Balzac, escritor e impresor

Balzac, escritor e impresor

La vida de Balzac se puede resumir en una palabra: deudas

Las gentes entraban en aquella pequeña y oscura imprenta de la rue de Marais y veían a un hombre gordo y sudoroso, con el pelo sucio y desgreñado, desaliñado, con la ropa arrugada y un aspecto mísero de pequeño comerciante. No podían imaginar que se hallaban ante el mayor escritor de su siglo.

Honorato de Balzac conquista con sus novelas la Europa del 1800. Pero vive siempre por encima de sus posibilidades. Los acreedores le persiguen y más de una vez tiene que darles esquinazo huyendo literalmente por una ventana. Para pagar sus trampas, cobra sus libros aún antes de escribirlos, forzándose así a ser prácticamente un esclavo de sus editores.

La manera en la que intenta salir a flote es buscar una profesión lucrativa, con la que ganar dinero con rapidez. Por eso, en 1824, abandona temporalmente sus pretensiones literarias, pide un crédito para los primeros gastos y abre una imprenta para elaborar no sólo libros sino también invitaciones, tarjetas de visita, folletos, prospectos, catálogos, propaganda y calendarios.

En aquel taller la actividad de Balzac es incesante. Desde la mañana hasta la noche se mueve entre máquinas y fardos apilados. Alienta al trabajo a sus veinticuatro obreros y se afana por mantener en funcionamiento las siete prensas. No rechaza ningún trabajo, por ínfimo que parezca. Corta papel, corrige pruebas, ayuda a componer, calcula los gastos, lleva las cuentas y regatea con libreros y proveedores.

Pero el negocio no funciona. A medida que va perdiendo el poco dinero del que dispone, tiene que ir despidiendo a sus trabajadores y haciendo él mismo sus labores. Trabaja en las máquinas y, con las manos negras de tinta y de aceite, sale a la parte delantera a tratar con los clientes.

En un desesperado intento de salir adelante, imprime una buena cantidad de obras clásicas francesas para venderlas a precios populares. Pero elige un tipo de imprenta tan diminuto que no se lee bien y nadie quiere comprar aquellos libros.

Los obreros piden sus jornales y Balzac no tiene efectivo. Intenta pagarles en especie, pero los trabajadores se niegan a que se les retribuyan sus esfuerzos con obras antiguas de Fenelon y La Fontaine. Balzac tiene que pedir nuevos préstamos y su deuda aumenta todavía más.

Finalmente, en 1827, la Imprimerie Honoré Balzac quiebra estrepitosamente y su dueño se encuentra diez veces más entrampado que cuando empezó.

¿Para qué le ha servido su experiencia en este campo profesional?  Para la creación de una obra considerada magistral: la trilogía titulada Las ilusiones perdidas, donde describe los pormenores de este bello oficio. Balzac tiene que abandonar su ilusión de ser rico en poco tiempo y ha de seguir afanándose trabajosamente en el mundo de las letras, para poder subsistir. Pero con ello todos sus lectores hemos salido ganando.