Enrique Gallud Jardiel, profesor, escritor y ensayista, acaba de publicar un nuevo libro. Como estamos en tiempos (ya meses, años, incluso lustros) de elecciones políticas constantes, esta vez el profesor Gallud ha hecho una defensa militante de la lengua española y se ha lanzado por autopistas y caminos, como don Quijote, en pos de que los unos -profesionales, políticos, ciudadanos en general…- y los otros -medios de comunicación- sean señalados como los máximos responsables de la mala época que está atravesando el uso de nuestro idioma. En 208 páginas, Gallud demuestra que el español que utilizamos no es precisamente de etiqueta y presentable, sino más bien, un ‘Español para andar por casa’.
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Para que nadie se lleve a engaño, comienza el autor confesando abiertamente que “sea lo que sea, estoy en contra”, una postura vital que anidó en su forma de ser desde que se cruzaron en su vida los hermanos Marx, a quienes confiesa tener por maestros filosóficos. Con esta premisa, es tan cierto como insuficiente decir de este libro que es divertidísimo, ocurrente, jovial, cachondo, jaranero, parlanchín, dicharachero, ocurrente, ingenioso, humorístico, cómico, gracioso, simpático, agudo, chistoso, sutil, pícaro, pillo, festivo, picante, caricaturesco, burlesco y picaresco, y no lo es menos decir de él también que es enredador y juguetón. Pero, al mismo tiempo, advertimos, ese es un camino estupendo para conseguir uno de los propósitos más duraderos del autor, según él mismo confiesa: “crearme enemigos y meterme en líos”.
No hay más que echar un vistazo al índice de este ‘Español para andar por casa’ para advertir que el autor ha buceado profundamente en el uso del idioma español (o castellano, como insisten los nacionalistas en llamar) y ha descubierto docenas y docenas de aspectos en donde hay motivos fundados para la rectificación y, más aún, para el humor y la sorna como procedimiento infalible de que la memoria no flaquee en veces sucesivas para no incurrir en los mismos errores.
Pero, en fin, dejémonos de generalidades y concretemos. Sugiere Gallud Jardiel, pongamos por caso, hasta nuevos vocablos que nos ayuden a correr como a alma que persigue el diablo de los anglicismos y, para ello, y en este campo tan dominante de la informática, recomienda en uno de sus capítulos el uso del término ‘informatigüística’ (vamos, algo así como la lingüística aplicada a la informática); lanza al mundo la palabra ‘güiquifilia’, como “gusto de buscar cosas en Wikipedia”. O que podría decirse también “voy a ‘pogüerpointar’ mi próxima conferencia”, o que “el documento está pedefeado”, o “esa es una imagen fotoshopada”.
Los medios de comunicación (periódicos, revistas, emisoras de radio y TV) son también blanco certero de la ira del autor que afirma abiertamente que “me consuela la idea de que si no se me ocurrieran más temas para escribir, siempre podría nutrirme de las porquerías lingüísticas que día tras día ponen de moda nuestros medios. Cada una de ellas nace con su parodia en potencia, pidiendo a voces que alguien la haga. La mayor parte de tales porquerías llevan la estupidez hasta el oxímoron, como ocurre con “impuesto revolucionario”, ya que los impuestos suelen ser privativos de los estados estables. Si en medio de una revolución alguien te pide dinero para financiar cualquier cosa, eso se llama extorsión en las tierras de garbanzos”.
Insiste Gallud casi obsesivamente -y no sin razón- en mostrar muchos más ejemplos de ese uso impreciso o indebido de nuestra lengua en los medios, como cuando se dice que “la gente «viaja por la ciudad» (cuando viajar implica siempre ir de una ciudad a otra)”. O que en medio de la guerra la gente «escucha los disparos» (cuando escuchar es un acto volitivo y voluntario.
El deporte rey tampoco escapa al análisis minucioso de términos mal usados cotidianamente por todos (deportistas y seguidores): En el fútbol, en vez de tiempo añadido hay “tiempo de descuento”. “¿Cómo se puede descontar un tiempo que ya ha transcurrido? -comenta Enrique Gallud-. El mismo Einstein se las vería y se las desearía para entender esta metafísica temporal tan complicada”.
Y, para terminar esta breve incursión en las 208 páginas del libro que acaba de ver la luz en la editorial Espuela de plata, déjenme traer aquí a colación una ingeniosa y hermosa definición que el autor hace de ‘eufemismo’. Dice Gallud que los eufemismos son “procedimientos lingüísticoinmorales para justificar nuestro mundo y manipular lo que haga falta”. Y si alguien duda de lo acertado de la misma, vayan también algunos ejemplos ilustrativos: Las agencias de viajes ya no estafan, solo hacen overbooking (vender más). Ya no muere nadie, solo hallan la muerte, como si la estuvieran buscando, o fallecen. O «Tras el bombardeo fallecieron veinte personas» parece indicar que las muertes no son totalmente culpa de las bombas.
El profesor Gallud, supongo que no puede ni quiere evitarlo, enseña divirtiendo e informando, que es la mejor forma de pasárselo bomba con libros tan amenos y elaborados como este. Yo que usted, no perdería ni un instante y me pasaría por una librería o, incluso, ahora en Madrid, aún mejor, por la Feria del Libro, a ver si es que de verdad este moderno caballero andante desfacedor de entuertos contra el maltrecho español es real o pura invención de algún avispado hombre de letras…