Faustino Cuadrado Valero: El reino de Akaba, Editorial Amarante, Madrid, 2015, 317 págs. (Reseña)
Faustino Cuadrado Valero es realmente un «Mago de las Palabras», como describe su novela a los escritores que tienen el poder de describir y conmover. Ya lo había mostrado de sobra en otras obras anteriores, como El último hogar que nos queda o Los amantes infinitos, aparte de en otros trabajos cortos y reseñas literarias. El reino de Akaba lo confirma plenamente.
Se trata de una novela de aventuras en toda regla, en la mejor tradición del género y según los más puros y válidos parámetros que lo hacen funcionar y resultar efectivo. Esto no es sino un claro elogio, en una época como la que vivimos en la que muchos libros resultan productos híbridos que despiertan en nosotros sensaciones encontradas y muchas veces hastío y la sensación de que hemos perdido nuestro tiempo. Este libro, por el contrario, satisface plenamente, pues está escrito con maestría y alto dominio de los recursos narrativos.
Es complicado reseñarlo, pues en este tipo de historias de viajes a lugares insólitos —uno de los mejores temas que la literatura nos ofrece— no deben revelarse demasiados elementos de la trama argumental. Baste decir que su lectura nos adentrará en un mundo alternativo, en el universo mítico y legendario de los vikingos, que encontraremos viajes, talismanes, magias, peligros, mujeres atractivas y temibles enemigos, incluso entre los mismos dioses. Escribir de esta forma, en una época en la que predomina una literatura acostumbrada a lo cotidiano y a arriesgar poco, implica mucho valor y así hay que reconocerlo en justicia. El joven protagonista penetrará en un mundo de fantasía donde se le requerirá para que sirva de protagonista y, a la vez, de testigo y amanuense de un sinnúmero de peripecias que atrapan al lector desde el inicio. La novela —narrada en primera persona por el protagonista— no revela nunca al autor, que tiene la habilidad de permanecer escondido tras su historia y hacer que no salgamos de ella, que nada nos distraiga. El elemento de interés existe desde la primer escena, con la aparición de un curioso duende que nos dice ya que en el libro habrá de todo menos aburrimiento.
El elemento de condensación del tiempo es también un elemento que debe destacarse y que nos recuerda a aquella famosa leyenda de Bécquer, titulada Creed en Dios, en la que el señor feudal pasa una noche en el bosque y encuentra, al regresar a su castillo al día siguiente, que éste es un monasterio desde hace ya trescientos años, porque su señor desapareció y no regresó jamás. Lo mágico no deja de aparecer en todos los capítulos de la narración.
La mitología nórdica queda perfectamente descrita, incluso en su supuesta cotidianeidad, y todo ello con gran detalle. Es obvio que el autor se ha documentado adecuadamente, lo que redunda en beneficio del lector. El estilo, claro y directo, hace que se lea con gran facilidad y que sus páginas resulten subjetivamente cortas.
En resumen: un libro que está escrito pensando en que el lector disfrute, sin pretensiones pseudo-intelectuales, sino con honestidad, oficio y talento.