud Jardiel es, en suma, uno de esos libros que escribe un buen día un escritor que se lía la manta a la cabeza, escribe algo que no tiene nada que ver con su temática y estilo habituales y le sale algo nuevo, fresco y reconfortante como “El asesinato considerado como una de las Bellas Artes” de Thomas de Quincey, “El club de los negocios raros” de Chesterton o… “Historia estúpida de la literatura” de Enrique Gallud Jardiel.
Es que a veces “uno acaba hasta la coronilla de tanta erudición y tanta mandanga”, establece Gallud.
Eso es lo que le ha pasado a él. Y valió la pena que le pasara, porque ha escrito un libro hermoso.
No tendría nada de particular que Enrique Gallud Jardiel y yo nos tomáramos cualquier día un café a las seis en la esquina del bulevar.
Enrique Gallud Jardiel hizo suya la sentencia de Carlyle: “El hombre debe trabajar tanto como asombrarse”. No se tiene el impresionante currículo de este descendiente de Jardiel Poncela, heredero de su buena pluma, si no se trabaja de sol a sol. […] Así que un día este filólogo decidió tomarse un tiempo libre y se puso a escribir un libro, no un libro más: “el libro que pone en solfa a los autores pelmazos, a los clásicos soporíferos, a la preceptiva académica”. Ha conseguido hacer todo eso y además lo ha hecho muy bien, con un lenguaje fluido y con nervio, con gracia, humor, desenfado y una inteligente comicidad. Algunos lo comparan con Mark Twain, Tom Sharpe o Gómez de la Serna. […] Es uno de esos libros que escribe un buen día un escritor que se lía la manta a la cabeza, escribe algo que no tiene nada que ver con su temática y estilo habituales y le sale algo nuevo, fresco y reconfortante. Ha escrito un libro hermoso.