Indirectamente, pero sí, así fue. El franquismo (más bien la acusación de franquismo) fue la causa de la ruina económica del escritor, de la que nunca se recuperó.
Lo contaré con detalles, por, si no lo hago de esta forma, muchos no lo creerán.
En 1944 Jardiel Poncela, al frente de su compañía teatral, marchó a «hacer las Américas», alentado por el cordial y apreciativo recibimiento que se le había hecho en la Argentina cuando estuvo allí en 1937, escribiendo, rodando películas y hablando por la radio.
Para esta magna empresa Jardiel llevaba montadas siete de sus comedias con sus correspondientes decorados. Bajo su responsabilidad directa iban más de 25 actores y actrices, aparte de varios animales necesarios para la escena.
En este proyecto Jardiel no sólo contribuyó con sus obras, su talento y su trabajo como director, empresario y relaciones públicas, sino también con todos sus ahorros.
Tras cumplir sus compromisos en Buenos Aires, se le invitó a actuar unos días en el teatro Artigas de Montevideo, a lo que él accedió gustoso.
Pero al llegar allí, esos fanáticos que nunca faltan quisieron ver en él a un representante del gobierno de franco y le acusaron de falangista, de fascista, de franquista y no sé sabe de cuántos «ístas» más. El semanario Marcha le recibió con un artículo titulado «Enemigo a la vista».
(Inciso: el gobierno de Franco no sólo no tenía nada que ver en esta gira ni la respaldó en modo alguno, sino que, por el contrario, la dificultó, pues se negó a proporcionar pasaportes a varias de las personas del elenco, obstáculo que Jardiel tuvo que salvar pidiendo favores personales a unos y a otros.)
En una de las funciones (el 13 de septiembre) en Montevideo, un grupo de unos veinte exaltados (no se sabe si comunistas uruguayos o exiliados españoles) asaltaron el teatro y lanzaron huevos podridos a los actores y bombas de alquitrán contra el local. Rompieron butacas y espejos —causando un grave perjuicio económico a la empresa del teatro—, provocaron algún que otro herido y reventaron la función.
No sólo eso, sino que amenazaron con repetir todas las noches estos actos vandálicos si Jardiel no suspendía todas las funciones programadas.
La empresa le mostró entonces la puerta a Jardiel y él y sus actores fueron prácticamente expulsados del Uruguay y tuvieron que regresar a la Argentina.
La prensa contó el suceso con estos titulares: «BUFÓN Y FALANGISTA».
(A Jardiel no le importó lo de bufón, que es una profesión respetabilísima, consistente en decir verdades y en alegrar, de paso, la vida a los demás; pero lo otro era diferente, pues él nunca había pertenecido ni de lejos al partido de Falange —ni a ningún otro— y no tenía culpa alguna de los desmanes del franquismo, que siempre le persiguió y prohibió sus obras.)
Uno de estos artículos decía lo siguiente sobre Jardiel (y créanme que merece leerse con detenimiento):
Desde hace algunos días viene actuando en el Teatro Artigas el despreciable escritorzuelo pornográfico y falangista Jardiel Poncela.
Jardiel Poncela, bufón de la hispanidad y agente del falangismo, sigue agraviando con su presencia y sus actuaciones en la sala del Artigas la sensibilidad democrática y el buen gusto de la población montevideana.
Este payasito al servicio del Instituto Iberoamericano de Berlín, ha recibido ya en varias oportunidades la expresión enérgica del repudio del público montevideano, que no tolera ningún contacto con los cómplices del asesinato colectivo de Falange. Jardiel Poncela, detritus intelectual con el que el franquismo pretende infectar la cultura americana, del mismo modo que intenta viciar la atmósfera política de este continente con sus bandas de provocadores y espías, deben encontrar en todas partes el mismo grito acusador que ha resonado en la sala del Artigas: ¡Asesinos!
Hasta aquí el artículo.
Claro está que en un país con libertad de prensa cualquiera puede escribir cualquier cosa u opinión y eso es perfectamente aceptable. De lo que se quejó Jardiel después fue que no se dejara oír ninguna voz amiga, que ningún artista ni intelectual uruguayo o argentino saliera en su defensa ni escribiese ni una sola letra desmintiendo la sucia acusación que de él se hacía.
Como fuere, y siguiendo con la historieta, el escritor y los suyos regresaron a Buenos Aires y, por circunstancias, tuvieron que estar un mes en la capital del Plata antes de poder embarcar para España. Jardiel asumió todas las pérdidas, pagó todos los sueldos, todos los hoteles, todas las dietas de la compañía y el pasaje de regreso en la misma categoría en la que los actores habían viajado a la ida.
Estos gastos le arruinaron por completo. Se llevaron por delante todos los beneficios de las funciones de Buenos Aires, todo el patrimonio personal del escritor y mucho más, pues hubo de pedir un import
(Más tarde, cuando el cáncer que padeció le impedía trabajar como antes, Jardiel no pudo devolverle a la SGAE dentro del plazo convenido parte del dinero que le debía del dichoso préstamo y la SGAE le embargó su automóvil, la más preciada posesión de un hombre enfermo que casi ya no podía caminar. Pero esto es asunto para otro escrito.)
Lo que había empezado siendo un negocio lucrativo, acabó con la ruina económica más absoluta. Jardiel volvió de América sin una peseta y con innumerables deudas porque unos energúmenos le tomaron por lo que no era (es curioso ver cómo se repite la historia, ¿no les parece?). No recibió ningún mensaje de simpatía ni de solidaridad por parte de ninguna autoridad del régimen. Es lógico: Jardiel no era de los suyos.
Económicamente, nunca pudo salir a flote. Murió en la más absoluta miseria y teniendo que humillarse frecuentemente ante amigos y conocidos, pidiéndoles prestadas unas pocas pesetas para comer él y su familia. En los últimos años, Jardiel escribía un artículo por la noche, se mandaba al periódico y se cobraba esa misma mañana y, con ese dinero, se hacía la compra del día.
Literariamente, la situación de un hombre que, sin comerlo ni beberlo, se convierte en mártir de una ideología sin tener nada que ver con tal ideología no deja de ser paradójicamente jardielesca. Con esta vivencia suya, Jardiel podía muy bien haber escrito una comedia rabiosamente cómica (y la gente habría dicho, como siempre, que era un autor de una imaginación delirante y que su teatro se basaba en situaciones absurdas e inverosímiles).