Vivekananda, embajador del hinduismo en Occidente

Vivekananda, embajador del hinduismo en Occidente

Narendranâtha Datta, quien más tarde tomaría como nombre de religión el de «Vivekânanda» [la felicidad en el discernimiento], nació en la ciudad de Calcuta, en el seno de una familia de clase alta, en el año 1863. Fue uno de los principales teóricos del nacionalismo indio y una de las más celebradas figuras del decimonónico Renacimiento Hindú.

El joven recibió una esmerada educación británica y sobre él ejercieron su influjo pensadores como John Stuart Mill o Herbert Spencer, lo que le llevó a convertirse en una especie de agnóstico. Pero esta etapa no duró mucho y pronto su interés se centró en las tradiciones de pensamiento de su país. Su búsqueda le condujo a establecer contacto con Ramakrishna Paramahamsa, a cuyas charlas asistió asiduamente y de quien se convirtió en discípulo preferido. Tras seis años de aprendizaje con su maestro, decidió entregarse cada vez más intensamente a una vida de renuncia a sí mismo.

Después de la muerte de Ramakrishna, durante cinco años, Vivekananda peregrinó a pie por toda la India, sin ninguna posesión y mendigando para poder comer. Durante el transcurso de ese viaje fue testigo del grado de expoliación al que los invasores habían sometido a su país en los últimos siglos: primero los mogoles y los británicos después. La rica tierra de la India se hallaba empobrecida y sus habitantes sufrían toda suerte de carencias.

En 1886, Vivekananda marchó al templo de la diosa Kâlî en Kanyâ Kumârî [el Cabo Comorín], en el extremo sur del país. Tras postrarse ante la deidad, cruzó a una roca solitaria que se encuentra cerca de la costa. Allí, en completa soledad, pasó un tiempo en meditación profunda. Su ideal de renuncia se materializó en la formación de un grupo de sanyâsin [renunciantes]. Todos ellos vivieron a partir de entonces en un âshrama [retiro espiritual], desde donde emprendieron viajes cruzando toda la India.

Por mandato del rey de Râmnâda, Vivekananda viajó en 1893 a los Estados Unidos para asistir a las reuniones del célebre Parlamento de las Religiones, reunido en Chicago con motivo de la Exposición Universal. Antes de partir fue cuando decidió tomar el nombre de Vivekananda, que significa «felicidad en el discernimiento». Sin embargo, no actuaba como delegado indio, ni tuvo ningún respaldo oficial. Las autoridades de la reunión le concedieron la palabra durante unos minutos y, cuando Vivekananda disertó ante los representantes de otras religiones, causó una profundísima impresión con su poderosa reinterpretación del Vedânta y sus planes prácticos para el resurgimiento de la India. Su éxito fue inmediato, siendo aclamado por todos. Emprendió entonces una amplia gira de conferencias por los Estados Unidos, Inglaterra y Suiza, iniciando la actividad del movimiento de Ramakrishna en el extranjero y logrando para su causa la adhesión de miles de seguidores.

En la India, con la ayuda de otros discípulos de su maestro, organizó formalmente al movimiento como Misión Ramakrishna en 1897. Los fines de esta asociación eran el fomento de la vida monástica en la India, la enseñanza y las obras benéficas a favor de los pobres y los enfermos. A esta causa donó la totalidad de los ingresos que le habían producido sus series de conferencias.

La Misión predicó incansablemente el evangelio del servicio social, el denominado karma yoga [yoga de la acción], pues Vivekananda había afirmado que sólo rinde culto a Dios aquel que sirve a todos los seres vivientes. Se fundaron, además, varios monasterios, que se convirtieron en centros de enseñanzas vedánticas.

Vivekananda emprendió una nueva gira por Europa y los Estados Unidos durante los años 1899 y 1900, entrando en contacto con el insigne orientalista Max Müller. No obstante, este viaje le desilusionó, pues encontró a la civilización occidental menos admirable de lo que recordaba. Se convenció más profundamente de que Occidente debía volver sus ojos hacia la India en búsqueda de regeneración espiritual.

A su regreso a su país, fue recibido con honores, reanudando sus viajes y sus conferencias por toda la India.

Vivekananda murió en 1902, a la edad temprana de treinta y nueve años.

En sus enseñanzas se subraya la unidad básica de todas las religiones. Las diversidades de ritos, mitos y doctrinas son simples detalles secundarios y ha de darse preponderancia a la noción de «la unidad en la diversidad». No hay por qué aspirar a una formulación universalmente válida por lo que se refiere al modo de expresar la verdad, que es una sola. Sus teorías se expresaron en un monismo que recalcaba los aspectos humanistas de la religión. Ésta no es otra cosa que «la manifestación de la divinidad que ya mora en el hombre». El Absoluto permea a todos los seres, sin importar su rango social. Los seres humanos pueden alcanzar la unión con esta divinidad y, reconociendo lo divino en los demás, el amor y la armonía social se siguen de manera automática.

Vivekananda recomendaba la práctica de la meditación para llegar al conocimiento de esa divinidad íntima, al mismo tiempo que criticaba la idea de dependencia con respecto a un Dios exterior. La religiosidad occidental, al insistir en la condición de pecador del hombre —decía—, ha despojado a éste del sentimiento de confianza en sí mismo. Tampoco apreciaba el proselitismo cristiano y sostenía que la India no necesitaba misioneros extranjeros, sino ayuda técnica y material.

Criticó la mayor parte de los ritos tradicionales del hinduismo y se mostró contrario a la adoración de imágenes, al sistema de castas y a los diversos cultos sectarios. Se mostró, en general, crítico con lo antiguo, en la medida en que era perjudicial desde el punto de vista social.

Fue el primero que propuso convertir al hinduismo en una religión universal: un Neo-Vedânta en el que todas las religiones del mundo se aceptaran como aspectos de una misma verdad. Además, sería una religión «científica», nunca en conflicto ni en desacuerdo con los avances de la ciencia. Según su visión, Occidente era materialista, hedonista, secularista y racionalista en exceso, por lo que necesitaba una revitalización religiosa que podría encontrarse en las filosofías de la India. La tolerancia y la hermandad universal eran los regalos de la India al mundo y el hinduismo no debía mostrar una actitud apologética ante otras creencias; por el contrario: había de mostrarse orgulloso de sus valores tradicionales.

Su mensaje fue muy apreciado entre las clases cultas de la India, aunque tendía a limar todas las diferencias sectarias. De hecho, grandes pensadores posteriores, tales como Gandhi, Tagore o Nehru, hubieron de reconocer la gran deuda intelectual que tuvieron con Vivekananda, quien fue, en muchos sentidos, su precursor.