Thomas Alva Edison (1847-1931) es, sin duda, el científico estadounidense de más renombre. Pero durante sus primeros años su actividad fue otra. Cuentan que a los 15 años salvó de morir a un niño en las vías del tren y el padre, para recompensarle, le enseñó el oficio de telegrafista.
El joven Thomas se convirtió en uno de los telegrafistas más rápidos de su tiempo y desde los 16 a los 21 años trabajó como “telegrafista vagabundo” por los estados del sur y el oeste de la Unión. En cierta ocasión el hielo destruyó el cable entre Port Huron y el territorio canadiense y Edison, desde un tren, envió los mensajes con el silbido de la locomotora. Mientras visitaba las oficinas de la Gold Indicator Company el indicador telegráfico se descompuso. Él lo arregló allí mismo y le contrataron como ayudante del ingeniero. Entonces inventó el receptor telegráfico de cotizaciones bursátiles.
En un accidente ferroviario había quedado sordo. Pero aseguraba que sí podía oír el tintineo del telégrafo y que su sordera le impedía deshacía distraerse con otros ruidos. Enseñó el código Morse a su esposa y ésta le servía de intérprete. Cuando iban al teatro ella le daba golpecitos en el brazo para contarle lo que sucedía en escena.
Edison es el inventor por antonomasia. Registró más de 1300 patentes y entre sus hallazgos se cuentan la lámpara incandescente, la planta de energía eléctrica, la sincronización del sonido con las películas, el fonógrafo, el kinescopio y el tren eléctrico.