La risa es un don nada improvisado, un viático del alma que forma parte de la existencia humana como el cielo que cubre nuestras cabezas: son dimensiones ilimitadas que nos recuerdan el esplendor de una intención sabia y Dios a veces se personifica muy intencionadamente en mentes privilegiadas como la de Enrique Gallud Jardiel. Tan espontáneamente se comunica el autor con la magia del humor que pudiera parecer hasta extraterrestre.¿Qué esperar de quien en una entrevista dice que el humor es una fuente de felicidad? ¿De qué otro mundo maravilloso llega alguien así?
Pero consta en los registros natalicios que es digno hijo de sus padres- Rafael Gallud García y Mary Luz Jardiel Sánchez-, actores entregados a la sublime misión de instruir y entretener a los participantes de la carrera por la vida y el espíritu que es este valle de lágrimas, siendo además ente seleccionado entre millones de almas como nieto de Enrique Jardiel Poncela. De casta viene el galgo que dice el aforismo popular, aunque yo creo que nieto y abuelo comparten una esencia ontológica que se condiciona, más allá del orden cronológico, en el ingenio sin par que representan los dos a través de sus obras.
Enrique Gallud Jardiel ya es un personaje por sí mismo, de los que se fabrican en otro espacio de las inspiraciones para luego manifestarse con esa tremenda diferencia que identifica a los genios y encima con salerosa distinción. Cuando se lee su obra El arte de hacer de todo también se vislumbra al personaje narrativo que posee una capacidad innata para redimir las tristezas de la existencia y trocarlas en sonoras carcajadas. Imbuirse de talento humorístico versado en la idea más sencilla o la apariencia más insignificante solo está al alcance de los Magos y saber comunicar al prójimo para alentarle con sonrisas y risas encadenadas es todo un milagro que forma parte de los insondables misterios del sentido primero y último de la existencia. A mí me da que es un profeta. Cualquier día levita tal cual aligera peso al lector que se olvida de las preocupaciones riéndole con ganas las benditas gracias continuadas de su magín asombroso.
Las obras denominadas de “autoayuda” cobran un nuevo significado en la mente crítica e insoslayablemente original de Gallud Jardiel. Solo iniciar el libro ya se empiezan a esbozar unas sonrisas que se convierten en toda una declaración de intenciones sobre el concepto mayúsculo del Humor. Leyendo el índice se colige la originalidad como un prolegómeno de lo que en pocas páginas se convierte en una apoteosis sostenida de sarcasmo inteligente, sátira con elegancia, e ironía desternillante a la par que aleccionadora.
Minimizando el mundo a la vez que se enaltece la cama, encontrando las formas de malograr una entrevista de trabajo mientras intentamos salvar de la pobreza a los bancos; formulaciones de éxito para corales polifónicas sin menoscabar la belleza del elogio a la mugre; así como desfasar la Navidad desmontoñando el mundo como solución demográfica son esas sugerencias dispares que, a modo de totum revolutum, resumen el objetivo de esta encantadora inspiración literaria que nos explica sobre El arte de hacer de todo. Obviamente, con semejante despliegue imaginativo, su autor demuestra que hacer de todo es un arte que está a la altura de unos pocos privilegiados.
Creo en el prodigio que representa Enrique tras comprobar nuevos matices de mi persona-los muchos ritmos, contrastes y volúmenes de mi risa, con la que convivo más de cincuenta años-cuando sorpresivamente no paraba de encadenar sonoras carcajadas con la lectura de su obra. Intuyo sus libros sorprendentes que leeré bajo el mismo prisma del ingenio creativo, de soberbia factura, que demuestra sin fin.
No es nada sencilla la observación magnificada de lo cotidiano para transformarla en excepcional con un humor fácil, sublime y a todas luces excepcional, inusitado y, sobre todo, trascendente. Porque creo que con la risa acariciamos los más excelso de nuestra razón de ser más allá del teatro de las apariencias, somos de nosotros mismos en una genuina representación de nuestra voluntad de ser aquí donde estamos y allá donde estaremos. Seguramente la risa habrá de acompañarnos traspasando los límites de este orbe que se toma todo tan en serio, siendo solo un solemne, dramático, trágico pero engañoso espejismo; no como la risa inspirada, dulce y embriagadora de nuestra voluntad por brindarnos felicidad, tal y como nos la otorga nuestro emblemático autor: puro realismo del alma.
Su ingenio no es nada furtivo sino esplendoroso, tajante e inimitable.
No todo intérprete sabe cómo redescubrirnos en este solaz fenómeno del humor. Enrique parece ser un mensajero de la memoria restaurada de nuestra esencia divina. Por algo poseemos la virtud de reímos y nos convence la intención maravillosa de la sonrisa multiplicada que desparrama con pasmosa sencillez un elegido como este autor, sabio por convertir la palabra en un universo expansivo de imaginación, de espectáculo lector y aliciente lúcido de esperanza, porque sus letras poseen la capacidad de imbuirnos alegría, satisfacción, positividad y fe por la razón humana de lo constructivo en conexión directa con una Creación que no deja nada al azar.
Recomiendo El arte de hacer de todo a cuantos sepan y quieran reír porque aquí no hay medias tintas. Si uno quiere atragantarse a carcajadas no hay mejor instrumento mental para tan extraño menester. A mí me basta con quedarme sin resuello de tanto reír entre página y página; menester extraño también, involuntario eso sí, pero es estímulo reflejo e inevitable con esta singular lectura.
Enrique Gallud Jardiel no será extraterrestre pero una cosa es suponer que tiene acreditado su nacimiento documentalmente y otra que exista el certificado. Este tio no es de este mundo; a saber de dónde salen ingenios tan escasos y raros sobre esta Tierra común.