Jorge Luis Borges, maestro del relato breve, nació en 1899 en Buenos Aires. En 1937 obtuvo un puesto de auxiliar primero en la biblioteca municipal «Miguel Cané», que le sirvió para subsistir y dedicarse a la literatura.
Se podría pensar que allí, entre tantos libros, Borges fue dichoso. Pero él no lo recordaba así. Escribió: «Estuve en la biblioteca durante nueve años. Fueron nueve años de firme infelicidad. Mis compañeros no se interesaban por otra cosa que las carreras de caballos, el fútbol y los cuentos obscenos.»
Sus colegas le despreciaron por sus intereses literarios. Borges se refugiaba en el sótano o en la azotea para leer y escribir. Sus compañeros su burlaron de él, diciendo que tenía el mismo nombre que un escritor famoso. Allí el artista aprendió que la individualidad era vista con recelo y hasta podía ser condenada.
Tras la caída de Perón, en 1955 se le nombra director de la Biblioteca Nacional Argentina. Las bibliotecas fueron para él un espacio mágico, un país de aventuras y descubrimientos. Sus lecturas se convirtieron en magistrales relatos que elaboró robando tiempo a sus horarios de trabajo.
En 1946 sus compañeros le delataron por ser un anglófilo liberal y antinazi. Un decreto de Perón le convirtió en inspector de aves y conejos en un mercado público. Borges no aceptó el puesto, aduciendo falta de erudición para desempeñarlo.