No hay nada más aburrido que escuchar a dos o más personas conversando acerca de alguna materia de la que saben mucho o, lo que es peor, de la que creen saber mucho, puesto que es muy delgada la línea que separa un entendido de un enterado, y ya no digo de un pedante. Si esto lo llevamos al terreno de la literatura, el aburrimiento puede alcanzar cotas de insufrible angustia. El erudito literario es una especie de onanista que sólo sabe darse placer a sí mismo pero que mortifica a los demás contando algo que, visto de fuera, no tiene el menor interés para casi nadie, salvo para otros onanistas como él.
El placer de la lectura reside en leer como a uno le dé la gana y lo que le dé la gana, bien por iniciativa propia o bien aconsejado por otras personas. Conocer mucha literatura creo que es muy saludable pero saber mucho de literatura conlleva el peligro de convertirlo a uno en un pelmazo. Enrique Gallud Jardiel lleva toda su vida entre libros y estamos convencidos de que ha extraído de ellos mucho aprovechamiento y placer (no en vano es profesor de lengua y literatura) pero también es un hombre que ha sabido sacarle una buena porción de jugo a la vida, eso que sucede mientras uno respira y no sólo mientras lee.
Imagino que a Enrique, un día tras un simposio soporífero acerca de los anacolutos en las frases impares de las Novelas ejemplares de Cervantes, se le ocurrió que ya era hora de que los demás se divirtieran con la literatura utilizando la propia literatura para tal fin, haciendo él mismo ficción con las ficciones de los grandes escritores transformadas desde la sana y benéfica distancia que concede el humor. Estoy seguro que de este encomiable empeño nació Historia estúpida de la literatura, uno de esos libros que no se explica cómo no se han escrito antes.
A la primicia que supone en nuestras letras usar las obras maestras universales con la traviesa intención de darles la vuelta sin dejar de hacerlas reconocibles, se suma el compromiso que Enrique Gallud contrae con sus lectores desde la primera página: hacerles reír a pleno pulmón. Y a fe mía que lo consigue hasta llegar a la carcajada continua.
El autor se constituye en azote de eruditos siendo más extravagantemente erudito que ellos, más puntilloso, más crítico y, por supuesto, más perverso, y acomete con resolución la reescritura o la reinterpretación de los clásicos en un ejercicio paródico sin precedentes. Y ya puesto, también se atreve con sesudos y disparatados estudios sobre la cultura popular, sea en forma de boleros, villancicos, zarzuelas o cuentos infantiles, que son analizados como si de un texto clásico se tratara. Nada escapa a la mirada mordaz y desmitificadora de Enrique Gallud Jardiel, y además con el difícil mérito de hacerlo con estilo y buen gusto, sin caer jamás en la chabacanería ni en la zafiedad.
Se nota mucho que el autor ha disfrutado de lo lindo mientras estaba escribiendo este libro, y esa alegría se transmite directamente al lector por vía empática. Es como un descanso, un consuelo o una venganza ver por fin todo el tinglado de la literatura patas arriba, poder leer a nuestros poetas más prestigiosos tratando apócrifamente temas tan interesantes y variopintos como el ventilador, la fama, las dificultades de desnudar a la amada, la matanza del cerdo o la conversación en la consulta del médico; desentrañar hasta el absurdo las tramas imperecederas de Shakespeare, Cervantes, Zorrilla, Homero o Umberto Eco, y por si esto fuera poco, tener la posibilidad de escribir como cualquiera de ellos con la inestimable y generosa ayuda de un desopilante taller de escritura (ya saben: Hágalo usted mismo) que igual nos enseña once maneras distintas de abordar el cuento de Caperucita que nos ofrece las anti-versiones de doce obras inmortales para estar más a la moda.
No obstante, nada de esto hubiera tenido el efecto deseado si no fuera porque Enrique Gallud Jardiel escribe de manera excelente, detalle que suele olvidarse cuando de literatura humorística se trata. Tiene un dominio de las técnicas y los recursos literarios que para sí quisieran muchos prestigiosos escritores. Y algo más importante: su humor es muy inteligente, porque no hay que ser un gran entendido en la materia para descubrir que este libro tiene tres niveles de lectura:
En primer lugar, para aquellos que desconozcan las obras parodiadas, que se divertirán con un texto plagado de ocurrencias e ingenio que valen por sí solas, dotado de una frescura que no suele aparecer por las librerías con demasiada frecuencia y que yo diría que es una invitación necesaria para entender más felizmente la vida en estos tiempos revueltos.
Luego, para quienes sí conozcan las obras que son satirizadas, burladas e ironizadas, que encontrarán en cada palabra un nuevo descubrimiento de lo que pueden dar de sí los dobles sentidos, los adjetivos descalificativos, las jocosas jitanjáforas, los imprevisibles análisis sintácticos, las descacharrantes diatribas y las versiones dislocadas; y para los que aman la literatura en general, que disfrutarán hasta llegar a la carcajada con los textos apócrifos y las añadiduras que ha querido a bien hacer el autor entre solfas, befas y chanzas.
Y finalmente, para aquellos que admiramos de cabo a rabo la obra de su abuelo Enrique Jardiel Poncela, porque percibimos que está presente en cada una de las páginas de este impecable libro de su nieto, noble sucesor de ese linaje cómico que tantas horas buenas e inolvidables nos ha hecho pasar en nuestras vidas.
Y por encima de todo esto, vuelvo a insistir, está el irresistible encanto de la agudeza, la sorpresa, la irreverencia y la ironía, que consigue el resultado más codiciado por cualquier escritor: que cuando el lector termine su libro piense que se le ha hecho corto, que quiere más.
Podrá decirme el suspicaz lector de esta reseña, ¿es que este libro no tiene ningún defecto? Pues no, porque consigue plenamente lo que pretende, hacer reír, que ya es mucho, y logra confirmar que la lectura es un placer y no una carrera de obstáculos.
Por ello alentamos desde nuestra modesta posición a que nuestro querido autor continúe su labor humanitaria haciéndonos disfrutar de nuevo con más libros tan necesarios como éste.
Historia estúpida de la literatura es uno de esos libros que no se explica cómo no se han escrito antes. Enrique Gallud contrae con sus lectores un compromiso desde la primera página: hacerles reír a pleno pulmón. Y a fe mía que lo consigue hasta llegar a la carcajada continua. […]
Se constituye en azote de eruditos siendo más extravagantemente erudito que ellos, más puntilloso, más crítico y, por supuesto, más perverso, y acomete con resolución la reescritura o la reinterpretación de los clásicos en un ejercicio paródico sin precedentes. […] Se nota mucho que el autor ha disfrutado de lo lindo mientras estaba escribiendo este libro, y esa alegría se transmite directamente al lector por vía empática. No obstante, nada de esto hubiera tenido el efecto deseado si no fuera porque Enrique Gallud Jardiel escribe de manera excelente. Tiene un dominio de las técnicas y los recursos literarios que para sí quisieran muchos prestigiosos escritores, así es que consigue el resultado más codiciado por cualquier escritor: que cuando el lector termine su libro piense que se le ha hecho corto, que quiere más. Gallud Jardiel logra confirmar que la lectura es un placer y no una carrera de obstáculos.