Contra los eruditos a la violeta (David Felipe Arranz)

Contra los eruditos a la violeta (David Felipe Arranz)

Si hay algo que puede engran­de­cer una dis­ci­plina –y sobre todo al mismo ser humano– es la capa­ci­dad de reírse de sí misma. La lite­ra­tura ha cons­ti­tuido desde tiempo inme­mo­rial un tem­plo sagrado, pero aún más invio­la­bles y poco o nada con­tes­ta­dos han resul­tado sus exé­ge­tas y sus cien­tos de miles de volú­me­nes dedi­ca­dos a pro­fun­di­zar y ampliar los hallaz­gos de los auto­res. Cual­quiera de nues­tros cole­gas filó­lo­gos que dis­cuta las opi­nio­nes de Menén­dez Pidal o Rafael Lapesa es poco menos que anate­ma­ti­zado por la aca­de­mia y excluido del escalafón.

Amén de las múl­ti­ples paro­dias del gran Fran­cisco Que­vedo de la poe­sía cul­te­rana –zahi­riendo a Gón­gora, su archi­ene­migo–, hay un pre­ce­dente gran­dioso de este des­ter­ni­llante libro de Enri­que Gallud Jar­diel, His­to­ria estú­pida de la lite­ra­tura (Espuela de Plata-Renacimiento); nos refe­ri­mos al que escri­bió José Cadalso y publicó con el título los Eru­di­tos a la vio­leta (1772), un “Curso com­pleto de todas las cien­cias, divi­dido en siete lec­cio­nes, para los siete días de la semana, publi­cado en obse­quio de los que pre­ten­den saber mucho estu­diando poco”, cuyo título hace alu­sión al per­fume de la vio­leta, el favo­rito de los jóve­nes que en el siglo XVIII que­rían ir a la moda. El autor de las Car­tas marrue­cas arre­mete sin pie­dad –y con razón– con­tra la legión de inep­tos intro­du­ci­dos en todas las épo­cas en la Repú­blica de las letras y que “fun­dan su pre­ten­sión en cierto apa­rato arti­fi­cioso de lite­ra­tura”. Son todos ellos vocin­gle­ros de exte­rior cuyo afán no es otro que el de epa­tar con ese “deseo de ser tenido por sabio uni­ver­sal”, en pala­bras de Cadalso.

¿Cómo librarse de los pseu­do­eru­di­tos? Con­tra ellos va diri­gido este ensayo iró­nico y crea­tivo, tru­fado de buen humor y escrito con un vitriolo suave, no exento incluso de ter­nura. Enri­que Gallud Jar­diel ha escrito un mag­ní­fico diver­ti­mento, publi­cado de forma exqui­sita por Abe­lardo Lina­res, que nin­gún his­pa­nista debe­ría per­derse. Su His­to­ria estú­pida de la lite­ra­tura es un ajuste de cuen­tas hecho con humor a déca­das –diría­mos que más de un siglo– de his­pa­nismo de salón. Gallud Jar­diel no deja títere con cabeza de entre los gran­des mitos de la filo­lo­gía his­pá­nica. Su libro, juego cer­van­tino y here­dero de pleno dere­cho de la lla­mada otra gene­ra­ción del 27 –el autor es nieto de Jar­diel Pon­cela–, deam­bula por los pasi­llos de los tomos de las his­to­rias de la lite­ra­tura que él rees­cribe con las minús­cu­las de la risa y el amor –de ver­dad, por­que genera crea­ción lite­ra­ria y emu­la­ción con exce­len­tes resul­ta­dos– por las letras patrias y algu­nas ribe­ras de las forá­neas, Kafka y su espu­rio El comité incluidos.

Nada escapa a su trans­for­ma­ción de gran humo­rista. Por sus pági­nas aso­man los villan­ci­cos pues­tos del revés; los insó­li­tos Fue­ros de Jaca, “abuela” de nues­tro tea­tro nacio­nal ante­rior al siglo XI; aser­tos como el de que Cer­van­tes es un pel­mazo, escri­bía muy mal y con muchos tópi­cos; rece­tas secre­tas para enten­der a Gón­gora en quince días –¡Ante tanto exceso ver­bal el autor sos­pe­cha que al vate cor­do­bés le paga­ban por pala­bras!–; el riquí­simo baca­lao que se cuela de ron­dón entre los rela­tos de los clá­si­cos; la pue­ri­fo­bia des­ple­gada en las can­cio­nes tra­di­cio­na­les; los sos­pe­cho­sos pla­gios de Béc­quer pues­tos al des­cu­bierto; las deli­ran­tes ense­ñan­zas de las zar­zue­las sobre las muje­res espa­ño­las; la zar­zuela Gigan­tes y cabe­zu­dos como expli­ca­ción a los pro­ble­mas de España; los escri­to­res por pare­jas como Gabriel y Galán o Ramón y Cajal. Y un sin­fín de capí­tu­los ver­da­de­ra­mente inge­nio­sos y autén­ti­cos, que nos hacen vol­ver la vista atrás y revi­sar tan­tas cosas…

Al fes­tín paró­dico de carác­ter teó­rico y ensa­yís­tico se suma una segunda mitad del libro, una deli­ciosa selec­ción de com­po­si­cio­nes y escri­tos apó­cri­fos, supues­tos sone­tos, gre­gue­rías y roman­ces de las más insig­nes plu­mas de la lite­ra­tura. La imi­ta­tio genial flo­rece a lo largo de todo el libro. Y apro­ve­chando los home­na­jes a Gar­cía Már­quez por su reciente óbito, nos suma­mos con el aná­li­sis de Gallud de “Villa Buen­día”: “Los Buen­día son un ente fami­liar estir­pino a quie­nes incumbe la efec­tui­dad de la pro­ta­go­ni­za­ción de la his­to­ria­ción de La siglada sole­dosa, de Gabriel Gar­cía Már­quez”. Y remata el volu­men “La escri­tura expli­cada para que no haya que leerla” y el “Taller de escri­tura Hágalo usted mismo”.

Ante tanto rin­go­rrango filo­ló­gico incues­tio­na­ble, Gallud exclama un estri­dente y diver­tido “¡miau!” que des­monta cuan­tos pre­su­pues­tos ¿asen­ta­dos? de las teo­rías e his­to­rias de la lite­ra­tura se ponen a su alcance. No le ha que­dado otro reme­dio. Como el pro­pio autor dice, en ese regis­tro de bro­mas y veras, un buen día llamó a las puer­tas de la Aca­de­mia de la Len­gua y nadie le abrió la puerta –¡Por­que tal vez no había nadie den­tro!, explica–. Con­tra el feti­chismo cul­tu­ral y los super­cul­tos eru­di­tó­lo­gos se levanta esta His­to­ria estú­pida de la lite­ra­tura, a la que desea­mos una larga y prós­pera tra­ve­sía. La eru­di­ción no sirve de nada, mucho menos ante el poder risueño de un ico­no­clasta tan inte­li­gente como Gallud Jardiel.