¿A qué clase profesional pertenece el mayor genio del mundo moderno? A la de los oficinistas.
Albert Einstein (1879-1955) obtuvo el Premio Nobel en 1921 por sus contribuciones a la Física. Fue profesor en diversas universidades de Europa y América, perteneció a diversas academias y recibió todo tipo de honores durante su vida. Pero los descubrimientos por los que le recordamos los llevó a cabo en los ratos libres que le dejaba su empleo de funcionario.
Cuando acabó su carrera en 1901 quiso dedicarse a la enseñanza, pero las universidades rechazaron sus solicitudes y le fue imposible encontrar una plaza de profesor. Así es que aceptó un empleo subalterno como perito técnico en la Oficina de Patentes de Berna.
Allí pasó siete felices años, como luego contó en diversas ocasiones. Este empleo significó para él una fuente continua de ingresos y una seguridad que le permitió dedicarse con tranquilidad a sus investigaciones. Emilio Segrè, en una biografía del físico, cuenta que él recomendaba a los jóvenes científicos que buscaran ese tipo de trabajos y los compaginaran con la ciencia.
La labor que desarrolló allí era estimulante y variada. Tenía que inspeccionar los más diversos inventos tecnológicos y describirlos en informes para su aceptación. Literalmente, trabajaba con expedientes llenos no de formularios repetitivos, sino de ideas innovadoras.
Fue un funcionario contento de serlo; pero no se le apreció debidamente. Era empleado de tercera clase y, cuando intentó lograr un ascenso de categoría, se le negó.
En 1905 comenzó a publicar una serie de cinco artículos científicos que le llevarían a la fama, sobre el efecto fotoeléctrico, el movimiento browniano y la teoría de la relatividad. Estos artículos asombraron al mundo.
Las malas lenguas dicen que pudo hacer estos descubrimientos porque, como funcionario que era, trabajaba poco y tenía mucho tiempo libre para pensar.