De vez en cuando, como quien no quiere la cosa, uno se tropieza con tesoros escondidos, joyas de incalculable valor olvidadas por el paso del tiempo que, tras ser desenterradas, suponen una autentica alegría, un jolgorio carpetovetónico más refulgente que la histórica -y pesadísima- lámpara de araña de vidrio de plomo del Palacio de Dolmabahçe de Estambul. (Disculpen la trastada, es que leer a Jardiel puede resultar de lo más contagioso. A lo que íbamos) Los treinta y un cuentos que aúna este volumen editado por Biblioteca Nueva, escritos por Enrique Jardiel Poncela entre 1920 y 1930, durmieron el sueño de los justos durante décadas: originalmente, aparecieron en publicaciones como los diarios ‘La Libertad’ y ‘La Nueva España’ o semanarios como ‘Buen Humor’, pero, a la hora de formar parte de los tomos recopilatorios ‘El libro del convaleciente’ (1938) y ‘Exceso de equipaje’ (1943), fueron desechados definitivamente por su autor, quien consideró que no tenían la calidad necesaria para formar parte de dichos compendios. Respetaremos su difunta opinión, pero no dejaremos de señalar el carácter tremebundo de un error que, afortunadamente, ha sido subsanado todos estos años después. Porque esta nueva colección de relatos inéditos son una delicia que no desmerece para nada de la producción clásica de ese señor tan simpático que escribió maravillas como ‘Amor se escribe sin hache’ (1928), ‘Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?’ (1931) y ‘Eloísa está debajo de un almendro’ (1940), entre otras lindezas. Humor absurdo y elegante, tan intelectual como ilógico y mordiente, narrado en la mayoría de los casos en una irónica y autoparódica primera persona, donde el gran Jardiel exploraba los límites de la literatura humorística, haciéndonos partícipes de situaciones y escenarios realmente hilarantes. Para muestra, momentos tan inspirados como “El director del Manzanares Herald”, “El robo del Kangur-Palace”, “Un negocio productivo” o la brillante pirueta de “El crimen del tren corto de Guadalajara”, que hacen de esta colección de cuentos una propuesta tan ingeniosa como refrescante, a pesar de que algunos de ellos lleven escritos casi cien años. Y es que el humor de Jardiel no tiene fecha de caducidad. Nunca la ha tenido, aunque haya pasado décadas y décadas encerrado en un cajón. Descúbranlo, de nuevo.
El hombre que iba a casa del dentista (Alberto Díaz)
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