Genio es una palabra bastante rotunda. Los lectores con experiencia procuran usarla con mesura, y siempre tras el proceso científico que lleva a confirmar la calidad de este o aquel autor con una atenta relectura de su obra. ¿Un ejemplo? Pongamos que usted necesita reafirmarse en la idea de que Jardiel Poncela es un escritor genial en el teatro, en la novela y en la narrativa breve. O sea, en casi todo.
Bien… Ahora tome este libro, y al cabo de pocas páginas (o de muchas, si se vuelve adictivo), podrá observar que ese encanto imperecedero ‒el genio‒ sigue ahí, asociado al nombre de Jardiel, como si fuera imposible encontrar flaquezas en su prosa.
Estrenos y batallas campales reúne los prólogos que nuestro escritor incluyó en la edición de sus obras teatrales. Hay ocasiones en que leer a un dramaturgo explicar cómo realizó sus creaciones resulta más aburrido que ver pintura secar. Y sin embargo, en este caso hablamos de una lectura inteligente, divertidísima y muy reveladora. Por si todo ello no fuera una oferta insuperable, estos prólogos vienen a componer unas memorias bastante sinceras, repletas de anécdotas y de confidencias sobre la farándula teatral de la época.
En realidad, si uno se quiere formar una idea sobre este maravilloso comediógrafo, el volumen permite trazar correspondencias muy notables entre su obra y su vida. Todo ello sin escatimar ciertas miserias: los reproches que le hicieron, los desgarros sentimentales, alguna mala jugada del destino y ese tipo de intrigas profesionales que penden la rama más alta de la envidia.
Por otro lado, cualquier aspirante a dramaturgo debería conocer de memoria el modo en que Jardiel describe la carpintería teatral. Al fin y al cabo, en estas páginas ejerce como un crítico de su propia obra.
Que no se olvide: hablamos del maestro que estrenó piezas tan espléndidas como Los ladrones somos gente honrada (1941), Los habitantes de la casa deshabitada (1942) y Eloísa está debajo de un almendro (1943). No obstante, pese a tales méritos, también se trata de un juez inapelable, de una autoexigencia pasmosa, que sabe perfectamente dónde reside un acierto y dónde se abre toda una hemorragia de fallos. Como él mismo dijo al presentar su novela Amor se escribe sin hache: «En la actualidad, cada día leo con más cautela. Reconozco que nos hallamos en otro siglo de oro de la literatura: hay en España cumbres portentosas. Pero el autor actual que más me gusta sigue siendo Baltasar Gracián (1584-1658)».
Otro elemento que cristaliza a la perfección en estos prólogos es el humor. Me parece imposible hojear este libro sin una sonrisa permanente. Es más, si se paran a pensarlo, encontrarán párrafos que parecen extraídos de sus burlonas y disparatadas colaboraciones en Buen Humor, Gutiérrez o La Codorniz, donde compartió espacio con sus compañeros de la «otra generación de 1927».
En esta excelente edición de Enrique Gallud Jardiel, los prólogos jardielescos parecen cobrar una identidad propia, como si fueran el resumen de una vida consagrada a la creación, coloreada por el vanguardismo y castigada por las circunstancias.
Sinopsis
Los estrenos de las comedias de Enrique Jardiel Poncela fueron acontecimientos inolvidables en el Madrid de su tiempo e incluyeron éxitos apoteósicos y estrepitosos pateos. Lo innovador de sus obras, los apasionamientos que provocaban entre el público, la fuerte oposición a ellas de la adocenada crítica de su momento, todo contribuyó a hacer de estos estrenos unos sucesos culturales de impredecible resultado. Además, los empresarios rivales enviaron muchas veces sus «reventadores», armados con pitos y martillos, para ensordecer con sus ruidos la representación. Estos enfrentamientos en pro o en contra de un nuevo y revolucionario tipo de teatro son los que Jardiel nos describe, con su estilo divertido, personalísimo e inimitable.