Este oficio ha sido fuente de inspiración para todo tipo de bromas, chistes y post de humor en innumerables blogs de la red. Sin embargo, es un trabajo real, imprescindible y rentable, aunque la palabra ‘sexador’ no es correcta en castellano, sino una traducción literal del vocablo inglés sexer.
La necesidad de estos especialistas se debe a que por motivos anatómicos resulta muy difícil distinguir las aves machos de las hembras cuando nacen. Pero en la avicultura moderna se ha de saber su sexo para destinarlas a reproductoras, aves de carne, ponedoras, etc. Ahí es donde interviene el sexador, que sabe apreciar diferencias imperceptibles para el ojo no acostumbrado.
Este oficio no precisa más instrumental que una buena lámpara y una mascarilla para no tragar plumón. Se tarda aproximadamente cuatro segundos en averiguar el sexo de un ave. Cuidadosamente se analiza su recto y se determina el sexo mediante la observación de las diferencias sutiles de musculatura entre machos y hembras, ya que su aparato genital no es fácilmente visible. Es una operación indolora pero que requiere un manejo habilidoso del animal.
Los sexadores experimentados pueden clasificar hasta más de mil aves de corral por hora con una tasa de error inferior al 1%. Estos profesionales ponen su orgullo en su reducido número de errores y en su velocidad. Sólo existe una escuela permanente para formar sexadores de aves (en Nagoya, Japón), aunque se imparten cursos temporales en todo el mundo. En Japón (lugar donde se inventó este oficio, allá por los años veinte) existen incluso competiciones interestatales de habilidad en el sexaje de pollos.