Ética a Nicómaco, de Aristóteles

Ética a Nicómaco, de Aristóteles

El fragmento que analizo incluye los capítulos V y VI del libro II de la Ética a Nicómaco. Lo he escogido por una preferencia personal, ya que me interesa la definición del bien, y, además, por ser un texto conciso, puesto que creo que los otros fragmentos aristotélicos sugeridos requieren un estudio del resto de la obra para bien entenderse. También he considerado su brevedad.

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         El capítulo V expone una teoría general de la virtud. Para Aristóteles la virtud consiste en vivir de acuerdo con la razón, pero también se han de tener virtudes morales. En este fragmento se pregunta en qué parte del alma se funda la virtud. El alma tiene pasiones (que causan placer o dolor), facultades (mediante las que experimentamos las pasiones) y hábitos (que son las disposiciones morales para sentir las pasiones).

Su razonamiento es que la virtud no son las pasiones, puesto que la virtud es volitiva y las pasiones nos afectan sin que lo deseemos. Nuestra virtud no está en lo que sentimos, sino en cómo nos comportamos.

La virtud tampoco es una facultad, porque las facultades son inherentes al hombre y la virtud depende de sus libres decisiones.

Por lo tanto, las virtudes han de ser hábitos.

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         El capítulo VI trata de la naturaleza de la virtud y examina qué tipo de hábito es. La virtud es lo que mejora al que la posee y, por ende, es mayor cuanto más eficazmente cumple su función.

El texto indica que la virtud suele hallarse en la moderación, en el término medio del comportamiento, puesto que el exceso y el defecto son dos vicios. Así, la virtud es una y los vicios pueden ser muchos y variados.

Finalmente indica que no todas las acciones admiten esta división en exceso, defecto y término medio. Algunas son naturalmente virtuosas (el valor) y otras naturalmente viciosas (el robo) y sólo podemos hablar de si existen o no.

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         Es un texto de fácil lectura. Me ha agradado especialmente por la claridad con que maneja y comunica conceptos abstractos y el acierto en la elección de los ejemplos. Se percibe en él un tono pedagógico y el deseo de ser comprendido y ayudar al estudiante. Pese a lo categórico de sus afirmaciones no se nota pedantería ni excesiva erudición, como sucede en los escritos de otros filósofos. Maneja las ideas con naturalidad para que el lector se acostumbre fácilmente a hacer lo mismo.