De la misma forma magistral en que los dramaturgos del 1600 saben juntar en sus piezas las obras trágicas y las obras cómicas, unen asimismo dos tipos literarios completamente opuestos pero que se complementan: las obras de la capa y las obras de la espada, que aunque aparezcan, juntas son ideas muy distintas. Así, las obras de la espada –símbolo del honor, de la caballería y de la valentía– se funden con las obras de la capa, indumentaria usada para ocultar ruindades, trucos y malicias –símbolo de la picaresca y el engaño–. Los dramaturgos de la época invitan a actuar en sus obras al Cid Campeador y al Lazarillo de Tormes, a Amadís de Gaula y a Guzmán de Alfarache, a Tirant lo Blanc y al buscón Don Pablos. El producto de esta disparatada fusión de caracteres va a proporcionar a la escena española uno de sus géneros más populares: las obras de enredo, en las que Calderón de la Barca destaca como supremo artífice. Calderón, como último gran dramaturgo de su siglo, recoge en este tipo de obras todas las posibilidades y combinaciones ensayadas por otros autores anteriores y las perfecciona, mostrándonos agrupadas y multiplicadas todas estas posibilidades escénicas. Para mejor comprensión veamos un ejemplo argumental cualquiera que incluye los enredos más frecuentes en las obras de capa y espada de nuestro dramaturgo.
El caballero español, con el típico fideo sobre la barba, el vacío en el estómago y varios metros de terciopelo sobre su persona sale a la calle el domingo y camino de la iglesia se encuentra a la dama de sus sueños que le enamora con un sólo ojo, puesto que es costumbre de la época el que las damas se tapen la cara con un manto para no provocar a los hombres. Pero en este caso un sólo ojo es suficiente. El caballero la sigue y la dama procura caminar lo bastante deprisa para que no parezca que le complace y lo bastante despacio para que el caballero no la pierda de vista. Si este caballero se encuentra con un amigo lo despide rápidamente: “Don García, ahora no puedo entretenerme con vos: sigo a una dama.” Y deja a su amigo con la boca abierta de admiración y los ojos brillando de envidia. Por fin la dama llega a su casa, aunque se detiene un poco en el portal para que su admirador vea bien dónde se mete. En adelante, el típico callejón lleno del barro de la lluvia y del estiércol de los caballos va a ser la basílica de las peregrinaciones del caballero. Allí está de día y de noche, por la mañana y por la tarde esperando ver salir a su amada que –¡oh, desdicha!– nunca sale sola, sino acompañada por una dueña mal encarada y difícil de engañar, pero echándole siempre miradas ardientes al admirador que suda en verano y se hiela en invierno bajo sus ventanas. Un día, antes de que el admirador coja una insolación o una pulmonía (según la época del año en la que se desarrolle la comedia), la dama acepta un billete amoroso lleno de selectos versos firmados por el caballero, pero en realidad escritos por Garcilaso. La dama admite al caballero y por la noche éste, acompañado de un criado al que ha de pagarle en buena plata las aburridas horas de la espera, va a entrevistarse con su amada en las rejas de su casa. El amor aumenta y ella le permite que, en la ausencia de sus familiares, le visite en su aposento, a donde el amante llega abriendo la puerta con una llave que la dama le ha dado desinteresadamente al criado y que éste suele venderle a su amo a peso de oro. Una vez ya los dos amantes encerrados en la habitación sucede lo típico en la época, es decir, él le regala a su amada algunas telas bordadas o un mantón y ella le corresponde con unos dulces o unas camisas que ella misma le ha bordado con sus iniciales.
En este preciso momento llaman a la puerta furiosamente el padre o el hermano de la doncella –o a veces los dos–, que suelen tener un genio muy malo y de los que, el que menos, suele ser capitán en el ejército del rey. El amante se esconde indefectiblemente en el retrete, que en aquella época era solamente una habitación de retiro sin las connotaciones actuales, mientras la doncella se da polvos en la cara para disimular y el padre o el hermano afirman haber golpeado a un criado de alguien que hacía guardia a las puertas de la casa. A continuación cierran las puertas para que nadie pueda entrar –ni salir– y se retiran a acostarse. A veces, para darle más emoción a la escena, suelen comunicarle a la dama su propósito de casarla en breve plazo.
En previsión de este género de peripecias los arquitectos de la época ya habían comenzado a hacer los pisos bajos y con ventanas de fácil acceso. El caballero salta con valor hasta la calle y escapa en la obscuridad sin sospechar que se ha dejado olvidado en el retrete el puñal que llevaba al cinto, que era un regalo de un pariente y del que no se hallan dos iguales en toda la ciudad, por lo que su identidad va a ser descubierta rápidamente. El hermano descubre el engaño y encierra a la dama, dejándola incomunicada. Para llevar un billete amoroso el criado del caballero tiene que disfrazarse de gitana de las que dicen la buenaventura o de buhonero. Al salir de la casa de la dama después de cumplir su cometido, se le cae el suelo la peluca.
A la noche siguiente el hermano de la dama y un amigo suyo atacan en la calle al caballero, que hiere al hermano y mata al amigo, aunque esto no es imprescindible. En menos tiempo del que se necesita para contarlo huye a caballo de la ciudad con destino a Valencia o Sevilla. Su velocidad es tanta que mientras los alguaciles le buscan para detenerle, él ya está en la provincia de Cuenca o ha llegado a Ciudad Real. Al saber la desgracia, la dama se desmaya o se priva –como decían entonces– y el padre jura matar al caballero mientras el hermano gime a causa de sus heridas.
En otro acto, la protagonista llega a Valencia o a Sevilla, generalmente siguiendo a su amado vestida con un traje de hombre que le ha pedido prestado sin que él lo sepa al hermano de una amiga suya. Durante su estancia en la ciudad perturba con su belleza a todas las damas, que se enamoran de ella al verla con los vestidos masculinos, lo que provoca a veces en los criados algunas bromas sobre “el hermoso caballero barbilampiño”. Para dar más emoción al asunto la dama suele hospedarse en la misma posada que su amante, pero cuando va a su habitación para descubrirse sufre una desilusión. El caballero se encuentra allí besándole la mano a una señorita muy bella y muy elegante. En realidad tal señorita es la hermana del caballero, pero como la dama no lo sabe, sufre la acometida de los celos y se retira despechada.
Mientras tanto, el hermano de la dama, que se ha curado ya de sus heridas, llega con muy malas intenciones a la ciudad y tras averiguar el paradero del caballero preguntando a los cocheros, cuya indiscreción es proverbial, se dirige a posada para matarle. Pero – ¡oh, casualidad!– se encuentra solamente con la hermana, que es de tal belleza que en un momento olvida el hermano de la protagonista todos sus odios. Al enterarse el caballero de la presencia del hermano acude a la habitación de éste para presentarle sus disculpas, pero se equivoca de puerta, como suele pasar, y entra en la habitación de una tercera dama que chille al ver a un desconocido, acudiendo a sus gritos su padre o su marido que, no contento con las explicaciones del caballero de que sólo ha sido una confusión de puertas, le provoca a un duelo para por la tarde. Al salir de allí da el caballero por fin con la habitación de su futuro cuñado, pero no le encuentra a él allí, sino a una dama tapada –su propia hermana otra vez– a la que confunde con su dama y a la que dedica palabras amorosas. Su hermana no entiende nada y escapa sin descubrirse. El caballero la sigue y ve que la tapada entra en sus propias habitaciones. El entra también y allí sólo encuentra a su hermana que ya se ha quitado el manto y que asegura no haber visto entrar a nadie. Ahora es el caballero el que no entiende nada. Por fin, el hermano llega y todo se aclara. Además, éste le promete al caballero ayudarle a buscar a la dama que ha desaparecido y acudir con él al duelo de por la tarde.
En el último acto aparece en la ciudad el padre de la dama que, al ver que su hijo, ocupado con la hermana del caballero, no regresa, ha venido en persona para solucionar el asunto, pidiéndole ayuda al gobernador de la ciudad –que es indefectiblemente un amigo de la infancia–. Este gobernador no entiende bien la explicación del padre y sólo sabe que el forastero que ha llegado a la ciudad está perseguido por la justicia y da la orden de que se detenga al último forastero llegado, esto es, a la dama vestida de hombre. Por la tarde los alguaciles detienen a ésta en la plaza y ella les revela su identidad. En aquel momento llega el padre de la chica que, al verla, decide matarla por haber deshonrado a su familia. En aquel preciso instante aparece el caballero y afirma que nadie ha de tocar a su dama en su presencia, ni siquiera su padre. Cuando éste va a matar al caballero, la hermana de éste acude y se pone en medio de los dos, pidiendo clemencia, momento en el que llega el hermano de la dama y le dice a su padre que no permitirá que éste maltrate a su futura esposa. El padre sufre un ataque y en el momento en el que se decide a matar a su hijo por no salvar el honor de la familia, los vecinos de cuarto llegan para el duelo y le contienen. En el momento en el que el padre, desesperado por tanta ignominia, intenta suicidarse, su amigo el gobernador se presenta allí y se lo impide, por lo que el padre no tiene otro remedio que el de casar a las dos parejas, dándose así por terminada la comedia.
Naturalmente, las posibilidades que encierran este tipo de obras son muchas más y tomando como base el cúmulo de los sucesos insertos en el ejemplo, la originalidad de una obra consiste en la inserción de peripecias nuevas que variaran el argumento, aunque en casi todas las obras se hallaban los mismos elementos combinados de diversa manera. Tal profusión de conflictos llevó a Calderón más de una vez a burlarse él mismo de estos elementos que él utilizaba siempre. Así, refiriéndose al tópico de la mujer tapada y el caballero escondido en el retrete, dice el autor en su obra No hay burlas con el amor:
¿Es comedia de Don Pedro
Calderón, donde ha de haber
por fuerza amante escondido
o rebozada mujer?
Sin embargo, Calderón se sale del marco del tópico sorprendiendo siempre al espectador. En algunas obras el protagonista no consigue casarse con su dama al final de la obra; y en una comedia se acaba totalmente con el tópico con un argumento en el que de los diversos pretendientes de una dama sólo consigue su amor el de menor calidad que, durante toda la obra, se halla disfrazado de mujer sirviendo de camarera a dicha dama sin que ésta le conozca. En el recinto barroco de la literatura todo es posible y estas múltiples posibilidades de equívoco y confusión hallan su lugar adecuado principalmente en las comedias de capa y espada, que reflejan mucho más que los otros géneros literarios las características de este tiempo que, sólo por las grandes obras artísticas que produjo, ya merece ser recordado.