En este castillo se ambienta una curiosa historia: El fantasma de Canterville, escrita por Oscar Wilde en 1887 y aparecida por entregas en una revista. Es una parodia de los relatos de terror tan comunes y celebrados en el siglo XIX y de ella se han hecho diversas versiones cinematográficas.
El embajador americano Hiram B. Otis se traslada con su familia a un castillo encantado, en Inglaterra, llamado Canterbury-Chase, que se sitúa ficticiamente a siete millas de Ascot. El anterior dueño le avisa de que un fantasma mora entre sus paredes: el espíritu de su antiguo propietario, Simon Canterville, que no ha logrado la paz por haber asesinado a su esposa, Leonore, de una puñalada en 1565.
La historia del fantasma, lejos de asustar al americano, le encanta. Además, enseguida le ve las posibilidades al asunto. Podrá exhibir al fantasma y cobrar entrada a los que quieran verlo o, si le apetece, donarlo a un museo.
El embajador avisa a su familia de que tienen un huésped en su nuevo hogar y, a partir de ese momento la familia del embajador se dedica a burlarse del fantasma y a gastarle bromas pesadas, riéndose de la antigua tradición británica.
En el castillo había un rastro de sangre, resto de un asesinato cometido en 1565. La mancha había sido imposible de limpiar. Pero el señor Otis, con el quitamanchas «Campeón Pinkerton» la hace desaparecer en un abrir y cerrar de ojos.