Una dacha (del vocablo ruso дача, ‘donación’) es esencialmente una casa de campo, generalmente de madera y que, debido a las inclemencias del clima, únicamente solía usarse durante algunas semanas del verano, cuando se reducían los intensos fríos. Se construía en muy variadas formas, según la zona. Pero tiene además unas connotaciones culturales interesantes.
Su origen es antiguo. Comenzaron a construirse en tiempos de Pedro I, el Grande, (siglo XVII) y constituían un regalo del zar a sus súbditos preferidos. Por ello, aunque fueran de pequeño tamaño o hechas con modestos materiales de construcción, las dachas se convirtieron en un símbolo de rango social muy envidiado. Sólo los poderosos en un país de campesinos pudieron permitirse “veranear” en ellas. Con el advenimiento del régimen bolchevique, se dejaron de construir y las ya existentes se nacionalizaron y se cedieron en usufructo a altos funcionarios y miembros destacados del Partido Comunista, para recalcar su importancia política. Tras la caída del régimen soviético, estas villas se han modernizado con gran rapidez y la plutocracia rusa ha vuelto a poner de moda estas casas, hasta el punto de que Rusia es en la actualidad el país donde se poseen más segundas viviendas.
La “cultura de la dacha” implica también un cuidado intensivo de sus huertos, no tanto por afición a la jardinería, sino como por el deseo de conseguir alimentos sanos y frescos, algo muy valorado en aquel país, donde ha sido tradicional cultivar los alimentos de consumo propio.