Don Francisco de Quevedo y Villegas (Madrid, 1580-Villanueva de los Infantes, 1645), excelso poeta y prosista, está considerado como el máximo exponente del conceptismo barroco. Destacó por la agudeza de su humor y por su compromiso socio-político. Fue, además, espía y conspirador palaciego.
Le encomendaban misiones diplomáticas, políticas y de lo que hoy llamaríamos «contraespionaje». En 1613 se trasladó a Italia, llamado por su amigo el duque de Osuna, Virrey de Nápoles y Sicilia, quien le nombró Secretario de Estado. Para defender aquellas posesiones de la corona, Quevedo tuvo que intrigar contra Venecia (el principal centro de oposición a la hegemonía española en Italia) y tomar parte en una conjura (1618), destinada a apoderarse de la ciudad mediante un audaz golpe de mano.
La conjura de Venecia fracasó gracias a las habilidades del servicio de inteligencia veneciano. Quevedo, para salvar la vida, tuvo que huir disfrazado de mendigo y haciéndose pasar por italiano, lo que consiguió gracias a su dominio de esa lengua.
Casi al final de su vida, en 1939, fue arrestado por orden del rey Felipe IV bajo la acusación de alta traición, por ser espía de los franceses. Esta acusación nunca se probó, pero Quevedo fue encarcelado por ella durante cinco años.
No sólo Quevedo: otros muchos escritores de fama se dedicaron en uno u otro momento al espionaje. Entre ellos Miguel de Cervantes, Christopher Marlowe, François Rabelais, Baumarchais, Voltaire, Daniel Deföe, John le Carré, Josep Pla y Graham Greene.