Creo yo que en el humor, como en cualquier ámbito, hay clasismo, porque hay clases de humor como clases de piano a domicilio- siempre que el piano esté en casa del alumno y el profesor no tenga que llevarlo a cuestas por la calle; una cosa es una clase y otra muy distinta un abuso-. Y en cuanto a clases, el humor las tiene. Dicho esto, podríamos poner fin a una discusión abierta desde los tiempos de Aristóteles; que es muy penoso que sigamos discutiendo después de tantos siglos como si no tuviésemos otra cosa que hacer.
Pues bien, en tiempos de Aristóteles se entendía que la comedia era para las clases populares y la tragedia para las elevadas. Que reír es cosa de pobres y llorar de ricos, como si fuese un asunto más fino matar a un padre que burlarse de las barbas de Sócrates. Y ya, ya sé que hay risas de lo más grotescas, pero también que llorar, cuando es con mocos- como suele ser- no es nada elegante. Entonces ¿por qué lloraban los ricos? ¿Sería para dar pena en lugar de dar envidia y así evitar las revueltas de los esclavos?
¿Y de qué se reían los pobres con lo jodidos que andaban también en esos tiempos? Esto daría pie a un estudio sociológico para el que me faltan líneas y a ustedes ganas.
Digamos, como resumen, que el humor no es para una clase sino que tiene clases dentro de sí mismo. No es lo mismo reírse de un chiste de Lepe, que hacerlo de un poema de José Zorrilla, porque para reírse de Zorrilla hay que saber quién era Zorrilla y hasta, más o menos, lo que escribió. Igual pasa con las sátiras sobre hermenéutica, que no hacen gracia si no se sabe en qué consiste esa materia tan pelmaza.
De acuerdo que se puede pasar por la vida sin saber qué es la hermenéutica- de hecho, se pasa mejor-. Que, mientras se coma y se duerma más o menos, se puede vivir creyendo que la hermenéutica es una prima de Zorrilla y Zorrilla una fulana de poca monta. Lo bueno que tiene saber algo de estos temas es que uno puede reírse con los escritos de Gallud Jardiel y así alegrarse la vida, que es lo mismo que alargarla.
Lo que se suele saber primero de Enrique Gallud Jardiel es que es nieto de Jardiel Poncela, el más revolucionario y lúcido de todos los humoristas españoles, esto tiene, aunque parezca mentira, entre todas las ventajas, algún inconveniente, pues si bien es una bicoca recibir como herencia semejantes genes, somete a la dura prueba de la comparación con el ancestro, cuyo listón de alto se pierde de vista en los mismos parnasos celestiales de Aristófanes.
Ahora bien, Enrique pasa la prueba del ADN escribiendo a lo Jardiel, como la pasó un día el presunto hijo apócrifo de “El Cordobés”, haciendo el salto de la rana. En ocasiones es tan jardielino que creo estar leyendo a su mismo abuelo, otras no, porque aporta a lo escrito muestras de una personalidad bien propia, que se desarrolla en el marco muy reconocible del siglo XXI. Lo bonito de las sagas es que los herederos sean versiones y no réplicas, si no estaríamos hablando de producción en serie, que es una cosa muy aburrida o igual hasta de reencarnaciones (con el yuyú que eso da).
Ahora mismo tengo entre manos la lectura de su libro “Escritos birriosos” y disfruto particularmente con esos episodios en los que el autor narra en primera persona las penalidades por las que pasa un escritor novel y lo hace con tanto realismo que se comprende que tampoco le ha servido de mucho el prestigio del apellido; que ha tenido que pasar por el mismo camino de espinas sobre el que vamos descalzos todos los que intentamos consolidarnos en las letras, sin más método para lograrlo que darse a valer, alimentando el talento con constancia y esfuerzos sobrehumanos.
Esta tragedia que hábilmente el humorista convierte en esperpento, lleva como títulos “Máster en rechazo editorial” (Pataleo) y “Cómo salir en los medios sin hacerse famoso” (Confesión amarga). Los que ya hemos pasado por eso – y seguimos pasando- agradecemos esta parodia que nos llega al alma y nos permite incluso relativizar el compendio de tantos sinsabores.
No sé si decir que Gallud Jardiel escribe humor inteligente, no porque no sea cierto, sino porque tal vez la expresión “humor inteligente” es ya en sí misma redundante. Comprendemos que el humor es el arma de la que se vale la inteligencia para sobrellevar los sinsabores de la vida. Y que si, por tradición, se ha asociado a las clases populares ha sido porque los sinsabores son más propios en las existencias de los humildes. Los privilegiados, sin sinsabores previos, lo cual, a la larga, también aburre, tuvieron que inventarse la tragedia para sufrir aunque fuese en el teatro, viendo como las familias se mataban entre sí con el sol griego del mediodía (que tiene tela) achicharrando sus ilustres calvas. ¿Por qué? Porque es así, porque como dijo Epicuro, para que haya placer, tiene que haber dolor y todo eso.
Por eso, a vosotros, desheredados de la vida, del amor o asuntos varios, os invito a leer estos “Escritos birriosos” como cualquier otro libro de Gallud Jardiel que ya tienen el poder de sacarte la sonrisa con sólo leer el título, “Majaderos ilustres”, “Viajes chapuceros y lugares espantosos”, “Historia estúpida de la Literatura” “Grandes pelmazos de las letras universales” o algún otro de sus numerosos libros publicados. Doy fe de que me lo vais a agradecer.