Hace un año caía en nuestras manos lo que calificamos como “un libro tan provocador, valiente, personal y atrevido, como inteligente y entretenido que el autor ha tenido la osadía de titular, ni más ni menos que ‘Historia estúpida de la literatura’. El firmante de tan iconoclasta osadía no podía ser otro que el profesor, humorista, erudito, escritor, y tan crítico como autocrítico Enrique Gallud Jardiel (http://www.diariocritico.com/ocio/libros/teatro/historia-estupida-de-la-literatura/enrique-gallud-jardiel/452843).
Han debido ser tantos los escritos ácidos, los insultos vehementes, los desplantes de colegas, y las amenazas recibidas de grandes críticos e insignes académicos, que Gallud Jardiel -conociéndolo como lo conocemos- se ha revuelto en tan tediosa y cansada batalla y se ha dicho a sí mismo y a su legión de seguidores aquello de “¿a mí con estas?”… Así es que no ha tenido más remedio que volver a sus archivos, poner otra vez sobre la mesa los cientos y cientos de fichas obtenidas de sus miles de lecturas académicas, tan críticas como sosegadas y atinadas y, hete aquí, que un año después, lo tenemos nuevamente desafiante y retador con otro título que no ofrece duda alguna sobre contenido del libro e intenciones del autor: ‘Grandes pelmazos de las letras universales’ (Editorial Dalya, 2015).
Otra vez Gallud Jardiel maneja la parodia literaria con extraordinario sentido del humor y profundo conocimiento de autores, obras y conceptos y recursos literarios -los clásicos, las antologías, las ediciones abreviadas, las figuras retóricas, la versificación…-, para poner patas arriba, sin complejos, con conocimiento pleno de las posibilidades y limitaciones propias, para poner también en solfa las ajenas. Vuelve, pues, el autor donde solía con ciertos autores, e incrementa la lista dispuesto a resucitar la vieja Cárcel de papel de ‘La Codorniz’ (¡Dios mío, cómo se le echa de menos!) que debiera editarse de nuevo y con la fuerza y el empeño que los nefastos tiempos que atravesamos exigen y merecen.
Sin ánimo de exhaustividad y solo a título ilustrativo para quienes aún no den crédito a tan loca iniciativa, he aquí unos cuantos nombres de autores con quienes Gallud se las tiene en paródica batalla: Cervantes, Shakespeare, San Juan de la Cruz, Zorrilla, Wilde, Lope, Alberti, Quevedo, Arniches, Stephen King, Vallace, Calderón, Salinger, Burgess, Agatha Christie, Perrault, Eurípides, Góngora, Borges, Conan Doyle, Bécquer, Moratín o Bernard Shaw, entre muchos otros tan grandes como reputados y reconocidos maestros de las letras universales.
Gallud Jardiel recurre a los escritos apócrifos, refritos bien construidos, resúmenes imposibles y hasta a propuestas atrevidas del hit parade de los ladrillos infumables de las letras universales. Todo es poco para quien, aún siendo Doctor en Filología Hispánica y teniendo otros títulos académicos, “con uno de ellos se hizo un gorro de papel” -como él mismo confiesa en las notas finales del libro-.
Algunas claves
Gallud Jardiel demuestra en ‘Grandes pelmazos de las letras universales’ que “parodia y admiración son perfectamente compatibles” porque “el desprecio es para aquellas cosas que no recuerdas, de puro vacías”. Y es obvio que su recurso a la parodia y al humor en él son inclinaciones casi genéticas (es nieto del comediógrafo Enrique Jardiel Poncela) y que no le duelen prendas en reconocer que escribe como lo hace “porque no sé hacerlo de otro modo” y es perfectamente consciente de que el hecho de tomarles el pelo no le llega a cegar el intelecto para reconocer que todos ellos son escritores mejores que él.
Y, por último, dos razones más para animarle a usted, querido lector, a acercarse al divertido y documentado libro de Enrique Gallud. La primera es el prologuista que el autor se ha buscado: ni más ni menos que al prócer de las letras españolas, don Miguel de Cervantes que, como son ya cuatro los siglos que lo separan de este, que sabios y eruditos despejen toda duda porque, sí, ese prólogo es apócrifo, aunque despeja algunas dudas respecto a Gallud Jardiel: “Han de saber vuesas mercedes que el nombre de escritor (y más el de escritor de lo cómico) muy pocos merecidamente lo ostentan y que, entre ellos, el insigne dotor don Enrique, excelente sujeto por ende, ha mostrado sobrada la claridad de su ingenio. La rara habilidad de la que por sus escritos tengo noticia, lector ilustre, un día ha de asombrarte, si antes los envidiosos, de los que ninguna fortuna hállase segura, no rompen y echan por tierra el castillo de sus pretensiones”.
La segunda y definitiva razón es la meridiana sinceridad del autor que confiesa dedicarse al relato corto porque su ambición, como buen español que es, “es vivir del cuento”.