Si hay algo que puede engrandecer una disciplina –y sobre todo al mismo ser humano– es la capacidad de reírse de sí misma. La literatura ha constituido desde tiempo inmemorial un templo sagrado, pero aún más inviolables y poco o nada contestados han resultado sus exégetas y sus cientos de miles de volúmenes dedicados a profundizar y ampliar los hallazgos de los autores. Cualquiera de nuestros colegas filólogos que discuta las opiniones de Menéndez Pidal o Rafael Lapesa es poco menos que anatematizado por la academia y excluido del escalafón.
Amén de las múltiples parodias del gran Francisco Quevedo de la poesía culterana –zahiriendo a Góngora, su archienemigo–, hay un precedente grandioso de este desternillante libro de Enrique Gallud Jardiel, Historia estúpida de la literatura (Espuela de Plata-Renacimiento); nos referimos al que escribió José Cadalso y publicó con el título los Eruditos a la violeta (1772), un “Curso completo de todas las ciencias, dividido en siete lecciones, para los siete días de la semana, publicado en obsequio de los que pretenden saber mucho estudiando poco”, cuyo título hace alusión al perfume de la violeta, el favorito de los jóvenes que en el siglo XVIII querían ir a la moda. El autor de las Cartas marruecas arremete sin piedad –y con razón– contra la legión de ineptos introducidos en todas las épocas en la República de las letras y que “fundan su pretensión en cierto aparato artificioso de literatura”. Son todos ellos vocingleros de exterior cuyo afán no es otro que el de epatar con ese “deseo de ser tenido por sabio universal”, en palabras de Cadalso.
¿Cómo librarse de los pseudoeruditos? Contra ellos va dirigido este ensayo irónico y creativo, trufado de buen humor y escrito con un vitriolo suave, no exento incluso de ternura. Enrique Gallud Jardiel ha escrito un magnífico divertimento, publicado de forma exquisita por Abelardo Linares, que ningún hispanista debería perderse. Su Historia estúpida de la literatura es un ajuste de cuentas hecho con humor a décadas –diríamos que más de un siglo– de hispanismo de salón. Gallud Jardiel no deja títere con cabeza de entre los grandes mitos de la filología hispánica. Su libro, juego cervantino y heredero de pleno derecho de la llamada otra generación del 27 –el autor es nieto de Jardiel Poncela–, deambula por los pasillos de los tomos de las historias de la literatura que él reescribe con las minúsculas de la risa y el amor –de verdad, porque genera creación literaria y emulación con excelentes resultados– por las letras patrias y algunas riberas de las foráneas, Kafka y su espurio El comité incluidos.
Nada escapa a su transformación de gran humorista. Por sus páginas asoman los villancicos puestos del revés; los insólitos Fueros de Jaca, “abuela” de nuestro teatro nacional anterior al siglo XI; asertos como el de que Cervantes es un pelmazo, escribía muy mal y con muchos tópicos; recetas secretas para entender a Góngora en quince días –¡Ante tanto exceso verbal el autor sospecha que al vate cordobés le pagaban por palabras!–; el riquísimo bacalao que se cuela de rondón entre los relatos de los clásicos; la puerifobia desplegada en las canciones tradicionales; los sospechosos plagios de Bécquer puestos al descubierto; las delirantes enseñanzas de las zarzuelas sobre las mujeres españolas; la zarzuela Gigantes y cabezudos como explicación a los problemas de España; los escritores por parejas como Gabriel y Galán o Ramón y Cajal. Y un sinfín de capítulos verdaderamente ingeniosos y auténticos, que nos hacen volver la vista atrás y revisar tantas cosas…
Al festín paródico de carácter teórico y ensayístico se suma una segunda mitad del libro, una deliciosa selección de composiciones y escritos apócrifos, supuestos sonetos, greguerías y romances de las más insignes plumas de la literatura. La imitatio genial florece a lo largo de todo el libro. Y aprovechando los homenajes a García Márquez por su reciente óbito, nos sumamos con el análisis de Gallud de “Villa Buendía”: “Los Buendía son un ente familiar estirpino a quienes incumbe la efectuidad de la protagonización de la historiación de La siglada soledosa, de Gabriel García Márquez”. Y remata el volumen “La escritura explicada para que no haya que leerla” y el “Taller de escritura Hágalo usted mismo”.
Ante tanto ringorrango filológico incuestionable, Gallud exclama un estridente y divertido “¡miau!” que desmonta cuantos presupuestos ¿asentados? de las teorías e historias de la literatura se ponen a su alcance. No le ha quedado otro remedio. Como el propio autor dice, en ese registro de bromas y veras, un buen día llamó a las puertas de la Academia de la Lengua y nadie le abrió la puerta –¡Porque tal vez no había nadie dentro!, explica–. Contra el fetichismo cultural y los supercultos eruditólogos se levanta esta Historia estúpida de la literatura, a la que deseamos una larga y próspera travesía. La erudición no sirve de nada, mucho menos ante el poder risueño de un iconoclasta tan inteligente como Gallud Jardiel.