Enrique Jardiel Poncela (1901-1952) fue siempre, según confesión propia, «un sentimental y un romántico incorregible». Ello hizo que, a lo largo de los años que dedicó a la escritura, menudeasen sus escritos sobre el amor. Su nieto, Enrique Gallud Jardiel, en su infatigable tarea de recuperar definitivamente la memoria del autor de «Angelina» para el gran público y para el entorno académico, ha reunido en un volumen un conjunto de piezas teatrales breves, aforismos, poemas, artículos y cuentos publicados por su abuelo entre 1923 y 1930 en las revistas «Buen Humor», «Nuevo Mundo» y «L»a Voz, referidos al planeta del amor, tan fecundo en microbios de todo tipo.
Al mismo tiempo que veía la luz este libro de temática amorosa, ha aparecido en librerías otro, titulado «El plano astral y otras novelas cortas» (Editorial CSIC / Ediciones Ulises) en el que, al cuidado también de Enrique Gallud, se incluyen seis «nouvelles» jardielescas y un apéndice con el catálogo completo de obras de Jardiel en colecciones de novela corta, series teatrales y otras publicaciones de ese tipo, con las fotografías en color de todas las portadas originales. El que coincidan en el tiempo dos libros de Jardiel como estos nos habla a las claras de la implantación de su autor en nuestro siglo. Gracias a los esfuerzos de Gallud, pero también, cómo no, a la suprema calidad literaria objetiva de su abuelo, la figura del escritor madrileño se encuentra situada hoy en el lugar de honor que le corresponde dentro de la generación literaria de la que forma parte, conocida por el nombre de «la otra Generación del 27» (para diferenciarla de la presuntamente auténtica).
La confianza de Jardiel Poncela en el ser humano, fuese hombre o mujer, era más bien escasa
Pueden imaginar el altísimo grado de diversión que van a obtener leyendo «El amor es un microbio». Pero lo mejor es que no se limiten a imaginarlo, sino que lo vivan en directo, sentados en su butaca favorita, con el libro abierto en las manos. Se ha achacado a E. J. P. un enconado antifeminismo, lo que es del todo injusto, porque en el gran melancólico que fue Jardiel no puede ni debe hablarse de misoginia, sino, en todo caso, de misantropía, pues la confianza de Enrique en el ser humano, fuese hombre o mujer, era más bien escasa, si no nula. «El amor entre hombres y mujeres -escribe Gallud en la «Introducción»- no es para Jardiel sino un conglomerado de pequeños resortes: el roce de las epidermis, la vanidad mutua, el trato social, la lucha por la vida, la costumbre de verse a diario y un poco de tesón y otro poco de necesidad de hablar con alguien en la cama y en la mesa».
Monos locos
El amor, al contrario que las cosas importantes de la vida (hijos, honor, humor, higiene, honradez, hermosura, hogar, Humanidad) se escribe sin hache. Y las cosas escritas sin hache no deben tomarse en serio si uno quiere mantenerse en los niveles de sensatez que hacen habitable la existencia.
El primer y más importante mensaje de Jardiel en esta miscelánea amoroso-humorística es, en el fondo, un papel en blanco, un recado abiertamente nihilista. A las mujeres y a los hombres no hay quien los entienda. Como escribió mi amigo Ramón Irigoyen en la primera frase de su «Historia del virgo», el ser humano es un mono completamente loco. Afirmación que haría suya el autor de «Eloísa está debajo de un almendro» sin un movimiento de ceja. Monos completamente locos y geniales como Enrique Jardiel Poncela escriben con H mayúscula la historia de las letras españolas contemporáneas.