El autor comienza enunciando los reproches que se le han hecho al existencialismo. Los comunistas afirman que el existencialismo conduce al hombre al quietismo y a una filosofía burguesa, dando además una visión altamente pesimista. El cristianismo considera que el existencialismo ha suprimido los mandamientos y los valores trascendentales.
Sartre intenta justificarse afirmando que es el existencialismo el que hace posible la vida humana. Se diferencia del determinismo del naturalismo en que deja al hombre la posibilidad de elección, la libertad.
Distingue dos tipos de existencialismo: el cristiano y el ateo. Ambos coinciden en que la existencia es anterior a la esencia. Para el existencialismo ateo, Dios no existe y, por tanto, en el hombre la existencia es anterior a la esencia, pues primero existe y sólo luego se define a sí mismo. En un principio el hombre no es nada y luego es lo que quiere ser; no hay, por lo tanto, una «naturaleza humana» prefijada.
Es el hombre quien se hace a sí mismo y es responsable de su propio ser. Decide cómo quiere ser él y también lo que quiere para los demás. De aquí surge un sentimiento de responsabilidad que produce angustia. El hombre sufre igualmente de desamparo, al sentirse solo por la ausencia de Dios. También padece desesperación, pues al contar únicamente consigo mismo carece de la esperanza en un Dios que pueda cambiar el curso de las cosas.
Pese a esta situación, el hombre no debe refugiarse en la inacción, en el quietismo o la contemplación. Debe comprometerse a actuar en el mundo, pues el hombre existe en la medida en que actúa.
Sartre postula que el hombre tiene que conformar el modelo de humanidad que ha elegido. Esta elección es de carácter moral y el pensador la compara a la creación artística, admitiendo la posibilidad del error o de la mala fe en dicha elección. Habla de una moral de autenticidad, universal en la forma pero de contenido variable. Este contenido se formula en libertad y teniendo como fin la misma libertad.
Sartre precisa el sentido del postulado del humanismo existencialista con el que titula el escrito. El sentido existencialista del humanismo consiste en que el hombre se proyecta continuadamente fuera de sí mismo intentando construirse a sí como hombre. Además, el único universo que existe es el humano.
El filósofo insiste en que el existencialismo no pretende sumir al hombre en la desesperación. Su objetivo tampoco es demostrar que Dios no existe. Lo que afirma es que, exista Dios o no, el problema del hombre permanece igual. La cuestión importante —dice Sartre— no es la existencia de Dios sino que el hombre se encuentre a sí mismo, por lo que el existencialismo es optimismo y una doctrina de la acción.
Tras analizar el texto he de reconocer que, aunque no es convincente, si es intelectualmente muy estimulante. Pero tiene, además, una orientación negativa: más que exponer lúcidamente una teoría, se dedica a refutar (con algo de desorden) las diversas oposiciones que sufre. Pese a la rotundidad de sus afirmaciones, se nota un tono conciliador, queriendo indicar que el existencialismo ha sido mal entendido por muchos. Personalmente hubiera considerado más enriquecedora una exposición sistemática y fría de esa ideología. Literariamente me parece de destacar la fuerza expresiva de la lengua y la modernidad evidente del estilo.