El término hindú es la forma irania de Sindhu que, en un principio designaba a las tribus instaladas a orillas del río del mismo nombre (Indo o Hinda). Las ideas religiosas de estas comunidades se difundieron por toda la península, perdiendo su significado primitivo. Desde los inicios de las invasiones mogoles en la península indo-gangética, este vocablo pasó a designar a los que profesan el hinduismo o brahmanismo, por lo que en su acepción actual no es correcto aplicarlo a aquellas personas de nacionalidad india que no profesan esta religión.
Hay que diferenciar bien el concepto de vaidika dharma o vedismo, del hindú dharma que sería el hinduismo postvédico, llamado también brahmanismo o brahmaváda. Aunque el segundo deriva del primero, se observa una transición del politeísmo hasta el panteísmo y una aparición del concepto de reencarnación que no existía en un principio.
Los pueblos arios, de origen indoeuropeo, que comenzaron a invadir la India en sucesivas oleadas a partir del 2000 a.C. se encontraron con prácticas religiosas primitivas muy asentadas en toda la península. Eran de tipo animista y entre ellas destacaban el culto a la madre tierra y a la potencia fecundadora masculina, simbolizada por un linga o falo. Los arios, a su vez, trajeron conceptos religiosos que giraban en torno a un panteón de dioses naturalistas en un universo que se recreaba constantemente. Su ritual suponía el uso sacrificial del fuego, como elemento purificador, basándose en la creencia de que mediante el sacrificio se podían controlar las leyes del universo y lograr bienes en este mundo. Toda su literatura sagrada —denominada védica por basarse en los Veda— detallaba cómo llevar a cabo adecuadamente estos sacrificios.
Poco a poco los arios fueron adaptando sus creencias a las de los pueblos aborígenes. Sus dioses, algunos de ellos de procedencia irania, se fusionaron con las divinidades locales y su literatura védica pasó a ser comentada y explicada en tratados filosóficos que cambiaron radicalmente el núcleo de su religión. Hacia el siglo VIII a. C la insatisfacción con los sacrificios védicos llevó a corrientes de pensamiento que renunciaban a las ilusiones del mundo y deseaban alcanzar una realidad interior y liberarse de sus ataduras. El centro de atención dejó de ser la práctica perfecta del sacrificio para pasar a ser la búsqueda de la verdad del Ser y la fusión del individuo con él. Los conceptos arios de cielo e infierno quedaron desplazados por la noción de reencarnaciones sucesivas para purgar las malas acciones cometidas y los dioses védicos de la naturaleza perdieron importancia ante los dioses propiamente hindúes, de carácter simbólico. Pese al pluralismo de deidades, el brahmanismo —llamado así por el control ejercido por la casta de los brahmanes sobre la literatura religiosa— tendió a centrarse en la identidad del Ser, hasta llegar filosóficamente a un claro monismo.
En el siglo VI a.C. este incipiente hinduismo sufrió una escisión importante con el surgimiento del budismo y el jainismo, sectas hindúes disidentes que, más tarde, adquirieron el rango de religiones separadas, aunque manteniendo muchos puntos de contacto con su origen. El budismo atacó los aspectos demasiado estratificados del brahmanismo. Fue una corriente de renovación que pronto adquirió auge, pero que tuvo su verdadera importancia fuera de la India.
Como reacción a estas doctrinas en parte disidentes el hinduismo se reforzó e hizo más hincapié en su mítica, para llegar así al pueblo, un tanto al margen de los avances en el plano filosófico. Durante siglos convivieron avanzados sistemas de pensamiento con prácticas rituales de toda índole. Fue en el siglo IX, con el maestro Shankara, cuando el hinduismo se revitalizó.
Los siglos XV y XVI vieron otro momento importante, con el desarrollo de los cultos bhakti o devocionales, una corriente de tipo místico que impulsó de nuevo las tradiciones hindúes y que surgió para contrarrestar el influjo islámico de los nuevos invasores de la India.
Algo semejante tuvo lugar durante el siglo XIX, cuando se produjo el denominado Renacimiento hindú, en una sociedad colonial británica en la que el cristianismo y los conceptos occidentales de religión eran la pauta a seguir. Toda una serie de reformadores religiosos y sociedades puristas desarrollaron su actividad para volver a llevar al hinduismo a sus orígenes y al mismo tiempo eliminar las lacras sociales derivadas de él, convertidas con los siglos en práctica habitual.
Pero durante todas estas épocas de mayor o menor esplendor del hinduismo debe destacarse su capacidad de sincretismo con otras religiones y de tolerancia para con ellas. El hinduismo no es en absoluto proselitista. Jesús o Mahoma son respetados y reverenciados en la India como figuras santas y el mismo Buddha es considerado por los hindúes como una encarnación del dios Vishnu. La India es el país que mejor acogida ha proporcionado a los mazdeístas y a los hebreos que hubieron de dejar sus países por motivos religiosos. Incluso durante la dominación islámica surgieron en la India toda suerte de movimientos religiosos sincretistas en donde se mezclaban ambas religiones. Bajo el concepto hindú de que todo lo existente en el universo es divino, no cabe el desprecio hacia cualquier otro camino que lleve a entender a esa divinidad, que es el Todo.
El hinduismo parte de la base de que todo lo que existe es una misma cosa. A ésta la denomina Brahman, el principio cósmico absoluto transcendente, neutro e impersonal, primera causa del universo. Es omnipotente, omnipresente, omnisciente, auto causado, auto dependiente y auto controlado. Es el espíritu único, la vida que vive en todos los seres. Cuando es percibido introspectivamente como esencia de nuestra existencia individual se llama atman, lo que equivale al alma individual, la mónada espiritual. Esta alma individual es uno con el Brahman o Absoluto y sólo nuestra errónea percepción nos hace considerarla aparte. Este es el principio básico del monismo hindú.
Al emplear conceptos dualistas para facilitar el entendimiento, pasa a hablarse de dos principios complementarios. En primer lugar está el purusha, que es la esencia masculina, el principio del ser u hombre primordial, de cuyo cuerpo salieron todos los seres creados. Es un principio pasivo y equivale al pensamiento abstracto del Absoluto. Se complementa con prakriti, la materia inicial, descrita como una potencia del Ser, no como una entidad independiente. Es inconsciente, productora, siempre activa e incesantemente sujeta a movimientos, cambios, modificaciones y transformaciones. Es una sustancia compuesta, constituida por tres cualidades o guna, denominadas bondad o sattva, pasión o rajas y tinieblas o tamas. En la materia primordial estas tres cualidades están perfectamente equilibradas entre sí. Posteriormente se manifiesta en distintas proporciones todas las criaturas, lo que determina el carácter de cada una.
Según esta cosmología, el Ser Absoluto se manifiesta en una Creación de duración limitada y que se reabsorbe de nuevo en El de manera cíclica. De flecho, todo en el universo está sujeto a estos ciclos de tiempo. Es la teoría de las yuga, según la cual existen cuatro eras (Krita, Treta, Dvapara y Kali) que juntas se denominan mahâyuga o «gran era» y que, al repetirse mil veces, equivalen a un día del dios Brahma (4.320.000.000 años de cómputo humano). Este día de Brahma o kalpa se inicia con la creación, en la que un universo surge del Absoluto y se generan todas las cosas, y termina con la fusión en ese mismo Absoluto, disolviéndose todo tras el proceso de evolución. Viene a continuación la noche de Brahma, de igual duración, tras la cual todo vuelve a repetirse.
Durante la manifestación del Absoluto en forma de Creación, lo que hace que se consideren al purusha y a la prakriti como entidades separadas cuando en realidad son una misma sustancia es mâyâ, la ilusión. Mâyâ significa medición, creación o despliegue de formas, cualquier ilusión o engaño de la vista. Constituye el término aplicado a la ilusión de multiplicidad del universo empírico. Los mundos, los diferentes planos de lugar y tiempo en que éstos existen y las criaturas que los pueblan son manifestaciones de la misma realidad y aparecen diferenciados por el juego de maya, que sería el aspecto dinámico del Absoluto. Esta percepción de diversidad la produce la ignorancia, pues la realidad es sólo una (el Brahman-âtman) y esta ilusión oculta la realidad divina. Esta energía divina negativa ilusiona a la entidad viviente, haciendo que olvide al Absoluto.
Mientras los seres no perciben este engaño y se liberen de la noción de la multiplicidad del Ser, permanecen insertos en el ciclo de existencias, denominado samsâra, que significa «flujo». Es un término que hace referencia a la rueda de las reencarnaciones causada por la acumulación de acciones que han de tener una reacción. Es el ciclo de nacimientos y muertes que tiene lugar incesantemente mientras que se cumple la ley de causa y efecto del universo. A esta ley —uno de los principios esenciales del hinduismo— es a lo que se denomina karma.
El karma es la acción material que ha de atraer una reacción subsiguiente, la causalidad, consecuencia de toda acción tanto en el plano físico como en el moral y el intelectual, que actúa sobre el destino de una forma lógica y racional, estrictamente acomodado al mérito o demérito de cada uno. Metafísicamente significa los efectos de la acción, aunque puede ser también las actividades fruitivas concretas. Los deseos, aspiraciones, pensamientos y actos del individuo son los que según la ley kármica le vuelven a traer repetidas veces a la vida terrestre determinando la naturaleza de su renacimiento.
Las acciones de los seres son de cuatro clases: shukla (puras, que crean un buen resultado o reacción), krishna (impuras, de efectos negativos), shuklakrishna (mezcla de puras e impuras, con efectos eclécticos) y ashuklakrishna (ni puras ni impuras, sin ningún tipo de efectos). Así pues, los seres pueden con acciones meritorias avanzar espiritualmente de vida en vida y eliminar los malos resultados de sus acciones negativas.
A la liberación del ciclo de las reencarnaciones y a la fusión con el Absoluto se llega mediante el desapego de todo vínculo terreno y la ejecución de actos meritorios, acordes con los deberes específicos de cada casta. Este concepto es el que lleva a la noción de dharma, término que se emplea generalizadamente para religión pero que, en realidad significa deber.