Ha escrito un señor un libro titulado Historia estúpida de la literatura y desde ya advierto que de estúpida nada tiene porque me lo regalaron y, viéndose en mis manos, tuvo la suficiente inteligencia como para huir de mí. Si, como lo oyen. Es el primer libro que me hace esto. Lo cierto es que no sé si se me fue, no sé si se extravió… En cualquier caso, gran titular: libro pasa de su dueño y huye. Vamos, que lo perdí. ¡Buen comienzo!
Lo cierto es que en las dos horas que estuvo en mi poder llegué a tomarle aprecio. Vamos, que me cayó simpático. No pudiendo resistirlo por mucho tiempo, a los dos días fui y me compré un ejemplar gemelo. Siempre me quedará la duda de si este ejemplar cuenta lo mismo que su hermano el escapista, pero puesto que el asunto ya no tiene remedio y la vida debe continuar su curso, correré el riesgo y supondré que sí.
Habiendo ya establecido que esta historia no es realmente estúpida, debo añadir que, para colmo, tampoco le veo visos de historia por ninguna parte. A ver, me explico: en una historia se espera uno una cronología, un devenir, un orden, un concierto (ayer dieron los Rollings uno muy bueno en Barcelona, por cierto) Sin embargo, en este libro no encuentra uno ninguna de esas cosas. Eso sí, tampoco es demasiado caro, por lo que no vamos a ponernos demasiado exigentes en este punto.
Lo único que me queda claro es que trata de literatura.
Pero, ¿se puede escribir hoy en día un libro con esa palabra en el título? – Si, vecino, literatura era aquello que daban en segundo de BUP, donde aprendíamos a repetir como papagayos y mamagayinas las obras épicas de Lope de Vega y las satírico-morales y ascéticas de Quevedo. No, leer no leíamos, pero daba gloria oírnos recitar los miembros de la generación del 27. ¡Qué tiempos aquellos! –
¿Se puede entonces escribir hoy un libro sobre tema semejante? Pues resulta que sí. De hecho, este señor lo ha escrito. No creo que gane mucho con él porque, entre la temática y lo barato que lo vende… Pero bueno, el sabrá.
Y a ver, ¿qué tiene este libro de especial? Pues yo creo que puede tratarse del primer libro de la historia que comprende e incluso da la razón a toda aquella gente que no ha leído uno en su vida, ya sea de papel, electrónico o de energía solar (un momento, este no se ha inventado aún, ¿no?)
La cuestión es que comercialmente hablando, se trata de una idea estupenda, ya que estamos ante un nicho de mercado bastante suculento. ¿Se imaginan un libro que fuera leído por toda la gente que nunca lee? Menudo pelotazo, ¿no? Más que un Polideluxe, fijo.
Pero, ¿cómo va a venir alguien a dar la razón a todos esos zopencos alérgicos a la letra impresa? Pues sí; porque muchos escritores no se lo han puesto nunca nada fácil. Vamos, que muchos de ellos son unos auténticos tostones.
Por ejemplo, Góngora; ese cordobés que no lo entendía ni el maestro Yoda con las orejas tiesas (¿sería Góngora un Jedi?)
Y el que no es un tostón, cuenta cosas muy absurdas, como Kafka, con esas novelas tan raras, como aquella en la que un concejal de urbanismo se convierte en araña parda reclusa, de la noche a la mañana.
Y el que no es un tostón ni cuenta cosas absurdas, es crítico literario, o peor aún, ¡poeta!
Todas estas cuestiones son tratadas con bonito rigor científico por este autor, en este asequible volumen. Pero, ojo, lo hace siempre desde el cariño, para que comprendamos que los escritores hacen todas esas cosas sin mala intención y que, al fin y al cabo, también son hijos de Dios, que necesitan nuestra compresión y nuestro afecto (y que compremos sus libros)
Así, sin coste añadido, lo mismo nos traduce a Góngora:
Estos que me largó ripios ruidosos
sabihonda sí, si bien campestre Talía,
-¡oh, elevado conde!- en las horas encarnadas
que es pimpollo el crepúsculo matutino y el día, amanecer vulgar y corriente (…)
Que nos revela cómo Bécquer plagió sus rimas a un olvidado autor latino que, allá por los albores de nuestra era (qué hermosura de expresión ésta) escribió:
Qui est poesis? Tu dicere clavantur
In mei pupilae tuae caeruleus pupilae.
Qui est poesis? Et tu mihi quaestionabit?
Poesis es ipsa.
También mete el dedo en la llaga cuando analiza fríamente alguno de los argumentos de las obras más representativas de nuestro generito, también llamado género chico. Así, por ejemplo, resuelve de una vez por todas el hasta ahora inextricable argumento de La Calesera:
“Una humilde calesera dieciochesca y una empingorotada aristócrata se pelean por el amor de un joven revolucionario. Al final, él se queda con la que más dinero tiene.”
Nos desvela también que los hermanos Álvarez Quintero compartían bigote, que el yogi Mahâreta, después de meditar durante 900 años consiguió que Vishnu le otorgara el don de montar en bicicleta y que a Cyrano de Bergerac le olía el aliento, aunque nadie se enteró nunca.
Además, insisto, por el mismo precio, el autor de esta totalmente prescindible pero simpática obra, nos regala algunos de los más sorprendentes descubrimientos literarios que tuvo la fortuna de realizar un domingo que fue al madrileño Rastro a comprarse un periquito.
Citaremos a modo de ejemplo, el intitulado Fermoso Romançe del godo Fredo que comienza:
Godo Fredo, godo Fredo,
Gome como tú non ha:
Astuto como Davit
E bruto como Goliat.
O la inédita y espléndida Oda a la Matanza de Fray Luis de León:
Amada, en esta lira
de dulce rima y verso cantarino
sólo mi musa aspira
ante tu ser divino
describir la matanza del gorrino.
No evitaremos citar un fragmento de un delicioso sainete, llamado Los Analfabetos, firmado por Carlos Arniches, en el que el personaje de Doña Eufrasia afirma:
“Pues no se figure usté que yo estoy mejor. Como usté ya no ignora muy bien que soy dialéctica, toos los días tengo que de pincharme y de inyetarme ursulina”.
Y por si todo esto fuera poco, a modo de anexo, nos encontramos con una serie de absurdas lecciones magistrales para todo aquel adulto insensato que pretenda dedicarse a esto de la literatura: Cien maneras de no empezar un libro, La escritura mediante saquitos, Sea Usted Neruda o Cómo ser un poeta Japonés.
Como no quiero destripar más el libro a todo aquél que, a pesar de mis palabras, aún esté pensando en leerlo, les aclararé, por si no me he explicado bien, que éste es un libro de humor. Pero no humor de groseros “JA, JA, JA, JAs”, que es para mí el tipo de humor más ordinario que existe. Me refiero a humor del bueno, ese de “je, je, je, jes” continuados, de ese que cuando uno termina le entran ganas de echarse un sueñecito.
Para concluir, quisiera advertir que esta no es una entrada patrocinada. Vamos, que nadie me ha pagado por hablar de este libro. Ya quisiera yo que así fuera. En este blog, sólo he escrito una entrada patrocinada y por ella me obsequiaron con una camiseta y un bolígrafo que, por cierto, ya no pinta. Cuando me lo dieron, yo –que fui educado en los Salesianos- me hice el agradecido, pero aquello en realidad fue un duro golpe a mi carrera como reseñador.
Así es que quiero que sepan que esta sarta de tonterías las he escrito por amor al arte. Al arte de este señor, que me ha hecho reír un rato leyéndole, que falta me hacía. Gracias le doy por ello.
Aunque, por cierto, ahora que lo pienso: ¡aún no he dicho su nombre!
Pues todo fuera eso. Su nombre es Enrique Gallud Jardiel y aunque -como ya he expuesto más arriba- personalmente no estoy muy conforme con el título de su libro, repetiré que él ha decidido llamarlo Historia estúpida de la Literatura.
Hay gente pa tó.