Se reconoce al humorista porque tiene una cualidad innata que no lo abandona ni en los momentos más trágicos. Muñoz Seca, clara muestra de ello, dijo ante el pelotón de fusilamiento; “Podéis quitarme la hacienda, mis tierras, mi riqueza, podéis quitarme- como vais a hacer- la vida, pero hay una cosa que no me podéis quitar y es el miedo que tengo”.
Enrique Gallud Jardiel, que es heredero natural de este humor muñozsequiano -igual que el del jardeliano por cuestión de sangre- hace también humor de las vicisitudes existenciales en este libro “Canallas y mangurrinos” y lo hace en una variedad admirable de registros y géneros; desde la pieza teatral en un acto (o actito) a la prosa neologista, el ensayo, el relato, el romance y las décimas de Marcial, lo cual es de veras prodigioso, si se tiene en cuenta que el poeta de Bílbilis no podía conocer este metro inventado por Vicente Espinel en el siglo XVI, pero los personajes de este libro, como el epigramista, quien en dichas decimas denuncia la desigualdad del reparto de riqueza a manos de políticos corruptos y banqueros con un tono bastante actual, viajan al futuro con soltura, como el propio Gallud lo hace al pasado para entrevistarlos, que tiene ya mérito, tratándose de Goya, quien, por su consabida tacañería, no le ofrece ni un vaso de agua del grifo, muy necesaria en todo caso porque el pintor está sordo como una tapia y la garganta se reseca al alzar la voz de continuo.
Los aragoneses, presentes en otros libros de Gallud; tercos, francos y espontáneos, ampliarán su nómina con nombres como el de Agustina de Aragón, azote de ejércitos franceses, el Rey Ramiro el Monje, asesino de diseño que hizo con los nobles rebeldes una bonita campana y el baturro de Calanda que nos cuenta con inefable eficacia el contenido de la película “El perro andaluz” de su paisano Buñuel, donde, según dice, salen muy bonicas las pesadillas que tuvo el cineasta por cenar una ensaladilla de pimientos, pero el perro no sale (advierte).
La historia de España, como no podía ser menos, tan llena de mangurrinos, sirve de gran inspiración a este libro, donde destacarán los validos de los Austrias menores; el Duque de Lerma, que se pulió los dineros de la Corona en fraudes inmobiliarios como la corte de Valladolid y el Conde-Duque de Olivares, mangante también, además de prepotente, y tocado con la fortuna de hallar un rey más bobalicón que manipular, “Felipe IV, el Rey Pasmado”, y el infortunio de tener como detractor a Quevedo, de tan gran ingenio como mala leche. A ellos se une Jacobo María del Pilar Fitz-James Stuart, Duque de Alba, que era grandísimo de España tanto por sus tropecientos títulos como por su alergia al trabajo, pues cuando se le propuso trabajar para la II República, sin pensárselo dos veces, tomó las de Villadiego.
Muy diferente fue el caso de Isabel La Católica, tan aficionada a la acción que no tenía tiempo nunca de cambiarse la camisa y por no perderse una aceptó también el proyecto de Colón, más que nada por demostrarle al mundo que montaba más que el plasta de su marido, Fernando.
Para hacer honor de sangre a tamaña bisabuela, su bisnieto, Felipe II le salió tan hiperactivo que no le faltó guerra donde mandar a los ejércitos españoles, que por entonces viajaron más que los chicos de las becas Erasmus.
Otros episodios históricos no menos inquietantes rondan estas páginas como el encuentro de Hitler con Franco en la estación de trenes de Hendaya. El Caudillo llegó con un retraso de siete minutos, puntualísimo para un español e impuntualísimo para un alemán y le pidió al Führer Gibraltar, Argelia, Camerún, petróleo, armas y ochocientas mil toneladas de trigo, pero, sobre todo, dormir la siesta, pues es lo que le pide el cuerpo a todo patriota a las tres de la tarde.
Se agradece conocer el desarrollo de tal entrevista y no menos desvelar el misterio de La sonrisa de la Gioconda y su aspecto un poquito viril, que se explica porque el gran Leonardo tomó como modelo a Piero, un aprendiz de rara boca, a falta de la susodicha quien en lugar de ir al estudio, aprovechaba ese tiempo para citarse con su amante. Su marido, el comerciante de telas que encargó el retrato, no notó la diferencia, pues, aunque celoso, era también muy miope y al resto de la humanidad, en cualquier caso, nos ha entretenido bastante el asunto.
Cosa probada también en otro episodio de esta obra es que Homero existió y llegó a estar presente en la Guerra de Troya como corresponsal, que vio a los héroes griegos y troyanos, pero no vio a Helena, pues habituada a abandonar maridos, ya se había fugado con un africano muy bien puesto, de modo que decidió no contar la verdad, más propia de vodevil que de epopeya y mintió decorosamente, como era su deber de rapsoda.
Mentir decorosa o incluso indecorosamente es lo que le queda a un escritor que pretenda la protección de la oficialidad y los laureles, por ello me temo que éste, como otros libros de Gallud, empeñado en decir verdades dolorosas, va a tener recibimiento hostil, sobre todo por parte de los fanáticos, que a pesar de no leer o precisamente por ello, se enfadan muchísimo.
Los budistas radicales -rara expresión, pero cierta, porque cuando se cabrean, la lían como todo el mundo o peor- no van a querer saber que su ídolo Buda renunció a sus riquezas y salió de su fastuoso palacio a peregrinar no por una revelación iluminadora, sino porque no soportaba a la harpía de su mujer; igual que han hecho otros vulgares seres humanos con la mala fortuna de ser hallados por Paco Lobatón.
Tampoco a Osho, el gurú hindú materialista, o a sus mangurrinos seguidores supervivientes les va a gustar que se descubran sus lucrativos trapicheos a cuenta de los esnobs espirituales.
Otra cosa es que los puritanos, tan de moda en el siglo XXI, monten en cólera por la lascivia descrita en pasajes relativos a féminas muy despendejadas como Friné, Madame du Barry y Lady Godiva.
Y que el colectivo L.G.T.B. se ofenda por digerir mal las parodias que se han hecho a su cuenta y que lo hagan también los adeptos al teólogo Hans Küng, detractores del L.G.T.B. , y por supuesto los asesores de imagen de Karlos Arguiñano, los editores de sus libros de cocina y el propio Falsarius, que va a tachar de plagio el que se recomienden conservas de tomate frito para la cocina rápida. Desde las estrellas michelín, los gastrobares y Masterchef e incluso desde Kant y Víctor Hugo (predecesores de los L.G.T.B ), así como desde siempre, la comida es más religión que la religión misma. Cuando el hambre aprieta, el hombre es un lobo para el hombre, los mejores amigos se comen los unos a los otros y hasta Saturno devora a su hijo (por cierto, que con L.G.T.B. me refiero a la Liga de Glotones, Tragones y Bulímicos y esto aclaro porque a veces hay confusiones con siglas similares).
En definitiva, no hace falta ser un oráculo para adivinar que este libro será polémico, prohibido y malditísimo y que se retirará de todas las librerías del mundo para venderlo en el mercado negro por un pastón. En dicho probable caso, urge comprarlo ahora para que no nos timen después y también además para tener el privilegio de discutir sobre un libro maldito, después de haberlo leído, lo cual, aunque sea lo más honesto, no es, desde luego, lo más común.